Domingo 22 - C

domingo 22 c 2022Lucas 14, 1.7-14

El tema central de la Palabra de este domingo es la humildad.

La primera lectura del libro del Eclesiástico es un bello canto a la humildad, muy en consonancia con el evangelio. Al que actúa con humildad, dice el Eclesiástico:

Lo quieren todos, mientras que el soberbio, el arrogante provoca rechazo. “procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso”. Acojamos la advertencia, ya que todos tenemos la tentación de aparecer, de ser y tener más que los demás, de modo que los que nos rodean nos admiren o envidien. Quien actúa con mansedumbre se gana el afecto de todos. Sin embargo, en el corazón del soberbio no cabe nadie, ya que está lleno de sí mismo.

Atrae además el favor de Dios a quien le agrada la humidad de sus hijos “Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios”

Se le revela Dios ya que dice el texto: “que Dios revela sus secretos a los humildes” Dios en realidad se revela a todos, pero la soberbia impide la acogida, son los humildes, los pequeños, los que acogen con más apertura de corazón el mensaje de la Buena Noticia. Vemos en el evangelio a Jesús “alabando y dando gracias al Padre porque revela los secretos del reino a los humildes y se lo esconde a los poderosos”

Jesús completará estas reflexiones diciendo “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

La humildad es una virtud del Reino y una virtud clave en la espiritualidad benedictina. Sin embargo, es una virtud que hoy en día no goza de buena prensa. No es considerada, sí despreciada, pues se buscan los primeros puestos en el campo político, social, laboral e incluso religioso; se promueve la competitividad, el ganar más que los demás, el ocupar los primeros puestos, el tener poder, etc… y esto desgraciadamente nos coge a todos, también a los que estamos siguiendo a Jesús.

En el evangelio de este domingo Jesús nos quiere enseñar a ser sencillos y a vivir en gratuidad. Cuenta que Jesús entró a comer un sábado en casa de un fariseo principal y ya sabemos que a los fariseos les gustaban los primeros puestos y que les hicieran reverencia por las calles. Se dio cuenta que los invitados escogían los primeros puestos y debió de parecerle mal pues ya sabemos todos lo que fue la trayectoria de su vida. Él que vino a servir y no a ser servido, Él que lavó los pies a sus discípulos, Él que no hizo alarde de su categoría de Dios. Entonces puso el ejemplo de una boda en la que uno, por subir de puesto y de categoría, hace el ridículo al ser humillado delante de todos al ser enviado al último puesto. Aconseja ponerse en el último lugar para que el que te invita, te coloque en el primer sitio.

La segunda parte de este relato es también un consejo dirigido a aquellos que organizan una comida: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos o a tus parientes, ni a los vecinos porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Invita a pobres, lisiados y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”.

La conducta de los que invitan a un banquete esperando algún beneficio ha sido siempre así y sigue siéndolo hoy, doy algo para que tú me des algo, te invito para que me invites. Pero Jesús nos pide algo más a sus seguidores, pide un cambio de mentalidad que consiste en la gratuidad del amor desinteresado, tal como él lo predicó y practicó en su vida.

Y nos dice que invitemos a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Pero ¿quién invita a este tipo de personas? A todos nos gusta invitar a gente conocida y si tiene una posición social relevante, mucho mejor!

Jesús destaca aqui dos valores fundamentales del evangelio: recupera el valor y la importancia de los pobres y marginados, de los excluidos y destaca el sentido de la gratuidad. Dar sin esperar, perdonar sin exigir, ser más pacientes con las personas menos agradables. Estamos olvidando lo que es vivir gratuitamente y no acertamos ya ni a dar ni a darnos. Hemos construido una sociedad donde predomina el intercambio, el provecho, el interés. Casi nada es gratuito. Y nuestra vida de consagradas es pura gratuidad, nos entregamos a fondo perdido sin esperar recompensa ni reconocimiento de la gente. Cuidado no nos dejemos contagiar por esta mentalidad mundana!

Pidamos al señor que nos cambie el corazón y que nos enseñe a ser humildes y a vivir en gratuidad.