Domingo XXVII - C
Lucas 17, 5-10
Los discípulos, como vemos en el evangelio, son conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Y nosotras, ¿tenemos fe? ¿Cómo es nuestra fe? ¿Necesitamos que crezca?
Pero, ¿qué es la fe? Fe, decía el antiguo catecismo, es creer en lo que no se ve. Creer en Jesús es confiar en él, abandonarse, es establecer una relación con él, como persona con la que se dialoga. Es confiar en el amor que Dios nos tiene.
Creer en Jesús no nos facilita la vida ni nos evita tomar decisiones complicadas. No nos libera de nuestras responsabilidades, sino que nos invita a vivir en libertad, a explorar nuevos caminos, a tomar nuestras propias decisiones y a ser responsables por ellas. La relación con Jesús no niega nuestra libertad y nuestra madurez. Nos hace más capaces de relacionarnos con los demás en clima de diálogo y fraternidad. Creer en Jesús y en su mensaje es estar convencidas de que, a pesar de los pesares, aunque la realidad se muestra cruda y cruel, este mundo tiene sentido porque ha sido creado por Dios y es expresión de su amor.
La fe es un don y una tarea al mismo tiempo. Hemos de cuidarla y cultivarla como una planta. Hay personas que buscan y no encuentran, tal vez porque buscan por caminos equivocados. Dios se hace el encontradizo, sale a nuestro encuentro, debemos escucharlo y dejarle actuar.
No vemos a Jesús, pero nuestra fe nos dice que él camina en medio de nosotras. La Eucaristía es el signo mayor de su presencia, en el momento en que se hace pan compartido para los hermanos. Dios potencia nuestra fe en la persona humana, en nosotros mismos y en los demás. Dios nos hace ser humildes y reconocer nuestras limitaciones, pero al mismo tiempo saber que todo lo podemos en aquel que nos conforta.
Pero la fe no nos evita dar ni uno de los pasos que tenemos que dar en la vida. No nos libera del esfuerzo por crear un mundo mejor, más justo y solidario para todos. La providencia y la gracia de Dios no hace que yo, por las casualidades de la vida me salve de una enfermedad.
Lo que más se opone a la fe no son las dudas e interrogantes que pueden nacer sinceramente en nosotras sino la indiferencia y la superficialidad de nuestra vida.
El que busca sinceramente a Dios, se ve envuelto más de una vez en oscuridad, duda o inseguridad. Pero si busca a Dios, hay en él un deseo de creer que no queda destruido por la duda, el cansancio, la oscuridad ni el propio pecado.
No olvidemos que la fe no se reduce a unas convicciones que nos han inculcado desde niños. El que cree de verdad no se queda en las fórmulas ni en los conceptos. No descansa en las palabras. Sencillamente, busca a Dios y cree en Jesús.
Como los discípulos vamos a pedirle al Señor hoy que “aumente nuestra pobre fe”.
Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".
Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestra comunidad.
Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia.
Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotras la fe de los testigos y los profetas.
Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotras renovando nuestras vidas y alentando nuestra comunidad.