Ascensión del Señor - C 2025
La Solemnidad de la Ascensión del Señor marca un momento clave en la historia de la salvación: Jesús resucitado asciende al cielo, completando su misión terrenal y dejando a los discípulos la tarea de continuar su obra. Esta fiesta no celebra una partida, sino una exaltación y una nueva presencia: Jesús no se va para alejarse, sino para llenar todas las cosas con su Espíritu. Es una fiesta de esperanza activa, de misión y de confianza en la promesa del Espíritu Santo.
El evangelio de Lucas concluye con una escena profundamente serena, simbólica y llena de promesas. La Ascensión no es un final, sino un punto de partida. Jesús resucitado, tras instruir a los suyos, los envía como testigos y les promete el Espíritu. Lejos de ser una despedida dramática, es una despedida esperanzadora: los discípulos no quedan abatidos, sino llenos de alegría.
Lucas, que también es autor del libro de los Hechos, hace de esta escena una bisagra entre la vida de Jesús y la vida de la Iglesia. Aquí no se cierra la historia: se abre una nueva etapa en la que la comunidad creyente continúa la obra de Cristo en el mundo.
Jesús no improvisa; interpreta su vida, pasión, muerte y resurrección a la luz de las Escrituras. Les recuerda a los discípulos que todo lo sucedido “estaba escrito”, es decir, estaba en el plan de Dios.
Los discípulos no son simples espectadores de lo que ha ocurrido. Son testigos, es decir, portadores de una experiencia viva. Pero antes de lanzarse a predicar, Jesús les pide que esperen: “quedaos en la ciudad”, es decir, no se precipiten, sino que se abran a la acción del Espíritu.
Lucas es muy consciente de que la misión no es fruto del esfuerzo humano, sino del poder de Dios. El Evangelio no se transmite por estrategias, sino por testigos habitados por el Espíritu.
Esto tiene una enseñanza profunda para hoy: no basta con “hacer cosas” en la Iglesia. Es necesario esperar, orar, discernir, y dejar que el Espíritu nos configure con Cristo.
El detalle de que Jesús asciende “mientras los bendecía” es único en Lucas. No es un acto puntual, sino un gesto continuo. Es decir, Jesús se va bendiciendo y sigue bendiciendo.
Esa bendición es signo de su presencia permanente, no física, pero sí real. Jesús no desaparece; entra en una nueva forma de presencia: más universal, más profunda, más íntima.
Los discípulos lo comprenden. Ya no sienten miedo ni tristeza, sino “gran alegría”. Su actitud es de adoración, alabanza y comunidad orante. Este es el verdadero fruto de la Ascensión: una comunidad transformada, alegre y centrada en Dios.