Domingo XXIII - C
Lucas 14, 25-33
Jesús continúa de camino a Jerusalén. Lucas nos dice que «le seguía mucha gente». Sin embargo, Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número. Lo contrario de lo que nos pasa a nosotras.
De pronto se vuelve y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere superficialidades ni precipitaciones, ni medias tintas, no admite la mediocridad, por eso nos avisa que, antes de ponernos en camino, debemos de medir nuestras fuerzas.
Sorprende y desconcierta, casi escandaliza, la radicalidad que conlleva seguirlo. Jesús pone el listón muy alto, mientras que los líderes y maestros intentan atraer discípulos y adeptos a su causa presentan un camino fácil y atractivo.
No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona. Implica una adhesión personal, pensada, seria, exigente, comprometida con el reino.
Jesús habla, en primer lugar, de dejar la familia, a los seres más queridos, abandonar lugares y ponerse en camino hacia lo nuevo, lo desconocido. “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre… e incluso a sí mismo…” Esto resulta muy doloroso, sin embargo, después se descubren unas relaciones más profundas que las de la carne y sangre. El Reino nos hace hermanos e hijos, con un Padre común, con una familia a la que cuidar y atender, con un amor que no es exclusivo ni excluyente, sino que se abre a todos, a la fraternidad universal. Más aún. Nos invita a renunciar a nosotros mismos. Ya que, el que vive egoístamente, pensando sólo en su propio bienestar, sin pensar en los demás, no es apto para el reino.
Jesús sigue hablando con crudeza: «El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo». La cruz es el único camino hacia el horizonte de vida. Si vivimos evitando problemas y conflictos, si no sabemos asumir riesgos y penalidades, si no estamos dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no podremos ser discípulos de Jesús.
Merece la pena, por encima de los bienes que esclavizan y pasan, lo importante es caminar por el camino del amor, del servicio y de la entrega desinteresada a las hermanas.
A quien sigue a Jesús de verdad, dejándolo todo, el corazón se le agranda hasta que se hace tan grande como el mundo. Ese es el momento en que se da la paradoja del dejarlo todo para ganar todo.
Madres Benedictinas- Palacios de Benaver (Burgos)