Hoy Jesús está en el sepulcro.

Dios guarda silencio, un silencio preñado de esperanza.

Hoy es un día de admiración, de contemplación.

La iglesia permanece en vela esperando la victoria sobre la muerte.

Maria nos acompaña, es la madre de la esperanza.

Hoy la acompañamos en su soledad esperando el regreso de su Hijo.

Hoy, Viernes Santo, se nos invita a contemplar, en clima de silencio y recogimiento a Jesús crucificado y a tantos crucificados de nuestro mundo.

Hoy debemos dar gracias, porque Alquien se ha dedicado a amar hasta entregar su vida.

Dios ha querido asumir la historia humana totalmente, para convertirla en historia divina, en historia de salvación.

Dios ama así: hasta el extremo.

Y da la vida por cada uno de nosotros, y se enorgullece de ello y lo quiere así porque Él tiene amor: "Amar hasta el extremo". No es fácil, porque todos nosotros somos pecadores, todos tenemos límites, defectos, tantas cosas. Todos sabemos amar, pero no somos como Dios que ama sin mirar las consecuencias, hasta el extremo.

Yo no os digo hoy que os lavéis los pies unos a otros: sería una broma. Pero el símbolo, la figura, sí: os diré que si podéis dar una ayuda, prestar un servicio, aquí en la cárcel, al compañero... lo hagáis. Porque esto es amor, es como lavar los pies. Es ser siervo de los demás.

- Papa Francisco - 

Continuamos en la liturgia de hoy vivenciando los mismos sentimientos expuestos en el día de ayer.

Es crucial el momento en que uno de los discípulos colabora con los enemigos en la entrega de su Maestro. Al conocerlo, el alma vuelve a rumiar una y mil veces, por un lado, la grandeza del Amor y, por otro, la miseria de la infidelidad y traición.

Asociémonos nosotros al grito del amor sincero y del dolor asumido, y tomemos como punto de partida la antífona de entrada a la Misa:

Al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo.