Domingo 23 - C
Lucas 14, 25-33
Jesús no sólo nos pide que lo dejemos todo. Hay que seguirle. Hay que dejar los lugares conocidos y familiares y lanzarse al camino, a lo nuevo, a lo desconocido. Seguirle es toda una aventura. Más si se tiene en cuenta que su vida acabó en el Calvario. Todas son palabras muy duras para nuestros oídos. Deseamos una vida más cómoda, más muelle. La cruz nos cuesta llevarla, asumirla y la primera reacción que tenemos es rechazarla.
Pero la propuesta de Jesús sigue ahí. Y Jesús nos dice la verdad. Hay que dejarlo todo para empezar una vida nueva. Porque el Reino supone una ruptura con nuestro propio pasado.
Hay que perderlo todo para recuperarlo todo desde otro punto de vista: desde el punto de vista del Padre, del Abbá, que nos convoca a todos a la mesa de la fraternidad. No se puede seguir enganchado al pasado y al mismo tiempo seguir a Jesús.
Hay algo que no podemos dejar por mucho que nos empeñemos: los recuerdos, las heridas, las cicatrices de los combates que nos va dejando la vida –todo eso es la cruz que cargamos con nosotras – nos acompañan siempre. Es imposible decir que comenzamos una vida nueva y que el pasado queda olvidado. Nuestra vida, lo que somos, es la acumulación de nuestras decisiones y de sus consecuencias (previstas o imprevistas, queridas o no queridas). Todo eso es lo que nos va haciendo lo que somos.
Jesús nos pide que seamos valientes y agarremos esa cruz. No hay que negar nada. Pero ninguna de esas cosas de nuestro propio pasado (a veces tenebroso, a veces luminoso) nos puede impedir seguir caminando detrás de Jesús.
El amor que abarca todos y todo
Construir el Reino, seguir a Jesús exige compromiso, dedicación, esfuerzo. Es gracia de Dios, pero a la vez exige la participación de la persona. Es tarea de personas adultas, libres y responsables. Es tarea para los que han escuchado la Palabra de Jesús, la han acogido en su corazón y llegado a poseer la verdadera sabiduría, la que da la vida, la que nos devuelve la esperanza, como nos señala la primera lectura de este domingo.
Después, en el camino del seguimiento se descubren unas relaciones más profundas que las de la carne y la sangre. El Reino nos hace hermanos e hijos, hermanas e hijas, con un Padre común, con una familia a la que cuidar y atender, con un amor que no es exclusivo ni excluyente, sino que se abre a todos, incluidos los marginados y los esclavos, como muestra el texto de la carta de Pablo a Filemón.
Al que sigue a Jesús de verdad, dejándolo todo, el corazón se le agranda hasta que se le hace tan grande como el mundo. Ese es el momento en que se da la paradoja del dejar todo para ganar todo.