Domingo XIII - C
La liturgia de este domingo se centra en el tema del seguimiento y de sus exigencias de la vocación. En ellas descubrimos cómo subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del abandono de cosas y personas como exigencia para seguir a Jesús. No existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del reino de Dios, en aquellos que anteponen a Jesús condiciones o intereses personales como le pasó al joven rico del evangelio.
La marcha de Jesús a Jerusalén no es un viaje común. Por eso el maestro requiere de los discípulos la seriedad de la resolución y del riesgo que lleva seguirle, quien comparte esa aventura, tiene que estar dispuesto a entregar su propia vida.
Por tanto, seguir a Jesús exige, no solo buena voluntad, si no disponibilidad de vivir según su designio, en una constante inseguridad. Ser discípulo de Jesús es vivir en constante movimiento, en no tener nada fijo y estar dispuesto de corazón a hacer la voluntad del Maestro.
Jesús no fue inhumano; al contrario, fue el más humano de los humanos. Su vida fue un continuado gesto de ternura. No pudo contener las lágrimas ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). Jesús defiende el amor y el cuidado de los padres ancianos (Mt 7,9). Lo que quería y quiere decirnos es que nadie, pero menos sus discípulos, ha de dejarse atrapar por una familia posesiva, sino que cada miembro ha de hacer su opción libre, que la familia no puede condicionar su llamada a seguirle y a trabajar por el Reino.
Dos hombres se acercan a Jesús de manera espontánea y le dicen que querrían seguirle. No sabemos lo que les pudo mover a ello. Evidentemente están fascinados por él y querrían estar con él. Otro es llamado por Jesús a seguirlo. En ninguno de los tres casos sabemos si se unieron a Jesús. Pero conocemos las circunstancias y las condiciones requeridas para el seguimiento.
Se diría que Jesús hace todo lo posible por desanimar a los tres que pretenden seguirle a lo largo del camino. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir. En realidad, él no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones. Los discípulos deben ser conscientes de los sacrificios que comporta el seguimiento de Jesús.
Disponibilidad para vivir en la inseguridad. “Te seguiré donde quiera que vayas” Jesús le dice claramente lo que debe esperar en el seguimiento. Su propio camino está envuelto en imprevistos y pobreza. Él no puede ofrecer la garantía y la comodidad de un alojamiento seguro. No posee nada así; Que Jesús no tenga un alojamiento seguro lo ha demostrado en el viaje que acaba de hacer a través de Samaría. Él depende de la acogida que se le da. Acepta ser rechazado y emprende una nueva búsqueda. Renuncia a las ventajas de un lugar estable. Se libera así de las ataduras que entraña un lugar fijo, consiguiendo así plena libertad para llevar a cabo su misión.
Los otros dos añaden condiciones a su disponibilidad para el seguimiento: “Déjame ir antes a enterrar a mi padre”; “déjame despedirme primero de mi familia”. Jesús no acepta estas condiciones, en las que siempre entra en juego la familia. Es innegable que sus palabras suenan muy duras. Expresan con extrema claridad que él exige un seguimiento incondicional. Quien quiere seguirlo debe decidirse totalmente a él; no puede poner ninguna condición.
El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige una respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una invitación de Dios, y una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero sólo por amor, por enamoramiento de Jesús y de su Causa, el Reino, podremos avanzar en su seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni la ascesis pueden suplir el papel que el amor tiene que jugar insustituiblemente en nuestras vidas llamadas.
Una vez que el amor impregna nuestras vidas, todo lo legal sigue teniendo su sentido, pero es puesto en el lugar que le corresponde: relegado a un segundo plano. “Ama y haz lo que quieras” decía san Agustín; porque si amas, no vas a hacer lo que quieras sino lo que debes, lo que Dios espera de ti. Es la libertad del amor.
Pidamos al Señor que nos ayude a secundar el seguimiento que iniciamos un día al sentirnos llamadas y que debemos renovar, día a día, sin miedo a las exigencias que se nos irán presentando.