Domingo VI - B
La liturgia hoy nos presenta el relato de la sanación de un leproso. La lepra en tiempos de Jesús era una enfermedad contagiosa. Los leprosos estaban aislados, despreciados y condenados a estar lejos de los demás y de Dios, apartados de la vida social. Esto lo establecía incluso la Ley (Lv 5,3; Nm 5,2), ya que así se garantizaba la salud y la pureza del pueblo.
De manera inesperada, un leproso, rompiendo las normas religiosas y sociales que le obligan a vivir excluido de todo contacto, se acerca a Jesús. Su deseo de salir de la miseria y la marginación es más grande, sin duda, que su temor a infligir la Ley. ¡Necesita de Jesús!
La fe del leproso nos desarma. Se arriesga a acercarse a Jesús, se arrodilla ante él en un acto de total confianza: “Si quieres, puedes curarme”. La respuesta de Jesús es aún más sorprendente: “extendió la mano y lo tocó”. Extiende la mano para transmitirle su fuerza curadora. Toca su piel repugnante para liberarlo de miedos y tabúes, pero, también, para invitar a todos a superar la exclusión entrando en contacto con los que parecen malditos. Jesús lo tocó, tocó su herida y la hizo suya.
El leproso había violado la ley acercándose a Jesús. Ahora es Jesús quien rompe las barreras que la falta de compasión habían ido levantando. “Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio». Jesús saca al enfermo del aislamiento. Lo integra en la comunidad. Termina con su exclusión. Lo sana físicamente y espiritualmente.
Jesús le está diciendo: no estás castigado por Dios; más aún, Dios te ama. Déjate tocar por su amor. Hoy Jesús continúa diciéndonos esto a cada una. “Dios te ama, déjate curar por su amor”
Al despedirlo, Jesús le pide severamente que guarde silencio y no diga a nadie lo ocurrido. No es fácil interpretar esta prohibición. Sabemos que el evangelio de Marcos presenta a Jesús prohibiendo a sus discípulos que hablen de él. Al parecer, teme que lleven al pueblo a graves malentendidos viendo en él un Mesías de carácter político y revolucionario (secreto mesiánico).
El relato culmina con un final bastante lleno de ironía. El leproso que había estado incomunicado, «se pone a divulgar a voces» lo ocurrido. Por el contrario, Jesús que lo ha liberado de la exclusión, se ve obligado a «quedarse fuera, en lugares despoblados”, como si fuera un leproso».
El Evangelio de hoy es una provocación que debe hacernos reflexionar sobre todas aquellas lepras que nos separan de los demás. Todas aquellas lepras que nos quitan nuestra dignidad de personas, que nos impiden ser verdaderamente humanas.
Nuestra sociedad produce exclusión. Sin darnos cuenta, levantamos muros y barreras para excluir a quienes pueden poner en peligro nuestro bienestar o «contaminar» nuestra tranquilidad: gentes de otras razas, inmigrantes, indigentes, , delincuentes que han pasado por la cárcel, prostitutas, colectivos gays o de lesbianas… Incluso desde la Iglesia podemos reforzar estas marginaciones o generar nuevas de carácter religioso: miembros de otras religiones, cristianos alejados de la Iglesia, casados de manera irregular, mujeres que han abortado…
Seguir a Jesús es comprometerse en ese «movimiento de compasión» que él puso en marcha para introducir en la historia humana un «amor no excluyente» que vaya eliminando barreras de carácter racial, religioso, social, cultural, económico, sexual… Todas y cada una de nosotras también estamos enfermas de lepra y necesitamos que Jesús extienda su mano y nos toque para ser sanadas. Pidamos a Jesús que nos sane, que nos ayude a romper esas barreras que, a veces, levantamos. Que nos de su gracia para descubrir en todo ser humano la imagen de Dios.