Reflexión de Navidad

verboEsta Noche celebraremos, con toda la Iglesia y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, el nacimiento de Jesús.

Que nuestro Dios haya venido al mundo mediante su Hijo, nacido en Belén, constituye la dimensión más genuina de nuestra fe. Creemos en un Dios creador y señor de todas las cosas, que se ha hecho un niño indefenso en una cueva humilde de un país humilde.

La Palabra se hizo carne. Nuestro Dios asume nuestra condición humana, se encarna en nuestra historia. ¡Qué misterio tan grande y, a la vez, tan entrañable! Lo que habían anunciado los profetas se cumple. El Mesías, el salvador, que esperaban todos los pueblos, nace de una virgen.

El cristianismo nos habla de un Dios encarnado, y nos aporta una luz capaz de iluminar nuestra vida concreta y la de todos los hombres y mujeres. Esta luz es Jesús. “La Palabra era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre”
En nuestro mundo hay mucha oscuridad, muchas cosas que no van bien, hay mucho mal. Todas lo sabemos y lo sufrimos bastante. Cuando contemplamos esta realidad a menudo permanecemos desconcertadas. Pero los creyentes no podemos caer en la desesperación. Creemos en un Dios que ha acampado entre nosotros. Se ha hecho uno de nosotros, hermano, compañero de camino. ¡No estamos solos!

¡Vino a su casa, y los suyos no la recibieron! Su casa, los suyos, son términos que se refieren a Israel, el pueblo que ha rechazado a su Mesías, aunque también hace referencia al conjunto de la humanidad que, como tal, no ha aceptado la palabra hecha carne. Este fue y sigue siendo el drama de Jesús: nos ofrece generosamente su salvación y se siente rechazado. Por el misterio de la libertad humana podemos decir sí o no a Dios.

Esta noche celebraremos que Jesús nació en Belén, aunque si no lo dejo nacer en mi corazón, para mí es como si no hubiera nacido. ¿Somos conscientes de ello? Del mismo modo debemos descubrirlo en los belenes de hoy, es decir, en todos los lugares y en todas las situaciones donde hay pobreza y sufrimiento.

Por otro lado celebrar el nacimiento, la Navidad, de Jesús es celebrar que nada de nuestra vida es extraño a Dios. Ha venido a compartir nuestras preocupaciones y esperanzas. Lo podemos encontrar en las pequeñas cosas de cada día. Él viene a nuestro encuentro en cada persona, en cada acontecimiento y en todas las chispas de humanidad que vemos en tantas y tantas realidades de solidaridad, justicia y de amor. Debemos de agradecer al Señor que nos haya amado tanto, que nos haya enviado a su propio Hijo. Si nosotras lo acogemos, Dios nos concederá ser hijas suyas. El itinerario de nuestra vida, ocurra lo que ocurra, será muy luminoso y lleno de esperanza.

Madres Benedictinas - Palacios de Benaver (Burgos)