Domingo 4 - C 2025 Presentación del Señor

domingo 4 c 2025aLucas 2, 22-40

El evangelio de esta fiesta nos trae todavía el eco del misterio contemplado a lo largo de la Navidad: la alegría de reconocer al Dios-con-nosotros y de comunicarlo a todos los que nos rodean. Es lo que hicieron los ancianos Simeón y Ana, que son modelo para la vida de los monjes y las monjas de todos los tiempos.

El bellísimo relato del evangelio según san Lucas (2, 22-40) encontramos a José y a María que llevan a Jesús al templo para presentarlo al Señor tal y como prescribía la Ley.

Paradójicamente, casi no tienen ni tiempo de entrar en el templo, porque inmediatamente lo cogen en sus brazos un hombre y una mujer ancianos. Esta imagen nos hace dar cuenta que Jesús “pertenece” al hombre; Jesús es de todos aquellos hombres y mujeres sedientos de Dios, de aquellos que nunca han desistido de buscar y de soñar, como el anciano Simeón y también de aquellos, que como la anciana profetisa Ana saben ver siempre más allá de la realidad reconociendo en un recién nacido el Dios-con-nosotros. Ambos, en su vejez, viven a Dios como futuro, como cumplimiento de toda su larga espera.

De Ana se nos dice que tenía 84 años.

Jesús en el templo es acogido por dos enamorados de Dios que, aunque tienen ya los ojos velados por la vejez, mantienen vivo en el corazón el deseo que los ha animado a mantenerse fieles en su espera y en su búsqueda, fijando su atención en el que esperaban más que en sí mismos. Simeón esperaba la consolación de Israel. Ana había vivido toda su vida dedicada al culto del templo y a la oración. Los dos reconocen en este Niño la presencia nueva y definitiva de Dios, hasta el punto de que el anciano Simeón ya podrá morir en paz, después de ver con sus ojos al Salvador.

¿No os parece que ambos son iconos de nuestra vida como monjas?

La monja es aquella que espera como un centinela de la aurora, muchas veces rodeada de largas horas de tiniebla, pero manteniendo vivo el deseo de responder a la voz de Aquel que nos llamó al monasterio y nos prometió que nuestra esperanza no sería defraudada. La monja es todavía, aquélla que, como Ana, habla del niño a todos los que encuentra en su camino.

Dios ha venido, se deja abrazar por el hombre; mezcla su vida con la nuestra, con la tuya con la mía, con la de toda la humanidad. Cristo nos hace ver que nuestras vidas y las cosas están habitadas por Otro.

Caminar tras las huellas de Jesús es la gran propuesta que se hace a nosotras, sus seguidoras, siendo conscientes de que en Él encontraremos esa LUZ que necesitamos en medio de las oscuridades y vicisitudes de la vida. Por eso, en esta fiesta y con las velas encendidas en nuestras manos, proclamaremos que su luz ilumina nuestras mentes y corazones. Sólo desde esta experiencia vivida y gustada, podremos llegar a los demás y ofrecerles, con toda su fuerza, la profundidad y el significado de la luz de Cristo. Ésa es la invitación que se nos hace hoy: recibir de Él, para ofrecerlo a los demás.