Domingo XXVIII - B
Hoy Marcos nos narra el Evangelio del joven rico que se acerca a Jesús y le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna.
El episodio está narrado con intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega “corriendo” un desconocido que “cae de rodillas” ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.
No es un enfermo que necesita curación. No es un leproso que, desde el suelo, implora compasión. Su petición es de otro orden.
Lo que él busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: “¿Qué haré para heredar la vida eterna”. No es una cuestión teórica, sino existencial. No habla en general: quiere saber qué ha de hacer él personalmente.
Antes que nada, Jesús le recuerda que “no hay nadie más bueno que Dios” Antes de plantearse qué hay que “hacer”, hemos de saber que vivimos ante un Dios bueno como nadie: en su bondad insondable hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda “los mandamientos” de ese Dios bueno. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.
La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. “Jesús se le queda mirando con cariño”. Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.
Jesús entiende muy bien su insatisfacción: “una cosa te falta”. Siguiendo esa lógica de “hacer” lo mandado para “poseer” la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.
Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones (vende lo que tienes). Lo segundo, ayudar a los pobres (dales tu dinero). Por último, “ven y sígueme”
El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertas de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que “era muy rico”.
Da la impresión que ese joven no fue con el corazón abierto a preguntar a Jesús. No estaba dispuesto a escuchar la respuesta de Jesús. Dentro de su corazón llevaba condiciones y para seguir a Jesús no hay que poner condiciones, hay que ponerse en sus manos incondicionalmente. Era rico, tenía muchos bienes, vivía bien. No estaba dispuesto a abandonar sus riquezas. Era más importante para él que la vida eterna que también buscaba, pero no a cualquier precio.
Seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto Jesús lo invita a su seguimiento, a formar parte de sus íntimos. Y no sólo debe abandonar su riqueza, sino que debe entregarla a los pobres y necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo. Pero, dejar sus posesiones le resultó una exigencia muy dura; quizá también nos pasa a nosotras que preferimos, a veces, una vida consagrada resignada a una cómoda mediocridad sin llegar hasta el final, sin entregarlo todo, poniendo condiciones, abandonadas a ese Dios bueno.
Todas, me parece, estamos reflejadas en la figura del joven rico del Evangelio. Jesús, después de mirarnos con cariño, nos dice a cada una: una cosa te falta o una cosa te sobra. Tú verás lo qué es. Entra en tu corazón, desnúdate ante él, pregúntate con sinceridad: ¿Qué me falta o qué me sobra para seguir a Jesús con radicalidad?
Seguramente en nuestro caso no estamos apegadas al dinero, pero todas sabemos que hay muchas clases de riquezas. Puede haber en nosotras apegos que nos ocupan el corazón, que desplazan al Señor del centro, que nos impiden seguirlo con soltura, con libertad. Estos apegos, estas riquezas nos están empobreciendo, nos están quitando libertad y generosidad. Nos pueden estar impidiendo escuchar a Dios y a las hermanas.
arcos 10, 17-30