Domingo de Ramos - C
Lucas 22, 14–23, 56
El tiempo de la Cuaresma llega a su fin y cede el paso a la celebración de la Semana Santa. Han sido casi 40 días de preparación interior para disponer de la mejor manera nuestros corazones para pasar del “hombre viejo” al “hombre nuevo”. Ha sido un tiempo de gracia que nos ha ayudado a tomar consciencia de todo aquello que pone obstáculos a la vida lanzándonos al sinsentido de la acumulación, de la búsqueda del buen nombre, de la exclusión y del secuestro de la verdad por nombrar solo unos cuantos aspectos que le quitan brillo a la vida. También ha sido un tiempo de gracia para tomar consciencia de la apuesta de Dios por el ser humano. El Dios que ama la vida no ha escatimado ningún recurso para ayudarnos a transitar por la avenida de la vida con sentido transformándonos desde dentro con la fuerza del perdón, de la solidaridad, en últimas, con la fuerza de un amor que no conoce los límites y que traspasa las fronteras.
La celebración del Domingo de Ramos, con la lectura de la entrada a Jerusalén y de la Pasión según san Lucas, sugiere tres escenas que os propongo contemplar:
“Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras”… Al fin una buena noticia para un pueblo que ha vivido el expolio por parte del poder de Roma por largo tiempo. El Mesías anunciado por los profetas, el liberador anhelado desde la primera deportación siglos atrás, ha llegado y se vislumbra en el horizonte un mañana más prometedor. El entusiasmo del pueblo es incontenible y las calles se llenan de cánticos que reconocen en este hombre sencillo de Galilea al “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!”.
Una entrada triunfal que nadie se quiere perder. Las fuerzas del orden de Jerusalén tratan sin éxito de callar a la multitud que acompaña al Mesías pues la expectativa de un nuevo orden no se puede silenciar ni con la más fuerte de las represiones. El pueblo ha puesto en Jesús de Nazaret sus esperanzas.
“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”… En medio del eco de los cánticos con los que la multitud alaba al Mesías que entra triunfante a Jerusalén se va tejiendo la trama de los poderosos contra Jesús de Nazaret. Su liderazgo es peligrosamente subversivo pues, además de proponer una nueva forma de relacionarse con el poder civil de Roma, ha sido capaz de proponer una nueva forma de relacionarse con Dios y con la ley sagrada de Israel desde la libertad y la centralidad de la persona. Este hombre es un peligro que conviene eliminar.
La contemplación de Jesús frente a sus acusadores proyecta dos imágenes que, a quienes creemos, nos emocionan:
La algarabía de la multitud y la trama de los poderosos se unen en Jesús que entra triunfante para dar su vida por amor a su pueblo. Nuestra razón no alcanza a entender la lógica de la desmesura del amor. Para Jesús, el triunfo no se logra mediante el reconocimiento, la fama o el poder sino a través de la entrega generosa de su vida que se convierte en semilla para que la vida renazca en aquellos a quienes la lógica del egoísmo se la ha arrebatado. Ya lo decía a sus discípulos… “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12, 24).
El ir y venir de Herodes a Pilato, la dureza del látigo del verdugo y las ofensas y las burlas de los testigos del infame e injusto proceso no logran resquebrajar la fidelidad de Jesús. Su alimento es hacer la voluntad del Padre y para cumplirla está dispuesto a hacer lo que sea necesario. La pasión nos revela la fidelidad en medio de la adversidad. Jesús ha grabado en su corazón que en el ser Hijo no cabe la huida.
Entrega y fidelidad, dos imágenes de Jesús que nos pueden ayudar a vivir nuestras horas de pasión. Cuando para sortear la dureza de la vida recurrimos al encierro en nuestros propios proyectos y en nuestras seguridades es muy probable que sucumbamos. Cuando somos capaces de descentrarnos y ver más allá de nuestro propio yo, la vida cobra sentido y, aunque la hora oscura nos siga acechando, somos capaces de leerla con otra mirada.
Crucifícalo, crucifícalo… La tercera escena es la de la traición, no la de Judas, sino la de todo un pueblo que pasa del hosanna del Domingo de Ramos al crucifícalo del Viernes Santo. El temor, la manipulación, el desencanto de quienes esperaban un mesías guerrero frente al modelo del Siervo que ofrece Jesús se confabulan para la traición y para la negación.
Seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias requiere de una identificación total del discípulo con el Maestro y esto no siempre resulta fácil. Somos débiles, frágiles y vulnerables y no estamos exentos de salir corriendo en el momento en que la vida nos exija muestras de fidelidad.
Cuando atravesamos horas bajas y pérdida de buen nombre nos viene bien mirar y beber de la fidelidad de Jesús para no cambiar nuestro hosanna por el crucifícalo, sino que con él podamos decir: “Padre, todo es posible para ti; aparta de mi esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” Mc. 14, 36.
Entremos a Jerusalén con Jesús para triunfar dando la vida.
Javier Castillo Rodríguez, sj