Domingo 32 - A 2023
La parábola de las diez vírgenes está dentro del discurso escatológico del Evangelio de Mateo. No conviene que olvidemos que estamos al fin del año litúrgico y que en estas últimas semanas la liturgia y la Palabra de Dios nos invitan a reflexionar sobre el final de los tiempos. Jesús nos llama a tomarnos en serio la vida, la fe, nuestra relación con Dios y, en consecuencia, el sentido último de nuestra vida. Nos está llamando a vigilar, a vivir en vela o, dicho con otras palabras, a vivir de manera consciente. Es también una llamada a la sabiduría de la vida, que sabe calibrar y discernir adecuadamente.
La entrada en el reino de Dios no es algo que se consiga de forma automática ni implica para todos un proceso idéntico. Se presupone el comportamiento intencionado, decidido de cada una y puede perderse por faltar ese comportamiento. Con la parábola de las 10 vírgenes señala Jesús a necesidad de una actuación sensata, precavida y coherente por parte de cada una. El Reino de Dios puede ser alcanzado con la sensatez y puede ser perdido con la necedad.
En el pueblo judío en la celebración de una boda era costumbre que el esposo fuera a buscar a la esposa a casa de su padre y que a los dos las acompañara un grandioso cortejo en la casa del esposo, donde se celebraba el matrimonio con un banquete. Junto a la esposa, las doncellas esperaban al esposo. Su cometido era acompañar al cortejo nocturno e iluminarlo con lámparas y antorchas. Por diversas circunstancias el esposo podría retrasarse. Las lámparas entonces debían de arder por más tiempo y se hacía necesario añadir aceite. Las doncellas cuando aceptaban la invitación a la boda se comprometían a tener todo preparado para cumplir su misión.
Hasta aquí es todo igual para las diez doncellas. Se diferencian porque unas han sido previsoras, preparando aceite para cumplir su cometido, mientras que las otras se quedan sin el aceite necesario precisamente cuando llega el esposo. La consecuencia es que las unas pueden participar en el banquete de bodas y las otras se quedan fuera. Sus vidas corren un destino completamente distinto.
Jesús nos hace ver con esta parábola que personas que han estado juntas al principio y que han tenido muchas cosas en común pueden tener un final completamente distinto por razón de su comportamiento.
Jesús nos dice en esta parábola que hemos de prepararnos para el encuentro final con él, pero también para el encuentro de cada día. No es suficiente estar en vela, despiertas, sino que es necesario estar preparadas. En la parábola todas las doncellas estaban dormidas cuando llegó el esposo, pero no todas estaban preparadas.
El Evangelio de hoy no es el Evangelio del miedo, sino el Evangelio de la responsabilidad y de la alegría en la espera del "día del Señor", que siempre será el paso a la fiesta que no acaba.
La lámpara bien abastecida es el signo de la previsión y vigilancia. Éstas son cualidades interiores, del espíritu; se tienen o se carece de ellas, pero no se pueden compartir o prestar. Hay fallos de previsión y vigilancia que son irreparables. Nadie puede suplir el fallo de un centinela, un piloto o un conductor. Algo así sucede con la fe y la respuesta personal a Dios, vienen a decir esos detalles de la parábola. Es insustituible, pues, el compromiso personal de la vigilancia.
Vivir juntas y sostenernos en la esperanza, es algo distinto de pensar, de juzgar o de obrar en lugar de las otras. El aceite de la lámpara no se trasvasa de un candil a otro. Importa, pues, que cada una encuentre en su interior la chispa que encienda la lámpara y la fuerza de alimentarla. No podemos conseguirlo, si como dice la parábola, no estamos despiertas y vigilantes.
El evangelio termina precisamente así: “velad (estad preparados, atentos a la vida, despiertos), porque no sabéis el día ni la hora”. Mateo nos invita, con esta indicación, a estar atentas y poner en práctica el mensaje de Jesús, el mandamiento del amor, que no es otra cosa que la sabiduría de la vida