Retiro de Adviento 2014

Queridas hermanas:

08 retiro adviento 2014En clima de oración nos disponemos a comenzar este día de retiro, un día de gracia que el Señor quiere regalarnos. Vamos a hacer silencio interior para escuchar la voz del Amado. Él habla en el silencio, en el susurro, en la brisa suave. Por eso hemos de acallar aquellos ruidos que nos impiden escuchar su voz.

Escucha el susurro de Dios que te dice: sal de ti misma, abre tus entrañas a la vida nueva de Dios, siembra la paz en tu corazón, recupera la fuerza del amor perdido. Todas lo necesitamos pues, más allá de nuestras buenas intenciones, la acomodación, el cansancio y, a veces, el desencanto nos dominan.

Necesitamos pararnos, respirar hondo y llegar, de la mano de Jesús, al fondo del corazón, allí donde “el agua viva” puede saciar nuestra sed, allí donde sólo su amor puede recuperarnos.

Y qué mejor que hacerlo en Adviento, en este momento del año particularmente entrañable y sugerente.Vamos a tomar nuestra vida entre las manos para re-leerla, re- pensarla y para proyectar hacia delante personalmente y en comunidad. Y lo vamos a hacer serenamente, en presencia de “Aquel que sabemos, nos ama”, dejándole entrar, dejándonos abarcar por su mirada.

Hemos comenzado el Adviento y renovamos la esperanza, la ilusión. Miramos este tiempo de gracia como un tiempo para limpiar la vida. Tiempo para darnos el perdón. Tiempo para ofrecernos posibilidades. Tiempo para superar los miedos. Tiempo para dar nuevas oportunidades al amor. Tiempo para la esperanza.

Lo primero que se me plantea, al ponerme un año más, a reflexionar sobre el Adviento es preguntarme ¿acaso puedo aportar algo nuevo a lo dicho siempre? Y realmente veo que me resulta difícil.

Y es que el Adviento, como todo lo importante de la vida, “no necesita del mucho hablar, sino del “sentir”, de la manera en que hemos de trabajarnos cada una para vivir abiertas a las sorpresas de Dios. Atentas a un Dios que siempre nos sorprende y nos desborda, constatando con sencillez y humildad que nos cuesta permanecer en ese asombro. La rutina, la superficialidad, el individualismo están siempre al acecho para robarnos el asombro.

Podemos caer en la trampa, de ver el Adviento como uno más ¡hemos vivido tantos Advientos! ¡Hemos escuchado, tantas veces, predicar sobre las mismas palabras! Sin embargo Jesús, llega a nosotras para decirnos: “Mirad que hago nuevas todas las cosas”
¡También vuestro Adviento!

El Adviento que Dios quiere es que abramos bien las velas de nuestra nave y que pongamos el motor en marcha; que salgamos una vez más del puerto de nosotras mismas y que nos arriesguemos en busca de la tierra prometida, en busca del Amado; que venzamos nuestros apegos y comodidades, los que nos impiden crecer; que superemos nuestros miedos, que no paralizan; que sacudamos nuestras rutinas, la mediocridad, que confiemos...

El Adviento no es algo que se celebra sino que se vive. Un tiempo de esperanza, de promesas, de sueños. Un tiempo sugerente para la conversión. Más que un tiempo, es un talante y estilo, es una actitud del alma que debemos de cultivar constantemente.

Es tiempo de esperanza. Necesitamos la esperanza para seguir viviendo, para seguir luchando, para superarnos y trascendernos, para soñar con algo nuevo y mejor.

Tiempo santo que nos abre a la esperanza, nos ensancha el corazón. Dios nos abre un resquicio para vislumbrar un espacio de paz, de humanidad, de sueños realizados.

Tiempo hermoso donde resuena que lo seco, el desierto, lo que parece muerto, se convertirá en vergel. Y nos lo tenemos que creer y vivir poniendo el corazón en todo para que se haga algún día realidad por la misericordia entrañable de nuestro Dios.

Pienso que una monja contemplativa solo puede celebrar el Adviento desde una profunda solidaridad con los anhelos más hondos de la humanidad. Hoy hay mucho sufrimiento en nuestro mundo. Creo que estaría bien que nos preguntáramos cada una por las esperanzas concretas de la gente, de la de cerca y de la de lejos, Y también deberíamos buscar en nuestro interior cuáles son nuestras esperanzas, aquellas en las que se va mi vida, mi tiempo.

Os invito a poneros en la piel de la gente para enraizar nuestra esperanza en las esperanzas de la humanidad.

¿Qué crees espera la gente? Seguro que unos encontrar trabajo, otros poder terminar de pagar la hipoteca del piso, que la madre se cure de esa terrible enfermedad, que haya armonía en el hogar, que se termine la corrupción, que todos podamos vivir con dignidad, etc…

Y tú, ¿qué esperas? ¿Cuáles son tus anhelos más profundos?

Aprovechemos este tiempo para buscar a Dios dónde realmente está y dejémonos encontrar por Él. No dejemos que sea un Adviento más, que pase sin pena ni gloria. Que a partir de este Adviento podamos decir que ha habido un antes y un después en nuestras vidas.

Durante el tiempo de Adviento preparamos la celebración de la venida de Jesús, el Mesías de Dios, en medio de nosotros. No como si no le conociéramos, como si fingiéramos que aún no ha nacido: sabemos que nació hace dos mil años, que ha vivido nuestra misma vida, que ha amado hasta la muerte en cruz, que ha resucitado. Pero preparar la fiesta de su nacimiento es una ocasión para renovar, con toda intensidad, una actitud de fe y de espera en la salvación que él viene a traernos. Y es una ocasión para preparar nuestras vidas a fin de que pueda seguir viniendo a nosotras, a fin de que pueda entrar dentro de nosotras, renueve nuestro corazón y nos convierta mujeres nuevos, dedicadas a hacer el bien como él lo hacía.

Por eso decimos también que el Adviento no es sólo preparar una venida ocurrida hace ya siglos. El Adviento es preparar también una venida constante, de todos los días. Porque ahora, hoy, a cada momento, Jesús viene también. Viene a través de la Eucaristía, a través de los sacramentos, a través de la hermana. Viene también a nuestro corazón en la oración, en la lectura de su Palabra, en todas las ocasiones en que queremos acercarnos a él. Y viene a través de nuestros seres queridos, conocidos, y también en los desconocidos, en los marginados, enfermos, etc., en los acontecimientos de nuestra vida, en todo lo que hacemos y vivimos, y especialmente en los pobres, ya que en ellos se refleja con especial intensidad el rostro de Dios.

Y también celebramos otra venida de Jesús, en el tiempo de Adviento. Su venida definitiva, al final de todo, cuando reunirá a toda la humanidad en la vida plena de su Reino. Nosotras, en este mundo, caminamos hacia esa venida definitiva, y nos preparamos para estar bien dispuestas para ese momento. Y él, Jesús, nos anuncia que nuestro camino humano, a veces tan lleno de oscuridades y dolores, está llamado a convertirse, como dice el libro del Apocalipsis, en un cielo nuevo y una tierra nueva, donde Dios será para siempre, Dios con nosotros, y no habrá ya lágrimas, ni penas, ni dolor, y el amor de Dios lo será todo en todos. Nosotras debemos estar en espera de esta venida definitiva, debemos estar en actitud de vigilancia, aprendiendo día a día a amar a Dios y a los demás como Jesús, para poder llegar un día a vivir para siempre con él.

En este tiempo de Adviento en el que ponemos la mirada en la Encarnación del Hijo de Dios, también hemos de fijar nuestra mirada en María para aprender de ella cómo se espera, cómo se prepara la venida del Emmanuel, el Dios-con nosotros. Ella es para nosotras modelo de esperanza. Mujer sencilla, humilde, que supo escuchar y acoger con fe la promesa de Dios. Por su aceptación y entrega al plan divino hizo posible que la Palabra de Dios acampara entre nosotros. Ella le esperó con inefable amor de madre. Ella lo recibió en sí misma como carne de su carne. Ella dijo sí a Dios: “hágase en mi según tu palabra”.

Y tuvo a Jesús en un adviento prolongado dentro de sí misma. Ella nos enseña a esperar y a servir. Su esperanza fue activa. En cuanto la dejó el ángel se puso en camino para servir a su prima Isabel, signo de lo que será toda su vida. Ella le esperó contra toda esperanza. Ella que esperó contra toda esperanza será nuestro modelo y guía. Ella nos llevará a Jesús.

Durante el tiempo de Adviento se pueden destacar sobre todo seis actitudes:

  1. ESPERANZA

    Quizá sea esta la palabra que más resuena en este tiempo. Esperamos la venida del Señor, y esperamos que su salvación se realice en nosotras y en nuestro mundo.

    Lo sabemos, desde luego, que esta esperanza no se realizará definitivamente hasta que llegue el Reino de Dios para siempre, al término de todo, en la vida eterna. Y sabemos también que nuestro camino en este mundo está orientado y encaminado hasta este momento último, pleno, cuando Dios reunirá a sus hijos e hijas en su cielo nuevo, donde ya no habrá dolor ni penas ni tristezas.

    Pero al mismo tiempo, esta esperanza se realiza ya ahora, se cumple ya ahora. Jesús nos enseñó que cada gesto de amor, cada momento de felicidad, cada dolor superado, cada injusticia vencida, cada experiencia de confianza en Dios Padre, es ya la realización de su Reino. Y por eso, al mismo tiempo que esperamos la vida nueva y definitiva que sólo Dios puede dar, nos alegramos también de las pequeñas o grandes realidades de vida nueva que se abren camino entre nosotras.

    Y sobre todo, para que esa esperanza sea verdadera, tenemos los ojos muy abiertos ante los males que se dan en nosotras y en nuestro mundo: si viviéramos satisfechas, si no nos diéramos cuenta de todo el mal que nos envuelve y del dolor que hay a nuestro alrededor, ¿qué esperaríamos? ¿Qué interés tendría para nosotros esperar la venida del Señor? ¿Cómo podrían ilusionarnos las palabras tan luminosas del profeta Isaías cuando anunciaba, por ejemplo, que "habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos; y un muchacho:

    ¿Dónde fundamento mi esperanza? ¿Vivo de verdad esperanzada? ¿Soy optimista o pesimista? ¿Cómo percibo la realidad que nos toca vivir? ¿Cómo vivo la situación de la comunidad? Con confianza, con pesimismo, con angustia… Pon nombre.

  2. VIGILANCIA

    Al comenzar el Adviento se nos hacía una llamada a la “vigilancia” Mac 13, 33-37. “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”

    Y esta llamada resonará a lo largo de las cuatro semanas. Se trata de una vigilancia activa que va dando calidad a lo que hacemos cada día. La vigilancia es propia del que ama, Velar es la mejor manera para trabajar nuestro interior, purificando nuestro corazón para que Dios vaya tomando posesión de nuestras vidas.

    Vigilar, estar atentas. No perder detalle. Abrir los ojos físicos y los de las entrañas para “ver” lo que ocurre a nuestro alrededor, las alegrías y los sufrimientos de las personas que nos rodean, de los pueblos que están más allá de nuestras fronteras, muchas veces en situaciones dramáticas. Para compartir los gozos y las ilusiones, los anhelos de tanta gente que busca un mundo más fraterno, libre y justo.

    “Estad en vela” nos dice el Señor. Muchas veces se nos cierran los ojos por el sueño o el embotamiento. Por eso nos resbala la vida, por eso nuestros corazones no se transforman, no vemos los signos de Dios y se nos escapa el misterio. Puede que venga el Señor y no nos enteremos porque vivimos superficialmente, distraídas, de forma rutinaria y así no hay posibilidad de adviento. Vivimos disipadas, envueltas en mil ocupaciones y preocupaciones que nos impiden vivir atentas a lo esencial y así la vigilancia se duerme. Vivimos más del presente que de la promesa, y así la esperanza se muere.

    Pues, hermanas, es hora de espabilarnos. Debemos vivir en tensión, en actitud vigilante y Dios en su venida nos encontrará preparadas.

    ¿Vivo en actitud vigilante o vivo una vida rutinaria, de ir pasando?

    ¿Estoy persuadida de que es necesario vivir en actitud de vigilancia? ¿Qué obstáculos encuentro? ¿Qué cosas me podrían ayudar a vivir en esta actitud? ¿Percibes a la Comunidad en actitud de vigilante o la sientes adormecida?

  3. CONVERSIÓN. PREPARAR EL CAMINO AL SEÑOR

    Es como la consigna de este tiempo, la llamada que hacía Juan Bautista allí junto al río Jordán, a todos aquellos que se le acercaban. El Señor viene, y la salvación es obra suya, no nuestra. Pero sería mentira decir que le esperamos si, al mismo tiempo, no trabajásemos para que empezara a hacerse realidad aquello que esperamos.

    Si anhelamos un mundo en el que sobresalgan la bondad, la justicia y el amor, un mundo en el que no haya enfrentamientos ni lágrimas, un mundo en el que Dios llene todos los corazones, tenemos que trabajar para que se realice. Tenemos que transformar nuestros corazones y tenemos que hacer lo que esté en nuestras manos para que nuestras vidas y nuestro mundo se acerquen cada vez más al proyecto de Dios.

    A Juan Bautista, cuando llamaba a la gente a preparar el camino del Señor, le preguntaron: “Entonces, ¿qué tenemos que hacer?".

    Y él contestó algo muy sencillo y claro: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene. Y el que tenga comida, que haga lo mismo".

    Y luego prosiguió su respuesta, concretando las exigencias para cada grupo y cada persona. Y terminó su explicación diciendo que él no era el Mesías, sino que sólo venía a preparar su venida, y que lo importante era tener los ojos muy abiertos para reconocerle y seguirle. Pues de eso se trata: eso es lo que tenemos que hacer nosotras.

    En definitiva, el camino se prepara con la conversión de nuestro corazón. Que es un cambio interior que afecta a toda nuestra persona. Supone una ruptura total, desde dentro, no sólo con el pecado, sino de la mentalidad mundana para iniciar un nuevo modo de pensar, de querer, de vivir, teniendo como suprema norma de conducta, interior y exterior, la voluntad de Dios, las actitudes de Jesús.

    Conversión que es fe en Dios, en su poder y fidelidad. Por parte de Dios “crear en nosotras un corazón y un espíritu nuevo”, y por parte nuestra, dejarnos renovar por dentro.

    Convertirse es hacerse una criatura nueva, con la disponibilidad, la capacidad de fe y de pobreza espiritual de un niño. Es decir, iniciar un nuevo estilo de vida radicalmente opuesto a la autosuficiencia, en dependencia total, en sumisión gozosa y querida, libre y espontánea al querer de Dios.

    La conversión que se nos pide en este tiempo significa en concreto una nueva calidad en nuestra relación con Jesús, un conocimiento más vivencial y menos teórico, una adhesión más viva y menos rutinaria, un contacto más enamorado con Jesús, y a esto se llega viviendo en su presencia, escuchando su Palabra, abriéndonos a su vida.

    Podríamos preguntarnos: ¿Es Jesús mi centro? ¿Qué lugar ocupa en mi vida?

    Jesús nos dice: “El que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada! (Juan 15, 5-6) Todas hemos constatado que sin Jesús no podemos hacer nada. Por eso hoy se nos hace una llamada imperiosa a volver a Él, a permanecer en Él, a vivir su misma vida, a ser testigos de la belleza del seguimiento a Jesús. A acogerlo de una forma nueva, a dejarme encontrar por Jesús.

    Señor, y yo, ¿qué debo hacer? ¿Siento verdadero necesidad de preparar mi corazón para tu venida? ¿Qué disposición tengo ante este nuevo Adviento que se me regala una año más?

    ¿Qué cosas tengo que cambiar, quitar, para tener el corazón dispuesto a su venida? ¿Qué cosas tendríamos que quitar a nivel comunitario?

  4. ALEGRÍA

    Parecería que la alegría hay que guardarla para la Navidad, y que este es un tiempo fundamentalmente serio y de pocas expansiones. Pero no es exactamente así.

    Desde luego que la gran alegría por la venida del Señor estallará en la Navidad, pero ya ahora, de muchas maneras, se nos invita a vivir el gozo de saber que el Señor está aquí y nos salva.

    En eso, el primero y gran ejemplo lo tenemos en los profetas. Ellos, incluso en las épocas más difíciles de la historia de Israel, invitaban a sus conciudadanos a vivir la alegría de saber que el Señor no les abandonaba, que estaba con ellos, que les guiaba y conducía. Y también nosotras. Nosotras sabemos que el Señor está aquí, que viene a salvarnos. A veces lo experimentamos: cuando sentimos la felicidad del amor, de una esperanza cumplida, de haber sido capaces de superar una dificultad o de haber sabido perdonar. A veces, en cambio, la vida se hace dolorosa y cuesta más encontrar esa alegría. Pero siempre, y en este tiempo especialmente, merece la pena mirar hacia nuestro interior y vivir la alegría de tener a Dios con nosotras, acompañándonos siempre.

    El Papa nos invita a testimoniar la alegría que proviene de la certeza de sentirnos amadas y de la confianza de ser salvadas. Tenemos mil motivos para permanecer en la alegría, la cual se nutre en la escucha creyente y perseverante de la Palabra de Dios.

    “La tristeza y el miedo deben dejar paso a la alegría: “Festejad… gozad… alegraos” dice el profeta. Es una gran invitación a la alegría. Todo cristiano, sobre todo nosotras, estamos llamadas a ser portadoras de ese mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos: Pero sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consoladas por Él, de ser amadas por Él” nos dice el Papa.

    San Pablo lo decía así: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones en la oración y súplica con acción de gracias".

    Y el gran ejemplo de esta alegría lo tenemos en María, la Madre de Dios. Basta contemplarla en la visita a su prima Isabel: el hijo que ella lleva en sus entrañas es la mayor alegría, nuestra gran alegría. Porque nosotras, como María, también creemos en Dios y en todo lo que él ha prometido.

    ¿Dónde se fundamente mi alegría? ¿Vivo mi consagración con alegría? ¿Qué comunico a mi alrededor, alegría o tristeza, optimismo o pesimismo? ¿Crees que pueden decir las demás que a tu lado se sienten felices porque trasmites paz, alegría, ilusión? ¿Cómo percibes a l comunidad, alegre o seria?

    Ponte ante el Señor y descúbrete con sinceridad.

  5. ORACIÓN

    Para vivir lo que este tiempo significa, para que entre de verdad en nuestro interior, es importante dedicar tiempo a la oración.

    En nuestra vida la oración es algo habitual, de cada día. Pero el Adviento nos hace una especial invitación a levantar el corazón a Dios: para acercarnos más a él, para desear su venida, para poner ante él la debilidad de nuestra condición humana, para reconocer que sin él no podríamos hacer nada, para compartir con él la vida que hemos vivido y descubrir su presencia amorosa, para compartir también con él las alegrías y las ilusiones a través de las cuales él se manifiesta y nos estimula, para mirar a nuestro mundo y presentarle nuestros deseos y nuestro trabajo por una vida más digna para todos... Y sobre todo, para que nos entre muy adentro la alegría de su presencia salvadora.

    En estos días sería conveniente que, de la forma que a cada una le vaya bien, busquemos seriamente ratos para orar, para que entre en nuestro interior lo que celebraremos en las próximas fiestas (porque en los días de Navidad aun será más difícil encontrar esos ratos...).

    Por ejemplo, nos puede ayudar el leer las lecturas de la misa, las oraciones colectas. O, simplemente, poner ante Dios nuestras esperanzas, personales y colectivas. O repetir, con toda sencillez, aquella invocación que tanto gustaba a los primeros cristianos, y que nosotros utilizamos a menudo en este tiempo como respuesta a la oración de los fieles: "¡Ven, Señor Jesús!".

    ¿Estoy satisfecha de mi vida de oración? ¿Soy fiel y constante al horario establecido?, ¿Busco ratos gratuitos, fuera del horario fijado? , ¿Suelo dejarla por cualquiera cosa que me surja?

  6. PACIENCIA

    Muchas veces nuestros esfuerzos no dan el resultado que desearíamos. Trabajamos por algo que creemos bueno, y no hay forma de que se haga realidad. Queremos convertirnos y mejorar en algún aspecto de nuestra vida, y no lo logramos.

    Miramos hacia nuestro país o hacia nuestro mundo, y querríamos que hubiera más justicia y bienestar para todos, y nos damos cuenta de que hay demasiados intereses que lo impiden.

    Desearíamos que Jesús fuera más conocido y querido, y no sabemos qué hacer para que así sea.

    El Adviento es una invitación a trabajar sin desfallecer, aunque las cosas no salgan como quisiéramos. Lo dice la carta de Santiago, que leemos en uno de los domingos de este tiempo:

    "Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca".

    Dada la realidad de nuestra comunidad, todas sabemos que la paciencia es una virtud que debiéramos cultivar cada vez más. Tener paciencia con mis propios límites y con los de las demás,

    ¿Cómo ando de paciencia? ¿Me impaciento por cualquier contrariedad? ¿Soy paciente con los defectos de las demás como nos dice el capítulo del buen celo?

    ¿Me impaciento enseguida cuando no veo los frutos de mi esfuerzo o sé esperar pacientemente?


Hora es ya de esperanzas y de esperas,
vamos a creer en utopías.
Basta ya de sumar melancolías,
y añadir fijaciones lastimeras.
Convertir el invierno en primavera,
Y transformar la noche en pleno día,
Poner en las tristezas alegrías,
hacer del amor única bandera.
Es el tiempo gozoso del Adviento,
presagios y noticas orquestadas,
las promesas cargadas de victoria.
Nuestra tierra sintió estremecimiento,
la mujer, toda luz embarazada,
y un DIOS que va a nacer en nuestra historia