Domingo Sexto de Pascua - B
Seguimos contemplando hoy a Jesús que abre su corazón a los apóstoles, en la intimidad del Cenáculo. Es un ambiente celebrativo, pero también de despedida, donde Jesús está recordando a sus discípulos lo más importante de todo lo que les ha ido enseñando durante los tres años que ha estado con ellos.
“Permanecer en mi amor”. Quiere decir que debemos vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Permanecer en su amor es guardar sus mandamientos. Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico. Consiste en guardar sus mandamientos que él resume en el mandamiento del amor fraterno.
“Este es mi mandamiento que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la manera concreta de responder a la invitación que recorre todo el capítulo: “PERMANECED en mi amor”. Permanecer es vivir unidas a Él, en una comunión tan fuerte que haga posible el amor a Dios y a las hermanas, es decir, que haga posible que podamos amarle a Él y amarnos nosotras como Él nos amó. Esto es la raíz de la fe y del mensaje cristiano.
Todo empieza en el acto creador de Dios. Dios piensa en nosotras desde el principio, de manera individual, piensa en ti y en mí, y ya empieza a amarnos. Nos crea por amor. Nos crea para la vida y la felicidad. Las personas somos fruto del amor de Dios. Es un amor gratuito, es el amor primero, sin condiciones.
Por eso nuestra respuesta a Dios ha de ser igual. Pero no siempre es así. Muchas veces nos ponemos nosotras por delante de Dios, nuestro egoísmo, nuestra vanidad, y dejamos a un lado el amor de Dios, para poner nuestro pobre amor humano, cuando, si fuera al revés, nuestro amor se multiplicaría.
Pero ahí está nuestro pecado. Sin embargo, Dios nos ha amado tanto, que está dispuesto a re-crearnos, y nos ha enviado a su Hijo Jesús para entregar su vida por nosotras, por nuestro egoísmo, por nuestros pecados. Jesús ha llevado el mandamiento del amor hasta sus últimas consecuencias.
Al principio decía Jesús: “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”; o también: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”; o incluso lo de: “amad a vuestros enemigos”. Pero la culminación de ese amor está en “que os améis unos a otros como yo os he amado”, que nos amemos como Dios ama, sin límites, sin medida, en definitiva, que nos amemos entre nosotras como nos ha amado Jesús.
Y este amor entre nosotras produce un fruto muy importante: hace eficaz nuestra misión. Tal vez hoy deberíamos plantearnos muy en serio si verdaderamente está en nosotras el amor de Dios, si nos amamos como Él nos amó.
Es posible que, entonces, nuestra vida sea más alegre, como decía Jesús: “os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.
Jesús nos presenta este mandato como una fuente de alegría. La alegría brota del amor y la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor. La alegría es un fruto de la Pascua que sentiremos en la medida que permanezcamos en su amor guardando sus mandamientos.
Está claro que esto no podemos hacerlo nosotras solas, necesitamos el Espíritu Santo, ese al que estamos esperando en Pentecostés, dentro de dos semanas. Es el Espíritu quien nos capacita para amar, es él quien mantiene una continua unión entre nosotras y Dios.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” Vosotros sois mis amigos , si hacéis lo que yo os mando”. Somos consideradas amigas de Jesús si cumplimos el mandamiento del amor.
Y también tenemos una convicción muy importante, “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”. Es Dios y su gran amor quien nos ha escogido, el que nos ha amado desde el principio y ha pensado en nosotras para llevar adelante su proyecto de amor a toda la humanidad.
Sentirse amadas por Dios produce una alegría interior grande, pero también sentirnos amadas por las personas nos produce una profunda alegría. Todas nos sentimos mejor y más felices si nos sentimos amadas. El amor produce alegría y el desamor tristeza.
Pero Cristo nos dice a continuación que el amor del que él habla no es un amor teórico, sino un amor que se traduce en obras: “vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. El amor nunca puede ser sólo una teoría, sino una praxis, porque el amor verdadero se traduce siempre en obras.
Jesús es claro. Si no hay amor no hay experiencia del Padre, no hay comunidad. Si falta el amor, en nuestra vida, no queda más que vacío y ausencia; podemos hablar de Dios, imaginarlo, pero no experimentarlo como fuente de alegría de la que estamos sedientas.