Domingo 6 - B 2024
De manera inesperada un leproso, rompiendo las normas religiosas y sociales que les obligan a vivir excluidos de todo contacto, se acerca a Jesús. Su necesidad es más grande que el temor a infligir la ley.
En la sociedad judía toda afección de la piel se la consideraba lepra y todo el que la padecía era excluido del acceso al templo y estaba obligado a dejar a su familia y su casa para ira a vivir a las afueras de los pueblos. La persona que la padecía era considerada impura y castigada por Dios. (cf. Levítico 13, 45-46)
No es que esta enfermedad fuera contagiosa en sí, sino que por ser impuro el que la contraía podía contaminar al pueblo santo de Dios, por eso debía permanecer aislado.
Este leproso hace un gesto realmente sorprendente. Se arriesga a acercarse a Jesús, se arrodilla ante él en un acto de total confianza.
A Jesús se el conmueven las entrañas al ver el sufrimiento de este hombre que, rompiendo todas las barreras le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Pero más sorprendente es la actitud y el gesto de Jesús: “extendió la mano y lo tocó”. Jesús palpa la lepra, “lo tocó”, se aproxima, se hace prójimo del leproso y así lo sana, lo rescata de su soledad, abandono y estigma. Tocándolo hace que emerja su dignidad de criatura de Dios sin apenas palabras ni grandes consideraciones: “Quiero: queda limpio”. El querer de Dios es la vida de sus criaturas.
Jesús extiende la mano para trasmitirle su fuerza curadora y toca su piel repugnante para liberarlo de miedos y tabúes, pero también, para invitar a todos a superar la exclusión entrando en contacto con los que son considerados malditos.
El leproso viola la ley acercándose a Jesús y Jesús rompe las barreras que la falta de compasión había ido levantando, “al instante la lepra le desapareció y quedó limpio” Jesús saca a este hombre del aislamiento, lo integra en la comunidad, termina con su exclusión. Lo sana físicamente y espiritualmente.
Jesús al despedirlo le pide que se presente al sacerdote para que lo declare oficialmente limpio y pueda integrarse en el pueblo de Dios.
El relato termina con un final bastante lleno de ironía. El leproso, aunque Jesús le dijo que no contase lo que había sucedido, “se pone a divulgar a voces” lo que había ocurrido. Por el contrario, Jesús que lo ha liberado de la exclusión, se ve obligado a “quedarse fuera, en lugares despoblados” como si fuera un leproso. Marcos pone fin a su relato diciendo que, a pesar de quedarse en lugares despoblados, “seguían acudiendo a él de todas partes”.
Este evangelio es una provocación que ha de llevarnos a hacernos reflexionar sobre aquellas lepras que nos separan de los demás, que nos quitan nuestra dignidad de personas, que nos impiden ser verdaderamente humanos.
Nuestra sociedad produce exclusión. Sin darnos cuenta, levantamos muros y barreras para excluir a quienes ponen en peligro nuestro bienestar, gentes e otras razas, inmigrantes, indigentes, prostitutas, gays…
Seguir a Jesús es comprometerse en el movimiento de compasión que él puso en marcha para introducir en la historia humana un amor no excluyente que vaya eliminando barreras de carácter racial, religioso, social, cultural…
Todos nosotros también estamos enfermos de lepra y necesitamos que Jesús extienda la mano y nos toque para ser sanados. Pensemos a qué personas excluimos de nuestro corazón-
Pidamos a Jesús que nos ayude a romper esas barreras que, a veces inconscientemente levantamos, y nos ayude a descubrir en todo ser humano la imagen de Dios.