Los orígenes del monasterio de San Salvador de Palacios de Benaver se pierden entre la nebulosa de la historia y la leyenda. Se cree que el monasterio de Palacios de uno de los más antiguos de la cristiandad en España, no posee sin embargo carta de fundación.
El primer documento histórico que cita esta monasterio es del año 1231, como patrimonio de la casa de Lara y ya habitado por las monjas Benedictinas. Al morir el Conde de Lara, sus hijas, teniendo el monasterio por herencia vendieron sus derechos al Obispo de Burgos, D. Juan que era entonces Canciller del Reino. En el Absidiolo románico están enterrados los restauradores del monasterio: D. Garci Fernández Manrique, Dª Teresa Zúñiga, su esposa, y su hijo Pedro Fernández Manrique.
En 1470 se encuentra un nuevo documento en el que Enrique IV da su conformidad a la anexión de Santa Cruz de Valcárcel a la Abadía, con lo que la superficie patrimonial del monasterio abarcaba más de ochenta pueblos.
En esta época, el siglo XV el poder el monasterio llegó a ser inmenso, convertido en la práctica en un señorío feudal. La jurisdicción permitía a la abadesa elegir y nombrar alcaldes en Palacios, Valcárcel y Montorio, pudiendo romper su clausura para ir a visitar las tierras, pedir cuentas y sancionar patrimonios. Era también juez inapelable salvo ante el Rey y dirimía pleitos y contiendas de sus vasallos.
Los siglos XVI, XVII y XVIII fueron de relativa calma y prosperidad para el monasterio. Los conflictos y turbulencias del siglo XIX tampoco hicieron mella en la vida monástica.
La desamortización, que tan funesta fue para la vida de los monasterios españoles, apenas afectó a este monasterio de San Salvador, que estuvo permanentemente habitado, aunque perdió gran parte de sus posesiones.
A finales del pasado siglo se creó un colegio para niños, que luego pasó a ser escuela-hogar hasta el año 1993 en el que se cerró definitivamente siendo sus locales transformados en la actual hospedería monástica.
Tantos siglos de historia como encierran los muros de este monasterio han dado forzosamente lugar a relatos, historias y tradiciones que, transmitidos de forma oral unas veces, o escritas otras, han llegado hasta nosotras.
En una antiquísima Tabla que posee la iglesia del monasterio se conserva un curioso relato anónimo sobre la fundación y primeros avatares del cenobio de Palacios en el que se confunden historia y leyenda. Dos son los relatos legendarios que se cuentan sobre los inicios del cenobio de Palacios. El martirio de 300 monjas en el siglo IX y el hallazgo del Cristo crucificado y refundación del monasterio en el siglo X.
Se cuenta que en el año 834 trescientas monjas recibieron la palma del martirio. El mismo caudillo moro Zefa que el día 6 de agosto de ese año había degollado a doscientos monjes en San Pedro de Cardeña, decidió saquear el monasterio y asesinar a todas sus habitantes.
Tras la cruel profanación el monasterio habría quedado desierto durante 150 años hasta que el Conde Garci Fernández, gracias a un hallazgo milagroso del Cristo crucificado decidiera su reconstrucción en el año 968, siendo su primera abadesa Dª Urraca, una pariente suya.
Entre los años 981 y 1002 el Caudillo Almanzor arrasó todo el norte de España, y de nuevo Palacios se vio reducido a cenizas, siendo posteriormente reconstruido.
La iglesia abacial presenta al exterior una traza compleja por la mezcla de elementos de distintas épocas, si bien su plano general corresponde al gótico del siglo XIII. Tiene un ábside semicircular en el que se halla el retablo mayor, obra del siglo XVIII, expresamente construido para ese lugar. En los capiteles extremos se aprecian huellas dejadas por otro retablo anterior. En el claustro se conservan las tablas con relieves correspondientes a este elemento, que representan a San Bernardo, la Asunción-Coronación de la Virgen, San Benito y Santa Escolástica, San Jerónimo, San Juan, otro santo indeterminado y la Anunciación. Tradicionalmente se ha atribuido el Sagrado a Domingo de Amberes.
En el presbiterio se halla una interesante pintura barroca en la que se narra el ya mencionado legendario martirio de la comunidad de monjas por los sarracenos. En el absidiolo de la cabecera se halla la capilla de los Manrique. En ella se encuentra el sepulcro de Garci Fernández Manrique, Teresa de Zúñiga y su primogénito Pedro Fernández de Manrique, restauradores del monasterio a finales del siglo XIII. Sus estatuas yacentes están talladas en madera de nogal y fueron realizadas a comienzos del siglo XIV.
Entre las obras del monasterio sobresale el impresionante Cristo románico tallado en madera, realizado a finales del siglo XI. Es una talla de tamaño natural, estilizada y con cierto aire manierista.
El monasterio guarda una imagen de una Virgen gótica tallada en marfil, bajo la advocación de la Aparecida, cuya antigüedad puede remontarse a la primera mitad del siglo XIV.
El claustro mantiene la austeridad del conjunto, con arcos escarzanos que descansan en pilastras sin capitel ni adornos, salvo una imposta rectangular y llana. Hay algunas tablas con relieves de gran valor artístico, algunas de las cuales se cree que pertenecieron al primitivo altar mayor del siglo XVI.
El monasterio, en lo fundamental, fue construido en el siglo XVII. La portada y el claustro son de estilo clasicista.
La pieza artística más importante del monasterio es el Cristo románico de finales del siglo XI. Un crucificado de tamaño natural, solemne, recio, con los ojos abiertos y en disposición frontal, clavado en la cruz y sujeto mediante cuatro clavos, uno en cada mano y dos cruzados en los pies.
Su rostro es grave, bien definido, destaca la simetría en los cabellos, la barba y el bigote. No es un Cristo doliente sino un Dios triunfante sobre la muerte, un Cristo ya resucitado. La anatomía esquemàtica y plana, de brazos rectos y piernas verticales, totalmente frontal.
Diversos autores fijaron su cronología en la segunda mitad del siglo XII. Sin embargo, durante el proceso de restauración que en el año 2007 la “Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León” llevó a cabo, se ha descubierto policromía, tanto en el anverso como en el reverso de la cruz, y la utilización de pigmentos que podrían adelantar al siglo XI su creación.
CINCO LLAGAS, CINCOS BESOS
Para tus cinco llagas, cinco rosas,
O cinco versos si es que los prefieres.
Aunque bien sé que a cambio nada quieres
De tu pasión y muerte, tan penosas.
Para tus cinco llagas, mil ternuras,
Puesto que llagas son resucitadas
Que, trocadas en fuentes bienhadadas,
Se derraman en gracias y venturas.
Para tus cinco llagas mis albricias.
Ellas son tus trofeos y tu gloria.
¡Bien merecen, en pago, mis caricias!
Mantén frescas las cinco en mi memoria.
Que con piedad rendida y embeleso
Pondré yo, al día, en ellas cinco besos
LA LLAMADA DEL CRISTO DE BENAVER
Ven a ver, en Palacios, a su Cristo.
Basta con acercarte a Benaver.
Es aquí donde puedes conocer
alguna cosa que jamás has visto.
Un Cristo que está vivo y está muerto,
que cuelga, majestuoso, de su cruz,
que te mira a los ojos con su luz,
con la luz de sus ojos, tan abiertos.
Cuéntale tus afanes y tus cuitas
que para oírte está crucificado.
Verás que te compensa esta visita.
Entenderás su voz y su recado:
la llamada del Dios muerto de amor
que para amar vive resucitado.
Cuando me postro ante tu hermosa talla,
me pregunto, Señor, si aún estás vivo;
si estás por el dolor entumecido
o de la muerte has cruzado la raya.Clavado en una cruz y ensangrentado,
en varón de dolores convertido,
a pesar de tu talle, tan fornido,
eres como un cordero degollado.¿Vives o mueres, mi Jesús amado?
Esos tus ojos grandes, tan abiertos,
me han dado la respuesta más cumplida.
No sólo vives tú resucitado.
Eres ya, por encima de los tiempos,
nuestra Resurrección y nuestra Vida.