Domingo 30 - C 2025

domingo 30 c 2025Lucas 18, 9-14

El evangelio de este domingo nos coloca ante una escena tan sencilla como profunda: dos hombres suben al templo a orar. Uno es fariseo, observante, cumplidor, un hombre religioso, modelo social; el otro es un publicano, considerado pecador, excluido, indigno a los ojos de la gente. Jesús nos muestra que ambos hacen aparentemente lo mismo —orar—, pero no es la postura externa ni las palabras bonitas lo que determina si la oración agrada a Dios, sino el corazón con el que nos presentamos ante Él.

El fariseo se presenta ante Dios orgulloso de sus buenas obras: ayuna, da limosna, cumple los mandamientos. Todo eso es bueno y valioso, por supuesto. El problema no está en lo que hace, sino en cómo lo vive: se cree mejor que los demás, mira por encima del hombro, desprecia al que considera inferior. Su oración no nace del amor, sino de la comparación. Habla consigo mismo, se alaba a sí mismo y termina cerrando su corazón. Dios queda fuera.

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Domingo 29 - C 2025

domingo 29 c 2025Lucas 18, 1-8

El Evangelio de hoy nos presenta una escena sencilla, pero profundamente humana: una viuda que no se rinde ante un juez que ni teme a Dios ni respeta a los hombres. Ella insiste, una y otra vez, hasta obtener justicia. Jesús toma esa imagen para enseñarnos el valor de la oración perseverante.

El juez de la parábola no actúa por bondad, sino por cansancio. Sin embargo, Jesús nos dice: “Si hasta un juez injusto termina escuchando, ¡cuánto más nuestro Padre del cielo, que es justo y misericordioso!” Dios no se deja vencer en generosidad. Él escucha nuestras súplicas, aunque a veces parezca callar. Su silencio no es ausencia: es espera, es pedagogía, es amor que madura la fe.

La insistencia de la viuda no nace de la desesperación, sino de la confianza. Ella cree que la justicia llegará. Así debe ser también nuestra oración: confiada, constante, humilde. Muchas veces oramos y no vemos resultados, pero la oración no es una transacción; es una relación. Orar es permanecer en comunión, en diálogo, en esperanza.

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Domingo 28 - C 2025

domingo 28 c 2025Lucas 17, 11-19

Jesús camina hacia Jerusalén, y en su camino se encuentra con quienes viven al margen, con aquellos marcados por la enfermedad y la exclusión. Desde su dolor, elevan un clamor lleno de fe. No buscan solo alivio físico: buscan ser vistos, ser reconocidos, ser acogidos por Él.

Jesús no responde con gestos espectaculares ni con soluciones inmediatas. Les pide que caminen confiando, y es precisamente en ese caminar donde se produce la transformación. La gracia actúa mientras obedecemos y confiamos, incluso cuando todavía no vemos el fruto de su acción.

De todos los que fueron tocados por la gracia, solo uno vuelve para dar gracias. Su gratitud revela que ha recibido algo más que sanación: ha encontrado a Dios mismo. Los demás, aunque sanados, siguen su camino sin detenerse. La verdadera fe no se limita a recibir; se manifiesta en agradecer, en reconocer al Dador que actúa en nuestras vidas.

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Domingo 27 - C 2025

domingo 27 c 2025Lucas 17, 5-10

El evangelio de este domingo comienza con una súplica que es también la nuestra: “Señor, auméntanos la fe”. Los discípulos sienten que lo que Jesús les pide es demasiado grande para sus fuerzas, amar, perdonar, ser compasivos, y reconocen que solos no pueden. Nosotros también, en medio de tantas exigencias, luchas, cansancios y decepciones, descubrimos que nuestra fe se tambalea, que necesitamos que Dios mismo la sostenga. Y Jesús responde con una imagen desconcertante: no hace falta una fe inmensa, basta con que sea verdadera, pequeña como un grano de mostaza, pero viva, arraigada en lo profundo del corazón. Una fe así no se mide en cantidad, sino en confianza; no se trata de acumular certezas, sino de entregarse en sencillez al Señor.

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Domingo 26 - C 2025

domingo 26 c 2025Lucas 16, 19-31

El evangelio de hoy nos presenta una parábola exigente y conmovedora: el rico que vivía en la abundancia y el pobre Lázaro que yacía a la puerta de su casa. El rico, rodeado de lujos y banquetes, nunca maltrató a Lázaro, simplemente lo ignoró. Y esa indiferencia fue su pecado: no ver al otro, cerrar los ojos al sufrimiento que tenía tan cerca.

Al morir, se produce la gran inversión: Lázaro es consolado en el seno de Abraham, y el rico acaba en el tormento. Así es la lógica del Reino: lo que el mundo valora —lujo, poder, prestigio— carece de peso en el cielo. Lo que vale es el amor, la misericordia, la solidaridad.

Jesús nos recuerda que el tiempo de la conversión es ahora. No hacen falta milagros ni señales extraordinarias: ya tenemos la Palabra de Dios, ya sabemos lo que es justo. Si no escuchamos hoy, tampoco lo haríamos aunque viéramos un muerto resucitar.

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