Domingo V - B
El pasaje evangélico de hoy no tiene sentido si lo separamos de la actividad de Jesús en la Sinagoga narrado el domingo. El episodio de la Sinagoga nos revela a Jesús como Maestro, el evangelio de este domingo nos revela a Jesús como médico o taumaturgo.
Por la mañana en la Sinagoga cura un leproso, por la tarde se dirige a casa de Pedro y Andrés. Al entrar en casa le dicen que la suegra de Pedro está enferma. No puede salir a acogerlos porque tiene fiebre. Jesús rompe de nuevo el sábado, se acerca a ella, la toma de la mano, la levanta y se le quitó la fiebre entonces ella se puso a servirles.
Jesús va sembrando un río de vida allí por donde pasa. La verdad que lleva en su palabra y en su vida, inunda de vida y devuelve la vida a los enfermos.
La noticia se difundió por todo el pueblo, tanto lo que había hecho por la mañana en la Sinagoga como la curación de aquella mujer, y enseguida le trajeron a la puerta de aquella casa un montón de enfermos y endemoniados. Jesús curó a muchos, pues reparte a manos llenas lo que ha recibido del Padre. Jesús podía irse tranquilo a dormir. Pero en realidad durmió poco.
De madrugada se marchó a un descampado y allí se puso a orar. Sólo orando se puede entrar en el corazón de Dios y ver las cosas como Él las ve: con un corazón amoroso de Padre, que sufre al ver las desgracias de sus hijos. Jesús dedica tiempo a la oración para descubrir su misión e identificarse con ella. Sólo así se liberará de la tentación del activismo y de querer vivir en olor de multitudes.
Sus discípulos, en cambio, vienen a por él porque la gente se había puesto a buscarlo. Pero Jesús no se deja atrapar por el deseo de curar a todos. Sabe que la misión que el Padre le ha confiado es más compleja y difícil. Hay que anunciar la Buena Noticia también en los demás pueblos. El evangelio tiene un alcance universal. Lo primero que tiene que hacer es anunciarlo.