Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón
Opiniones, las hay para todos los gustos, en cada tema que se debata, por variopinto que sea. Y todas deben ser muy respetables mientras no se traspase la línea de la tolerancia. Si la opinión pasa de lo natural a lo sobrenatural, si hay que dar un salto más allá de lo humano y traspasar al campo de la fe, casi sobran los comentarios, porque cuando se toca el terreno de lo trascendente, con mucha facilidad se cae en el peligro de la superficialidad con la indiferencia o el rechazo total.
Aun así, digan lo que digan, quienes tenemos el tesoro de creer más allá de lo que tocamos, palpamos y vemos, entenderemos mejor que la celebración de la Eucaristía, si no es un día, tampoco a lo mejor otro, ni otro… pero, de repente sí, otro día, sin buscarlo conscientemente podemos experimentar un impacto fuerte que no nos deja indiferentes, al menos, durante un tiempo.
Como cada día, empezamos la Eucaristía en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… y la celebración se va desarrollando con normalidad, no digo con la más que posible rutina, pero sí sin sobresaltos de ningún tipo. Sin más, llegamos al salmo responsorial rezado o cantado según el día y, ¡atención! cuando el corazón se estremece, cuando parece que empieza a palpitar más de lo normal, hay que prestar atención.