Lectura Orante del Evangelio: Lucas 7, 11-19

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasó por entre Samaría y Galilea: Al entrar en una aldea, salieron diez leprosos a su encuentro, que se detuvieron a distancia y se pusieron a gritar: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado volvió alabando a Dios en voz alta y se echó a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era samaritano. Jesús dijo: ¿No han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera a dar gracias a Dios, sino este extranjero?” Y le dijo: “Levántate, anda, tu fe te ha salvado”

05 lucas 7La pregunta de Jesús que aparece en este texto del evangelio de Lucas nos va a llevar a considerar una actitud interior muy importante: la GRATITUD. Sin gratitud no podemos relacionarnos de forma auténtica ni con Dios ni con las hermanas.

Todas sabemos que no siempre nos sale con naturalidad ser agradecidas. Hoy la gratitud es algo raro. Incluso en la vida de fe, en la relación con Dios, hay falta de agradecimiento y, sin embargo, es una actitud esencial. El ser agradecidas es de bien nacidos, dice un refrán castellano.

La tendencia humana suele ser buscar a Dios sólo cuando hay problemas y necesidades, o cuando las enfermedades, las angustias, las crisis, los pesares, las situaciones difíciles llegan en la vida.

Y eso está muy bien, pero, cuando se reciben las bendiciones de Dios; cuando las oraciones son contestadas; cuando la mano maravillosa de Dios obra en nuestro ser; es cuando muchas veces nos olvidamos del gran amor, de la misericordia que Dios tiene por nosotras.

Vamos a situarnos en el contexto en el que surge la pregunta de Jesús.

Para ir a Jerusalén viniendo desde Galilea, era necesario pasar por Samaria. Entre los judíos y samaritanos existía una vieja enemistad. Jesús se proponía cambiar esta aversión y odio. En este fragmento del Evangelio, comprobamos una vez más que los samaritanos son agradecidos mientras los judíos son desagradecidos a los beneficios que se les habían dispensado.

“Al entrar en una aldea, salieron diez leprosos a su encuentro, que se detuvieron a distancia y se pusieron a gritar: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

En la época de Jesús la lepra se consideraba consecuencia del pecado. Los leprosos vivían en lugares aislados y no podían acercarse a los demás, por eso se detuvieron a distancia, y se pusieron a gritar para que les oyera Jesús.

A los leprosos se les consideraba personas execrables, pecadores públicos que debían estar al margen de la sociedad, no solo por obvias razones higiénicas y sanitarias, sino por razones de religión. Quien tocaba a un leproso quedaba impuro., así lo dice la Ley en el Levítico, cuando veían a alguien tenían que gritar: ¡impuro! ¡impuro!

En nuestro texto gritan: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” Piden ayuda a Jesús. Lo llaman con el nombre de maestro, pues le consideran revestido de autoridad. Es la primera vez que, alguien diferente a los discípulos, llama a Jesús maestro. Los leprosos se abren a Jesús viendo en él su única posibilidad de que su miseria se tenga, por fin, en consideración, Sienten junto a él compasión y misericordia, atención al dolor y a la marginación. Probablemente conocen a Jesús solo de oídas, pero saben que pueden poner en él su confianza.

A nosotras nos suele costar mucho pedir, sin embargo, esta es una actitud propia del ser humano, pobre, limitado, que se siente necesitado. Podríamos hacernos esta pregunta: ¿Tienes el valor, la humildad de pedir ayuda a Dios y a las hermanas o te sueles sentir autosuficiente?

El relato continúa y nos dice que Jesús recibe al instante la oración de los leprosos, pero de manera sorprendente: “Al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y, mientras iban, quedaron limpios”. Había que ir al sacerdote a recoger el certificado de curación, si se tenía lepra no se podía volver a ser admitido en la comunidad hasta que el sacerdote no hubiera declarado la desaparición de la enfermedad. Pero lo interesante, es que ellos se pusieron inmediatamente en camino, obedeciendo el mandato recibido. El beneficio de aquella fe, por aquel acto de confianza que hicieron, mientras iban quedaron curados.”Y en el camino quedaron purificados” dice el texto.

Aquí aparece la unidad que siempre debe de existir entre la gracia de Dios y la colaboración del hombre. Las curaciones de Jesús no se pueden reducir a hecho meramente mágico. Jesús, para actuar en nuestras vidas necesita también nuestra libre decisión de confiar en él, nuestra fe, y en el poder de su palabra.

Los leprosos se fían sin dudar de las palabras de Jesús, ofreciéndonos un extraordinario ejemplo de confianza en Dios y de abandono a su voluntad. En el camino fueron curados. A Lucas no le importa describirnos el milagro de la curación sino que quiere mostrarnos la reacción de los leprosos. Solo uno de los diez, y además samaritano, vuelve para dar las gracias a Jesús. El único que sabe dar las gracias es un extranjero. Para este samaritano expresar su gratitud es más importante que el templo y que los rituales religiosos con los sacerdotes. El samaritano no niega el valor de la Ley, sino que entiende la verdadera prioridad de la vida de fe: la relación personal con Jesús.

Es muy emotivo el gesto del leproso de arrojarse a los pies de Jesús. Reconoce en él al Dios que se ocupa del que sufre, admite que todo lo que ha recibido es don gratuito de la misericordia de Dios.

Es muy importante que nos detengamos y miremos si nuestro actuar se parece al de los otros nueve ex leprosos, los cuales una vez logrado lo que querían, siguieron por su camino; o bien si, también nosotras, como el samaritano, aceptamos las palabras de Jesús y sus indicaciones,

En este momento formula Jesús su triple pregunta, llena de triste asombro:
¿No han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo quien volviera a dar gracias a Dios, sino este extranjero?

¿Por qué a Jesús le sienta tan mal que sólo vuelva uno a darle las gracias?
¿Susceptibilidad? ¿Pretensión de agradecimiento humano? Nada de eso. Jesús sabe que una vida de fe basada únicamente en los dones y no en la relación personal con él, no es buena. Da la impresión que los nueve leprosos actúan como si tuvieran derecho a ser curados, como si fuera algo que se les debía.

En Lucas nos encontramos con otro texto en el que se ve claramente el agradecimiento. El texto de la mujer pecadora Lucas 7, 36-59. Sólo Lucas nos ha trasmitido su historia. No nos revela el nombre de la mujer y nos la presenta como una pecadora de la ciudad. Es un relato bellísimo, Lucas parece recrearse en contrastar las dos miradas masculinas sobre esa mujer: la del fariseo, que etiqueta, da por supuesto y condena, y la de Jesús, que acoge, comprende y perdona.

Desde el punto de vista que nos interesa, el de la gratitud, tenemos en la mujer anónima y en el fariseo Simón dos figuras en claro contraste: La de aquel que cree que no tiene nada que agradecer, hasta el punto de resultar descortés con su invitado, con su huésped, y la de quien expresa su agradecimiento inmenso con gestos que pueden parecer excesivos a quien los contempla desde fuera. Jesús mismo pone de manifiesto muy vivamente este contraste:
“¿Ves esa mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies: ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjuagado con su pelo. Tú no me besaste, ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies: Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amo, pero al que poco se le perdona, poco ama”

La inmensidad del agradecimiento de la mujer se pone de manifiesto, en primer lugar, en la audacia de su intervención: se presenta sola en un banquete en el que participaban exclusivamente varones; se suelta el pelo (conducta que una mujer semita habitualmente reservaba ara la intimidad conyugal) y se atreve a establecer un contacto físico con Jesús que, sin duda, era considerado inconveniente por las reglas sociales de su cultura.

Pero el agradecimiento, sobre todo, se hace visible en la expresividad de los gestos mismos gestos: el llanto, los besos, la unción con el perfume: La mujer no dice nada en todo el relato (es Jesús el que, a diferencia del fariseo, interpreta adecuadamente el sentido de sus acciones, como acabamos de señalar) : ella expresa su amor y su gratitud con obras y no con palabras. Esta mujer pecadora nos enseña la valentía del agradecimiento, y también la necesidad de expresarlo con gestos significativos.

El agradecimiento es muy importante. Se sustenta en la humildad. Para agradecer hay que saber apreciar a la otra, y para apreciar a la otra hay que ser humildes. Si no somos humildes, nos cuesta darnos cuenta de lo que la otra hace, y todavía más nos cuesta aceptar que haga algo por o para nosotras. Se sabe agradecer si se sabe recibir. Pero a veces la soberbia no nos permite aceptar que la otra nos cuide o nos ofrezca lo mejor que desea ofrecernos.

Saber decir gracias exige humildad y conciencia de tener necesidad de la ayuda de los demás, saliendo de nuestra autosuficiencia. Saber decir gracias nos ayuda a salir de nosotras mismas, de nuestros egoísmos. Saber dar gracias nos abre al asombro. Para agradecer, en primer lugar, hay que saber contemplar; hay que estar atentas a lo que sucede alrededor y sobre todo, hay que estar atentas a quienes tenemos a nuestro alrededor. Hay veces que recibimos algo de una hermana y no lo vemos; se da por supuesto, está ahí, no lo tenemos casi en cuenta, es lo normal; nuestra mirada pasa por encima casi sin fijarse

La falta de gratitud es una verdadera y auténtica lepra. Así como la lepra devora poco a poco el organismo, la falta de gratitud ahoga una espiritualidad que sea capaz de asombrarse por el gran amor que nos ha tenido el Padre de darnos a su Hijo.

Sí, los nueve han sido curados físicamente, pero no de su incapacidad de asombrarse ante el inmenso amor que les ofrece Jesús. Al decir el evangelio que el que volvió era samaritano, hace suponer que los otro nueve fueran judíos. Puede que el evangelio nos quiera sugerir el riesgo que corremos los que estamos dentro de la Iglesia. Somos sobre todo los que seguimos a Jesús los que tenemos que aprender el agradecimiento a Dios y a los demás, a no dar nada por sentado y a ver que todo es don gratuito de Dios.

Dar las gracias es síntoma de cortesía, buena educación, por eso enseñamos a los niños a ser agradecidos aunque los mayores vivimos y construimos un mundo en el que escasea la gratuidad.

La vida, lo más importante, nos es dado. Somos personas agradecidas cuando reconocemos lo que recibimos como un regalo, sin merecerlo, sólo por pura donación. En la vida tenemos muchos motivos y a muchas personas a las que darles las gracias. Gracias a todos aquellos que con sus gestos y palabras nos muestran su cariño, a todos los que sabes que siempre puedes contar con ellos, a todos los que pierden parte de sí para entregarlo gratuitamente. Si no encontramos algo que agradecer podemos aplicarnos la moraleja del cuento “el eco de la vida”: la vida es como el eco, te devuelve aquello que antes le has dado.

Conforme pasa la vida nos vamos dando cuenta de que vivimos de milagro y que gracias a Dios podemos disfrutar de cada día. Por eso una fe que no se afianza en una actitud de alabanza y gratitud a Dios es una fe interesada. Sólo uno de los diez leprosos vuelve a dar gracias a Dios. El que vuelve es el que tiene una fe verdadera, aunque esté alejado, aunque sea extranjero, porque ha captado el amor, reconoce la fuente de su curación y de dentro le brota la alabanza. ¿Y el resto?, pues supongo que a lo de siempre…

Ante el amor, la bondad y la misericordia de Dios sólo cabe la gratitud. Con frecuencia tenemos mejor memoria para nuestras necesidades y carencias que para nuestros bienes. Vivimos pendientes de lo que nos falta y nos fijamos poco en lo que tenemos, y quizá por eso lo apreciamos menos y nos quedamos cortas en la gratitud. 0 pensamos que nos es debido a nosotras mismas.

Toda nuestra vida debe ser una continua acción de gracias. Recordemos con frecuencia los dones naturales y las gracias que el Señor nos da, y no perdamos la alegría cuando pensemos que nos falta algo, porque incluso eso mismo de lo que carecemos es, posiblemente, una preparación para recibir un bien más alto. El samaritano, a través del gran mal de su lepra, conoció a Jesús, y por ser agradecido se ganó su amistad y el incomparable don de la fe: Levántate y vete: tu fe te ha salvado. Los nueve leprosos desagradecidos se quedaron sin la mejor parte que les había reservado el Señor. Porque -como enseña San Bernardo- «a quien humildemente se reconoce obligado y agradecido por los beneficios, con razón se le prometen muchos más. Pues el que se muestra fiel en lo poco, con justo derecho será constituido sobre lo mucho, así como, por el contrario, se hace indigno de nuevos favores quien es ingrato a los que ha recibido antes»

Agradezcamos todo al Señor. Vivamos con la alegría de estar llenas de regalos de Dios; no dejemos de apreciarlos. Cuando vivimos de fe, sólo encontramos motivos para el agradecimiento. «Ninguno hay que, a poco que reflexione, no halle fácilmente en sí mismo motivos que le obligan a ser agradecido con Dios (...). Al conocer lo que Él nos ha dado, encontraremos muchísimos dones por los que dar gracias continuamente»

Muchas gracias del Señor los recibimos a través de las personas que tratamos diariamente, y por eso, en esos casos, el agradecimiento a Dios debe pasar por esas personas que tanto nos ayudan a que la vida sea menos dura, la tierra más grata. Al darle gracias a ellas, se las damos a Dios, que se hace presente en nuestras hermanas. No nos quedemos cortas a la hora de corresponder De modo muy particular, nuestra gratitud se ha de dirigir a quienes nos ayudan a encontrar el camino que conduce a Dios.

El Señor se siente dichoso cuando también nos ve agradecidas con todos aquellos que cada día nos favorecen de mil maneras. Para eso es necesario pararnos, decir sencillamente «gracias» con un gesto amable que compensa la brevedad de la palabra...

No existe un solo día en que Dios no nos conceda algún regalo. No dejemos pasar el día sin decirle al Señor: «Gracias, Señor, por todo». No dejemos pasar un solo día sin pedir abundantes bendiciones del Señor para aquellos, conocidos o no, que nos han procurado algún bien. La oración es, también, un eficaz medio para agradecer: “Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios, reza el salmo.

Dejemos que Jesús esta tarde nos dirija esta pregunta. No olvidemos que la gratitud vive de la memoria, del recuerdo de todo el bien que recibimos a diario de Dios por medio de Jesús: “Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios, reza el salmo.