Quinto Domingo de Cuaresma - b
La Cuaresma va avanzando, nos encontramos en el Domingo V. Acompañamos a Jesús que se dirige a Jerusalén para celebrar la Pascua. Las autoridades religiosas, preocupadas por lo que Jesús enseñaba, por las señales que hacía (poco antes fueron testigos de la resurrección de Lázaro) y porque mucha gente le seguía, se pusieron de acuerdo para hacerlo desaparecer. Consideraban que todo aquel “movimiento” podía ser un peligro ante las autoridades romanas.
Jesús sintiendo que se acercaba su hora, pronuncia unas palabras que son fundamentales también para los que quieran seguirle a lo largo de los tiempos: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
Describe con esta metáfora luminosa el significado positivo de su muerte violenta. Es precisamente estallando, rompiéndose, como el grano de trigo se convierte en espiga. Morir nos cuesta mucho, sin embargo, no hay vida sin muerte, no hay gloria sin cruz, no hay amor auténtico sin sacrificio y entrega.
El seguimiento de Jesús no es fácil ni cómodo, es exigente y realista. “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” El que viva en actitud de servicio será recompensado por el Padre.
Contemplamos los sentimientos de Jesús en el momento crítico de su vida, donde se va a clarificar el sentido de su misión y en el que se realiza el juicio decisivo sobre este mundo.
Jesús había ya dejado claro que “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente “. Sin embargo, el hecho de que la muerte sea un acto voluntario no quita el horror del acontecimiento. Jesús lo explica en el mismo discurso: Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré?: “Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre: glorifica tu nombre”.
Aquí presenciamos uno de los momentos más dramáticos de Jesús: es otra forma de presentarnos la oración de Getsemaní. Es una hora de turbación y de angustia. Un misterio de dolor y oscuridad. Jesús ve con lucidez que su tiempo se acaba. Tiene delante el cáliz que debe beber, secuencias de la pasión que se acerca, y el interrogante del sentido. Es la “hora del poder de las tinieblas”. La hora de la repugnancia y del rechazo. La hora de los gritos y las lágrimas, de las oraciones y súplica al que podía salvarlo de la muerte. La hora del “si es posible, pase de mi este cáliz”. En la lucha llega a romperse hasta sudar sangre. Necesita incluso de ayuda especial, la voz del Padre, o el ángel del consuelo.
“Vino una voz del cielo”. Al fin Jesús fue escuchado, “en su angustia fue escuchado”. “Lo he glorificado siempre y volveré a glorificarlo”. Esta es la certeza de que Dios está con él, de que no se ha ausentado.
“Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Cuando Jesús sea alzado en la cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del misterio de Dios.
El grano de trigo termina en espiga. La muerte no es final del camino, es un paso que termina en la Pascua, en la Resurrección. Esta es nuestra esperanza.
Siguiendo a Jesús sabemos a qué debemos morir: a todo lo que nos impida amar. Cada una, cada uno, podemos reconocer los propios impedimentos.
Acompañando en estos momentos a Jesús trataremos de compartir sus sentimientos cuando presiente cercana su muerte. Y abriremos nuestro corazón para acoger sus palabras, deseando hacerlas vida en nuestras propias vidas. Al acompañarle nos sabemos también acompañadas/os y estimuladas/os por él: por la fidelidad a su misión, por la plenitud de su vida entregada hasta la muerte en la Cruz.
Al llegar casi al final de la Cuaresma pidamos a Jesús que seamos capaces de ser sus testigos y que este tiempo sea para dar vida entregándonos a los demás. Digámosle desde el corazón que queremos verlo, encontrarnos con él, dejar que entre en nuestras vidas, nos libere de nuestros miedos, y nos transforme. Pidámosle la gracia de la conversión profunda que significa el llegar a comprender y a realizar este ideal que nos propones: “morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener.”