Domingo XXV - A
Mateo 20, 1-16
Comienza el evangelio de hoy diciéndonos que “el reino de Dios se parece a…” Pretende darnos una explicación del reino de Dios sirviéndose de la naturaleza, de la vida cotidiana. La parábola del jornalero que la liturgia nos ofrece en este domingo es uno de los relatos más sorprendentes y provocativos de Jesús. El personaje principal de la parábola es el propietario de una viña. La viña evoca en primer lugar al pueblo de Israel, considerada como la “viña de Dios”. Llegado el tiempo de la cosecha el propietario necesita jornaleros para la recolección de las uvas. Él mismo sale al amanecer a la plaza del pueblo, donde la gente necesitada de trabajo se reunía esperando a que alguien los contratase para la jornada.
A horas tempranas el dueño de la viña encuentra un grupo de hombres y conviene con ellos en pagarles un denario por la jornada de trabajo. Un denario era considerado un salario justo por un día de trabajo. El pago se realizaba al finalizar la jornada, pues en la Ley de Moisés estaba estipulado: al trabajador «dale cada día su salario, sin dejar pasar sobre esta deuda la puesta del sol, porque es pobre y lo necesita» (Dt 24,15; ver Lev 19,13). El propietario de la viña vuelve nuevamente a media mañana, hacia mediodía y a media tarde a la plaza en busca de más operarios. A éstos les ofrece pagarles ya no un denario sino «lo debido». Finalmente vuelve una vez más «al caer la tarde y encontró a otros, sin trabajo». Ni siquiera faltando una hora para que el sol se oculte el dueño de la viña cesa en su búsqueda. También a éstos los contrata para trabajar en su viña en lo que queda del día. Era impensable que el propietario de las tierras saliera hasta cinco veces a buscar jornaleros; con lo que queda muy claro que la intención de la parábola es que nadie se quede sin trabajo, sea a la hora que sea. Sin duda, los últimos jornaleros contratados no esperaban recibir mucho por una hora de trabajo. Aún así, ante la necesidad de llevar algo a casa para el sustento de los suyos, poco sería mejor que nada. Es a los últimos a los que el capataz manda pagar primero, y manda pagar no «lo debido», sino un denario. Desde el punto de vista de la justicia, aquellos hombres recibieron un pago inmerecido, fruto de la bondad y generosidad del dueño de la viña.
Esta parábola en esencia viene a decirnos que Dios es todo bondad, gratuidad. Se asemeja a aquel propietario que tiene compasión de los obreros sin trabajo y paga a cuantos han trabajado, no importa el tiempo, ni cuánto hayan producido. Dios no actúa con los criterios y cálculos que nosotros manejamos para imponer justicia o igualdad. “Los planes de Dios no son nuestros planes, ni sus caminos los nuestros”. No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios que supera nuestros esquemas. Dios no está pendiente de nuestros méritos, como a veces creemos, sino que está atento más bien a responder a nuestras necesidades. Cuando decimos que Dios es justo, lo entendemos según lo que nosotros entendemos por justicia; si decimos que Dios es bondad, proyectamos lo que nosotros entendemos por Bondad. Pero JESÚS se encarga de enseñarnos OTRO ROSTRO de Dios, y ese rostro desconcierta, rompe nuestros esquemas. Ésta es la enorme novedad y aportación de Jesús. La parábola resalta la absoluta libertad y bondad de Dios en la distribución de sus bienes. Dios es justo en su obrar cuando paga lo convenido a quienes trabajaron todo el día, y es bondadoso y misericordioso, cuando da lo mismo a quien sólo ha trabajado una hora al final del día. El mensaje de Jesús nos invita a dejar a Dios ser Dios.
No hemos de empequeñecer su amor infinito con nuestras ideas y esquemas, Dios es bueno con todos. Nos mira con amor, lo merezcamos o no. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo agradecido y la confianza total. Todos somos salvados, no por nuestros méritos sino por la infinita misericordia de Dios.