Domingo 28 - B 2024

domingo 28 b 2024Marcos 10, 17-30

Hoy el evangelio de Marcos nos narra el episodio del joven rico que se acerca a Jesús y le pregunta qué tiene que hacer para heredar la vida eterna.

El episodio está narrado con intensidad especial. Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar, llega "corriendo" un desconocido que "cae de rodillas" ante él para retenerlo. Necesita urgentemente a Jesús.

Este joven busca en aquel maestro bueno es luz para orientar su vida: «¿Qué haré para heredar la vida eterna?». No es una cuestión teórica, sino vital. No habla en general; quiere saber qué ha de hacer él personalmente.

Antes que nada, Jesús le recuerda que «no hay nadie bueno más que Dios». Antes de plantearnos qué hay que "hacer", hemos de saber que vivimos ante un Dios bueno como nadie: en su bondad hemos de apoyar nuestra vida. Luego, le recuerda «los mandamientos» de ese Dios Bueno. Según la tradición bíblica, ése es el camino para la vida eterna.

La respuesta del hombre es admirable. Todo eso lo ha cumplido desde pequeño, pero siente dentro de sí una aspiración más honda. Está buscando algo más. «Jesús se le queda mirando con cariño». Su mirada está ya expresando la relación personal e intensa que quiere establecer con él.

Jesús entiende muy bien su insatisfacción: «una cosa te falta». Siguiendo esa lógica de "hacer" lo mandado para "poseer" la vida eterna, aunque viva de manera intachable, no quedará plenamente satisfecho. En el ser humano hay una aspiración más profunda.

Por eso, Jesús le invita a orientar su vida desde una lógica nueva. Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones («vende lo que tienes»). Lo segundo, ayudar a los pobres («dales tu dinero»). Por último, «ven y sígueme». Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios.
El hombre se levanta y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús. Marcos nos explica que "era muy rico".

Pienso en este joven que nos propone hoy el evangelio. Sin duda tenía buena voluntad. Deseaba alcanzar la vida eterna. No debía ser una mala persona. La primera condición que le pone Jesús es la de cumplir los mandamientos. Y resulta que esto ya lo hace. Pero siente que no es suficiente, que necesita dar un paso más para conseguir el objetivo de la vida eterna. Jesús le da una respuesta: “Vende los que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme” Nos dice el Evangelio que frunció el ceño, se puso triste y se fue.
Da la impresión que este joven no fue con el corazón abierto a preguntar a Jesús. No estaba dispuesto a escuchar la respuesta de Jesús. Dentro de su corazón llevaba condiciones y para seguir a Jesús no hay que poner condiciones, hay que ponerse en sus manos incondicionalmente. Era rico, tenía muchos bienes, vivía bien. No estaba dispuesto a abandonar sus riquezas. Todo eso era más importante para él que la vida eterna que también buscaba – pero no a cualquier precio-

Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto Jesús lo invita a su seguimiento, a formar parte de sus íntimos. Y no sólo debe abandonar su riqueza sino que debe entregarla a los pobres y necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo. Pero, dejar sus posesiones, le resulto una exigencia muy dura; quizá también nos pasa a nosotras que preferimos, a veces, una vida consagrada resignada a una cómoda mediocridad, sin llegar al final, sin entregarlo todo, sin poner condiciones, abandonadas, confiadas en ese Dios bueno.

Todas, me parece, estamos reflejadas en la figura del joven rico del evangelio… Jesús, después de mirarnos con cariño, nos dice a cada una: “una cosa te falta” o “una cosa te sobra”. Tú verás lo que es. Entra en tu corazón, ponte desnuda ante Dios, pregúntate: ¿qué me falta o que me sobra para seguir a Jesús con radicalidad?

Seguramente en nuestro caso no estamos apegadas al dinero, pero hay muchas clases de riquezas. Puede haber en nosotras apegos que nos ocupen el corazón, que desplacen al Señor del centro, que nos impidan seguirle con soltura, con libertad. Estos apegos, estas riquezas nos están empobreciendo, nos están quitando libertad y generosidad. Nos pueden estar impidiendo escuchar a Dios y a las hermanas.