Somos un grupo de doce monjas que nos hemos sentido llamadas por Dios a vivir nuestra fe en comunidad en la vida monástica poniendo en común lo que somos y tenemos, nuestros dones y nuestras carencias, y nos hemos embarcado en la aventura del seguimiento de Jesús.
Intentamos que Cristo sea el centro de nuestra vida, no anteponiendo nada a su amor, en la vida sencilla de cada día, en el silencio y la vida de oración, amándonos y sirviéndonos unas a otras.
Y desde ahí, ser irradiación de vida evangélica para la Iglesia y el mundo.
“Venid y ved” Juan 1, 39
Si de veras busca a Dios
Sigamos su camino guiadas por el Evangelio
Vivimos en un monasterio, compartiendo fraternalmente nuestra búsqueda de Dios.
Guiadas por una Regla, que es compendio sencillo, concreto y vivo del Evangelio de Jesús.
Acompañadas por una Abadesa, elegida entre todas para servir y animar nuestra vida fraterna.
Formamos una familia congregada en Cristo y para Cristo.
Nos convoca a todas el deseo de buscar a Dios y de vivir las actitudes de Cristo.
Vivimos amándonos y sirviéndonos unas a otras, en comunión de bienes.
Tejiendo entre nosotras lazos de amistad.
Estimando a las demás más que a una misma.
La luz y el ocaso marcan el ritmo de nuestra jornada, uniéndonos así a la cadencia natural de la creación.
Antes del amanecer rezamos el Oficio de Lecturas.
A primera hora de la mañana Laudes, la oración de alabanza.
Durante el día Tercia, Sexta y Nona.
Por la tarde Vísperas, cuando los hombres descansan de sus trabajos.
Por la noche, en la oración de Completas, damos gracias por todo lo vivido durante el día.
Dios nos habla, nos abre su corazón y nos invita a compartir su Misterio de Amor.
Escuchamos su voz leyendo, rumiando y ahondando en su Palabra contenida en la Escritura.
Esta lectura de la Palabra de Dios alimenta nuestra vida entera y da profundidad a nuestra vida fraterna.
Ocupa un lugar muy importante en nuestra vida pues nos hace vivir de manera digna y solidaria, colaborando en la acción creadora de Dios.
Nuestro trabajo es signo de solidaridad y expresión de pobreza ya que trabajamos para sustentarnos y compartir lo nuestro con los más necesitados.
Serán verdaderamente monjas si viven del trabajo de sus manos.
La comunidad monástica es una comunidad en marcha, en búsqueda de Dios, al servicio del pueblo, donde, en la dinámica de la paciencia, va creando lazos de comunión con los hombres.
La paz a la que la monja aspira, lema benedictino por excelencia, nada tiene que ver con las falsas alegrías de una vida fácil.
Supone escuchar, lo que nos pide Cristo hoy y lo que esperan de nosotros los hombres:
La paz en nosotros mismos,
la paz en nuestra comunidad,
la paz entre los hombres,
la paz con el mundo de las cosas
y la paz con Dios.