Domingo 5 Pascua - C
Jesús está celebrando en el Cenáculo su última cena con sus discípulos. Son momentos de emoción y de tensión. Como un padre que hace testamento, Jesús se limita a lo esencial y recuerda lo que más lleva dentro: "Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros".
El mandato del amor fraterno; he aquí el testamento y la herencia del Señor. El amor, la señal de identificación de sus discípulos; y signo también de su presencia invisible, pero real y perenne, entre nosotros.
El Evangelio nos presenta “el amor a los demás” como lo más importante del mensaje de Jesús; “el amor al prójimo” es como la “línea” que separa a quienes están con Jesús de quienes se encuentran lejos de Él.
Las palabras de Jesús son tajantes: “Si os amáis, seréis mis discípulos”. Por consiguiente, podemos afirmar lo contrario: “El que no ama no es discípulo de Jesús
Jesús nos da un mandamiento nuevo. Nuevo por la extensión y por la intensidad, por el estilo, el modo y las cualidades. Jesús nos pide que amemos como él. En eso está lo nuevo, no en el qué, sino en el "cómo". Amor como el de Jesús, es decir, gratuito, generoso, universal, incondicional, sin límites.
El estilo de amar de Jesús es inconfundible. No se acerca a las personas buscando su propio interés o satisfacción, su seguridad o bienestar. Solo piensa en hacer el bien, acoger, regalar lo mejor que tiene, ofrecer amistad, ayudar a vivir. Así lo recordarán años más tarde en las primeras comunidades cristianas: «Pasó toda su vida haciendo el bien».
Por eso su amor tiene un carácter servicial. Jesús se pone al servicio de quienes lo pueden necesitar más. Hace sitio en su corazón y en su vida a quienes no tienen sitio en la sociedad ni en la preocupación de las gentes. Defiende a los débiles y pequeños, los que no tienen poder para defenderse a sí mismos, los que no son grandes o importantes. Se acerca a quienes están solos y desvalidos, los que no conocen el amor o la amistad de nadie.
Lo habitual entre nosotros es amar a quienes nos aprecian y quieren de verdad, ser cariñosos y atentos con nuestros familiares y amigos, para después vivir indiferentes hacia quienes sentimos como extraños y ajenos a nuestro pequeño mundo de intereses. Sin embargo, lo que distingue al seguidor de Jesús no es cualquier «amor», sino precisamente ese estilo de amar que consiste en acercarnos a quienes pueden necesitarnos.