Cuerpo y Sangre de Cristo
La Solemnidad de hoy es un eco del jueves santo. El Señor Jesús quiso quedarse con nosotras. Y lo hace en cada Eucaristía, en donde somos convocadas a la mesa de la Palabra y a la mesa de su Cuerpo y de su Sangre.
El Evangelio de hoy nos habla de una característica importante de nuestro Dios: la generosidad. Cuando Dios da lo hace de tal manera que todos quedamos saciados, e incluso sobra.
La liturgia nos presenta hoy el relato de la multiplicación de los panes del evangelista Lucas. Este relato también lo presentan los cuatro evangelios, lo que nos da una idea de su importancia, se puede decir que es uno de los milagros de Jesús que más testigos presenciaron.
Este relato sucede después de la misión de los doce, que Jesús les había encomendado de ir pueblo por pueblo anunciando la Buena Noticia. Es por esto mismo que una gran multitud los seguía y acompañaba. Jesús no era indiferente a esta situación, al contrario, los recibe y les habla del Reino de Dios. La predicación de Jesús iba acompañada de curaciones a enfermos. Es decir que en este relato no solo tenemos el “gran milagro” de la multiplicación, sino también otros milagros como lo son las curaciones.
Al caer la tarde, la preocupación de los discípulos aumenta, se preguntaban qué comería la multitud, y dónde pasarían la noche. Es importante el dato que nos aporta el evangelista, se hallaban en un desierto: aquí la comida es escasa porque la presencia de animales y cultivos es escasa. Sumándole a esto, que las poblaciones más cercanas se hallarían a varios kilómetros.
Ante esta situación, la primera solución que se les ocurre a los discípulos es deshacerse del problema, pidiéndole a Jesús que despida a la multitud para que estos vayan a otras ciudades en busca de comida y reposo. Pero Jesús no es indiferente a lo que vive y siente cada uno de estos hombres y mujeres que lo siguen y que hasta se olvidan de comer con tal de escuchar sus palabras. No es necesario que nadie se vaya. Jesús no excluye a nadie, por eso dice a sus apóstoles: “Dadles vosotros de comer”. Imaginemos cómo se debieron quedar los discípulos al oír este mandato de Jesús cuando sólo contaban con cinco panes y dos peces y estando rodeados de cinco mil personas a las que debían alimentar. La opción de ir a comprar pan no era posible, ya que era de noche y se encontraban en medio del desierto. Los discípulos no lograron encontrar solución al problema.
Es Jesús quien toma la iniciativa, y lo hace a partir de lo poco que tiene en sus manos; cinco panes y dos peces.
Jesús toma el pan y los peces, lo bendice, lo parte y lo entrega. Por medio de estas tres acciones, logra transformar una lógica del descarte en una lógica de comunión, en una lógica de comunidad. Estos gestos nos recuerdan a la eucaristía, que mediante estos mismos gestos se ofrece a los hombres.
En el COMPARTIR lo que se tiene, ahí está la solución. Compartir es un gesto que no tiene límites, cuando se comparte hay de sobra para todos; el amor es siempre abundante.
Jesús toma la iniciativa y comparte lo que tienen; los discípulos son intermediarios. La multitud come a gusto, los hambrientos son saciados. El alimento es otro signo de la presencia del Reino, porque de él depende la vida. Pese a la carencia pretextada por los discípulos, sobran doce canastos. La cifra es simbólica: hay alimento para todo el pueblo (las doce tribus).
Cuando nos liberamos del egoísmo humano, sobra para cubrir la necesidad de todos. Ésta es la enseñanza profunda del relato evangélico. No podemos inhibirnos o desentendernos del hambre que hay en el mundo diciendo que sólo tenemos para nosotras. El COMPARTIR es el rasgo característico del Reino, del nuevo Israel, de la comunidad cristiana, de la Iglesia. ¡Es la forma de que los bienes mesiánicos lleguen a todo el pueblo!