Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón
Opiniones, las hay para todos los gustos, en cada tema que se debata, por variopinto que sea. Y todas deben ser muy respetables mientras no se traspase la línea de la tolerancia. Si la opinión pasa de lo natural a lo sobrenatural, si hay que dar un salto más allá de lo humano y traspasar al campo de la fe, casi sobran los comentarios, porque cuando se toca el terreno de lo trascendente, con mucha facilidad se cae en el peligro de la superficialidad con la indiferencia o el rechazo total.
Aun así, digan lo que digan, quienes tenemos el tesoro de creer más allá de lo que tocamos, palpamos y vemos, entenderemos mejor que la celebración de la Eucaristía, si no es un día, tampoco a lo mejor otro, ni otro… pero, de repente sí, otro día, sin buscarlo conscientemente podemos experimentar un impacto fuerte que no nos deja indiferentes, al menos, durante un tiempo.
Como cada día, empezamos la Eucaristía en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… y la celebración se va desarrollando con normalidad, no digo con la más que posible rutina, pero sí sin sobresaltos de ningún tipo. Sin más, llegamos al salmo responsorial rezado o cantado según el día y, ¡atención! cuando el corazón se estremece, cuando parece que empieza a palpitar más de lo normal, hay que prestar atención.
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
La formación inicial humana y monástica, tema delicado y complejo, tema comprometedor y apasionante a la vez que nosotras, como formadoras, hemos de abordar desde la responsabilidad y desde el reto que supone realizar esta misión que se nos ha confiado en nuestras respectivas comunidades.
A lo largo de estos días hemos profundizado en varios niveles de la teología de la vida comunitaria: tanto en su dimensión sacramental como en otros aspectos de la misma. Ahora me toca a mí descender a la vida cotidiana.
En noviembre de 2004 se celebró en Roma un Congreso Internacional sobre la vida Consagrada bajo este título: “Pasión por Cristo, pasión por la Humanidad”. El subtítulo recogía bien este propósito: “Lo que el Espíritu dice hoy a la vida consagrada”. Esta reflexión quiere ser el eco y la concreción de aquel acontecimiento eclesial. Deseamos prolongar la escucha al Espíritu, iniciada en aquel Congreso, en un intento más de captar qué es lo que el Espíritu nos está diciendo hoy a la vida monástica femenina. Lo haremos, en fidelidad, desde la misma inspiración de fondo: dejarnos interpelar por el Espíritu desde la realidad del mundo actual buscando fielmente nuestro lugar en la Iglesia, comprometiéndonos constantemente en una conversión profunda a Cristo y disponiendo nuestros corazones para “nacer de nuevo” a una vida monástica inspirada en la pasión por Cristo y en la pasión por la humanidad.