Domingo 5 Cuaresma - A 2023
En este quinto domingo de Cuaresma la liturgia nos presenta la resurrección de Lázaro. Contemplamos a Jesús como el enviado del Padre para dar la vida y darla en abundancia resucitando a Lázaro, su amigo.
La resurrección de Lázaro nos habla de que Dios es el Señor de la Vida, y que tiene poder sobre la muerte. Y lo demostrará plenamente con la resurrección de Jesús, que celebraremos la noche de Pascua.
En este relato podemos descubrir dos reacciones de Jesús ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte: pena, compasión; y llanto y confianza total en Dios.
Hay tres detalles que me han llamado especialmente la atención:
El primero es la humanidad de Jesús. Señor, tu amigo está enfermo. Así anunciaron a Jesús la grave enfermedad de Lázaro. Me impresiona la reacción de Jesús ante la muerte de su amigo. Me impresiona ver a un Dios encarnado en Jesús que llora, un Dios cercano y humano, un Dios sensible, un Dios que comparte y asume el misterio del dolor. Es un detalle más que nos confirma la entrañable humanidad de Jesús, la hondura de los sentimientos del Hijo de Dios hecho hombre. Jesús, en efecto, amaba a Lázaro. Lo demostrará luego, cuando llore delante de los demás al ver la tumba del amigo. Y lo demuestra en su decisión de ir a curarle, aunque ello suponga acercarse demasiado a Jerusalén y exponerse a las asechanzas de sus enemigos, que tenían ya determinado matarle. Pero el Señor, llevado del amor a Lázaro marchó decidido a Betania. Su postura de lealtad y fidelidad es una llamada para nosotras, para que también seamos amigas de verdad y no pasemos de largo ante el sufrimiento de la hermana, sino que seamos capaces de com-padecernos con ella.
El segundo detalle que me llama la atención es la fe de Marta. La fe de Marta fue clara y rotunda: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. La fe de Marta y María produjo el milagro de la resurrección, en este caso más bien reviviscencia, de su hermano Lázaro. Lázaro volvió a la vida, siguió viviendo en la tierra después de esta muerte, pero, como también él creía en Cristo, creemos que, después de su muerte física definitiva, Cristo le resucitaría para la Vida eterna.
Esta confesión de Marta me recuerda a la confesión de Pedro en Cesárea “Señor, cero que tú eres el Mesías, el hijo del Dios vivo”
Muchas veces cuando perdemos a un ser querido nuestra fe se tambalea. Y a Marta también le pasó. Pero allí estaba Jesús para decirle: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”. Marta le dice que sí, pero después vuelve a dudar. Y Jesús le vuelve a decir: “¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”. ¿Cuántas veces necesitamos nosotros oír estas palabras de Jesús para que nuestra fe no se tambalee ni siquiera ante la muerte?
El tercer detalle es la fuerza de la oración de Jesús. Jesús no hace nada sin rezar antes (esto sería un buen propósito para nuestra vida). Jesús, delante de la tumba de Lázaro, levanta los ojos al cielo y da gracias al Padre porque siempre le escucha. Y le pide que devuelva a Lázaro a la vida. Y ocurre. Me recuerda a aquel otro momento en el que Jesús les decía a sus discípulos que si su fe fuera como la de un grano de mostaza, serían capaces de mover montañas.
Los textos de este domingo nos dicen que, si creemos en Cristo el Señor, tendremos Vida después de la muerte, es decir, resucitaremos. Cristo es la Vida y si nosotras creemos en él participaremos de su Vida, tendremos Vida eterna. Este es el consuelo y la esperanza que debe proporcionarnos este bello relato de la resurrección de Lázaro: que, si creemos en Cristo, no moriremos para siempre, él nos resucitará en el último día.