Domingo 19 - C
Jesús en el evangelio de hoy nos indica tres actitudes a tener en cuenta:
1. A no temer, pese a la propia pequeñez, “No temas, pequeño rebaño”, sino a poner la confianza en Dios, que ha decidido regalar a los que confían en Él una riqueza inmensamente superior a todas las posesiones materiales y a todo el poder de este mundo: su propio reino.
Ese reino del que Jesús ha hecho el centro de su predicación, y que ya se ha hecho presente, se convierte ahora en un don que Dios hace a su pequeño rebaño. Ese don es la persona misma de Jesucristo, por el que merece la pena venderlo todo y darlo generosamente a los pobres, para adquirir así un tesoro que no se puede echar a perder ni puede ser robado.
2. A vivir desprendidas, compartiendo nuestros bienes con los más necesitados poniendo nuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra que pasan.
3. A la vigilancia. A vivir despiertas y preparadas para cuando vuelva el Señor.
Vigilar significa no distraerse, no amodorrarse, no «instalarse» satisfechas con lo ya conseguido. Estamos llamadas a vivir en una espera vigilante y activa.
Vigilar -tener las lámparas encendidas para el encuentro con el Señor -que puede suceder en cualquier momento-, significa tener la mirada puesta en los «bienes de arriba», de los que se nos hablaba el domingo pasado; no dejarse encandilar por los atractivos de este mundo, que es camino y no meta; tener conciencia de que nuestro paso por este mundo, aunque sea serio y nos comprometa al trabajo, no es lo definitivo en nuestra vida.
Vigilar es vivir despiertas, en tensión. No con angustia, pero sí con seriedad, dando importancia a lo que la tiene. Esto no supone desentendernos de las cosas de aquí abajo.
Debemos esforzarnos por buscar siempre las «cosas de arriba» (la fraternidad, el amor, la solidaridad, el proyecto de Dios) entre «las cosas de abajo» en la vida diaria.
Lo cual quiere decir que tenemos que ser protagonistas no sólo de la espera del Reino, sino ya, desde ahora, de su construcción. Dios nos ha dado unos talentos que debemos administrar y hacer fructificar.
Dios nos ha entregado a cada una de nosotras una responsabilidad cualidades, aptitudes, capacidades para cultivar y usar, pero también para cuidar mientras Él regresa. No debemos dormir, ni actuar como el empleado infiel, sino hemos de estar vigilantes y despiertas y trabajar por hacer una comunidad mejor, un mundo mejor. No por temor al castigo, sino por amor a Dios y por no defraudar lo que Él espera de nosotras. El temor del Señor no es miedo, sino respeto y agradecimiento a Dios, que nos han entregado muchos dones y espera que los pongamos al servicio de los demás.
Jesús nos llama una vez más a acoger su palabra, a vivir siempre preparadas, dispuestas a recibir al Señor, que en cualquier momento se puede presentar, que espera ver si hemos vivido como hermanos y sentarnos con Él en la mesa en su Reino.
Que el Señor nos conceda la gracia de estar preparadas para recibirle cuando vuelva, con el corazón puesto en los bienes de arriba. Fieles a los compromisos terrenos, pero con el corazón siempre puesto en Dios.
El evangelio termina diciendo que “A quien se le dio mucho, se le podrá exigir mucho; y a quien se le confió mucho, se le podrá pedir más.” Todas, cada una de nosotras, ha recibido mucho del Señor, tenemos una gran responsabilidad, nuestra respuesta no puede ser mediocre, sino generosa, a la medida de los dones recibidos