Domingo XVII - C
Lucas 11, 1-13
Si el pasado domingo el pasaje del Evangelio nos recordaba la importancia de escuchar la palabra de Dios, como María, la hermana de Lázaro, que estaba sentada a los pies del Maestro, en el Evangelio de hoy Jesús, ante la petición de sus discípulos, les enseña a orar.
Ésta es la petición que los discípulos hacen al Señor. Sabemos que Jesús dedicaba mucho tiempo a la oración. En el Evangelio escuchamos cómo muchas veces se va Jesús a un lugar apartado, o a la montaña, a orar. En el pasaje de hoy escuchamos cómo Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando termina sus discípulos se acerca a Él para pedirle que les enseñe a rezar, igual que Juan enseñaba a sus discípulos. Esta actitud de Jesús la debemos de imitar también nosotros.
La intimidad con el Padre, su diálogo continuo, el tiempo dedicado a estar en su presencia, es tan necesario en la vida de Jesús para poder llevar a cabo su misión. También lo ha de ser para nosotras que somos sus discípulas.
Ante la petición de los discípulos, Jesús les enseña la oración más importante, la oración del Padrenuestro. Son las palabras con las que el mismo Jesús nos enseña a orar también a nosotros. No hace falta utilizar mucha palabrería para hablar con Dios. Basta con decir estas palabras, pero decirlas sabiendo bien lo que decimos, y haciéndolo con total confianza en Dios, que nos ama y que siempre está atento a nosotros.
Pero después de enseñarles esta oración, Jesús les da una lección sobre la oración: hay que orar con insistencia. Esto lo enseña con la parábola de aquel hombre que, a medianoche, pide con insistencia a un amigo suyo que le preste tres panes. Si no se los da por ser amigo, dice Jesús, al menos se los dará por su insistencia y por su importunidad. Y justo después Jesús nos invita a pedir, pues el que pide recibe; a buscar, pues el que busca halla; y a llamar, pues al que llama se le abre. Con esta confianza hemos de pedirle a Dios. Y después Jesús compara la bondad de Dios con la bondad de un padre. Si un padre es capaz de dar cosas buenas a su hijo cuando éste se las pide, aunque el padre sea malo, mucho más Dios, que es bueno, dará cosas buenas a quien le pide.
La Iglesia ha querido que la lectura del Evangelio de este domingo vaya precedida por la lectura del libro del Génesis en la que Abrahán pide con insistencia a Dios que perdone a los habitantes de las ciudades de Sodoma y Gomorra, a los que Dios quería castigar por su pecado. En Abrahán vemos un ejemplo de oración confiada y con insistencia a Dios, pero además un ejemplo de oración de intercesión. Y es que la oración no puede ser sólo por uno mismo, sino que ha de ser por los demás. Es un modo de oración muy importante para los cristianos, interceder ante Dios por los demás. La oración no es egoísta, no puede serlo, por eso la oración verdadera no es la que se hace mirando sólo a sino mismo, sino que se hace con la generosidad de pedir a Dios por los demás, por sus necesidades. La oración con insistencia de Abrahán ante Dios, que le pide que no castigue mortalmente a los habitantes de Sodoma y Gomorra, bajando cada vez más el número de justos que podría encontrar en la ciudad, es el modelo para nosotros de cómo hemos de orar ante Dios con insistencia por los demás, negociando con Dios, insistiéndole, como hace Abrahán. Por ello, un modo de ser solidarios con los demás, de entregarnos a ellos, es la oración. Por medio de ella, nosotros podemos buscar el bien del otro, ayudarle por medio de nuestras peticiones a Dios.
La oración, como nos enseña Jesús en el Evangelio, es algo fundamental en la vida de un cristiano. Una oración hecha con confianza, insistiendo a Dios y pidiéndole no sólo por nosotras y por nuestras necesidades, sino pidiendo sobre todo por los demás. Esto es lo que Dios quiere de nosotras.
Madres Benedictinas – Palacios de Benaver (Burgos)