Domingo XXXII -C
Lucas 20, 27-38
En el Evangelio escuchamos la pregunta “trampa” que le hacen unos saduceos a Jesús. Los saduceos eran un grupo de judíos que no creían en la resurrección de los muertos. Ante esta pregunta de los saduceos, con la que pretenden coger a Jesús, éste responde que tras la muerte nos espera una resurrección para la vida. Esta es la fe de los cristianos: que la muerte no es más que una puerta que nos hace salir de este mundo para llevarnos al mundo futuro.
¿En qué va a consistir la resurrección? Pues no sabemos con certeza. Pero vamos a confiar en Dios, nuestro Padre, porque todo lo que venga de él será bueno para nosotros. Y de él no puede venir más que la vida. ¿Por qué tenemos que suponer que la vida eterna va a ser como ésta, así de limitada, así de pobre? ¿No es Dios un Dios de vivos? El que creó este mundo, ¿no será capaz de crear mil mundos distintos donde la vida se pueda desarrollar en plenitud, en una plenitud que nosotros, con nuestra mente limitada por las fronteras de este universo, no podemos ni siquiera imaginar?
En esta vida después de la muerte, Dios nos espera con los brazos abiertos, pues es un Dios que ama la vida y que quiere que todos los hombres vivan. Esta vida eterna es un regalo de Dios, pero para llegar a ella es necesario vivir aquí en la tierra unidos a Dios, para participar así un día de su gloria, como lo están haciendo ya los santos, aquellos amigos de Dios aquí en la tierra que, tras la muerte, has ido a gozar de la presencia de Dios