Domingo I - Cuaresma
Mateo 4, 1-11
Hoy la liturgia nos presenta las tentaciones de Jesús en el desierto.
A Jesús en el Bautismo en el Jordán le fue revelada su identidad de Hijo amado de Dios. Y antes de comenzar su ministerio, fue conducido por el Espíritu al desierto sometiéndose a una prueba muy dura: cuarenta días de soledad total y de ayuno. En este retiro Jesús experimento su fragilidad como criatura.
Jesús fue sometido a tres tentaciones por el demonio y de las tres salió victorioso apelando a la Palabra de Dios.
El escenario de la primera tentación fue el desierto. Después de un largo ayuno, entregado al encuentro con Dios, Jesús siente hambre. Es entonces cuando el tentador le sugiere que se aproveche de su condición de Hijo y utilice su poder en su beneficio, convirtiendo las piedras en panes. Pero, para Jesús ser Hijo de Dios no tiene nada que ver con demostrar su poder. Ser Hijo de Dios es fiarse de Dios y de su Palabra incondicionalmente, saberse amado y en buenas manos.
La segunda tentación se produce en el «templo». El tentador propone a Jesús hacer su entrada triunfal en la ciudad santa, descendiendo de lo alto como Mesías glorioso. La protección de Dios está asegurada. Sus ángeles «cuidarán» de él. Jesús reacciona rápido con las palabras del Deuteronomio: «No tentarás al Señor, tu Dios». No será un Mesías triunfador. No pondrá a Dios al servicio de su gloria. No hará «señales del cielo».
La tercera tentación sucede en una «montaña altísima». Desde ella se divisan todos los reinos del mundo. Todos están controlados por el diablo, que hace a Jesús una oferta asombrosa: le dará todo el poder del mundo. Solo una condición: «Si te postras y me adoras». Jesús reacciona violentamente: «Vete, Satanás». «Solo al Señor, tu Dios, adorarás». Dios no lo llama a dominar el mundo como el emperador de Roma, sino a servir a quienes viven oprimidos por su imperio. No será un Mesías dominador, sino servidor. El reino de Dios no se impone con poder, se ofrece con amor. Del relato de Mateo podemos aprender dos cosas interesantes para nuestra vida espiritual. La primera es que hay que estar atentas en los momentos de debilidad por los que todas pasamos. Jesús llevaba tiempo sin comer, se encuentra débil y más vulnerable y es entonces cuando el diablo aprovecha. ¡Cuidado con los momentos de debilidad! Lo segundo que aprendemos es que, a diferencia de nuestros primeros padres, Jesús no dialoga con la tentación, sino que le planta cara con la Palabra. Eva dialogó con el tentador y sucumbió. ¡No dialogar con el tentador! El comienzo de la Cuaresma, a través de las lecturas de hoy, nos recuerda que hay que estar atentas a lo que en nuestra vida pueda haber de tentación. Necesitamos alimentarnos de la Palabra como algo que nutre nuestra vida. En definitiva, todas las tentaciones tienen el mismo objetivo: apartarnos del camino del seguimiento de Jesús y la mejor manera de hacerlo es sembrando en nosotras la duda y la desconfianza sobre lo que la Palabra de Dios nos dice, sugiere, amonesta o ilumina. Las tentaciones que sufrió Jesús, salvando las distancias y las circunstancias concretas, no son distintas de las nuestras y se nos presentan de forma muy sutil en la vida monástica. La tentación toma la forma de invitación a desplazar a Dios del centro de nuestra vida y a situar en su lugar a otros dioses. Jesús reaccionó rápidamente y nosotras tenemos que hacer lo mismo que él, es decir, actuar con decisión y rapidez como nos dice san Benito, atajando desde la raíz aquello que intenta separarnos de Dios en cada momento. El mismo Espíritu que condujo a Jesús al desierto nos conduce a nosotras al desierto de la Cuaresma. Alimentémonos de la Palabra de Dios para estar fuertes y resistir las tentaciones del maligno.
La Cuaresma es una oportunidad para volver a Dios de todo corazón, para dejarnos evangelizar por la Palabra de vida. En el desierto, que no es ausencia de personas sino presencia de Dios, aprendemos a crecer en la amistad con Jesús. En este tiempo de Cuaresma no nos faltará la ayuda de Dios, dependerá de nosotras responder a la gracia o no. Si queremos, Dios se hará el encontradizo con nosotras, pasará a nuestro lado y nos invitará a resucitar con Él la noche de la Vigilia Pascual que esperamos con un gozo de anhelo espiritual. No olvidemos que nos encontramos en un tiempo de gracia, de salvación.