Asunción de María - B
"Hoy la Virgen María sube a los cielos, alegraos, porque reina con Cristo para Siempre” Sí, hermanas, la solemnidad de hoy nos invita a la alegría, una alegría profunda y serena. Para comprender su alcance, la liturgia nos propone dar tres miradas con los ojos de la fe y del amor. Y, con cada mirada, nos propone hacer un reflexión iluminada por la Palabra de Dios.
"María ha subido al cielo". La primera mirada, pues, es a Santa María, asunta, gloriosa, plenamente identificada con Jesucristo. Porque hoy celebramos el día que el Dios omnipotente elevó " en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María", tal como dice la oración propia de esta solemnidad. Ella, escogida desde las entrañas de su madre para ser la madre de Jesucristo, correspondió siempre al querer de Dios, con una fe activa que se traducía en amor y servicio a los demás. Un amor y un servicio que ella sigue ejerciendo a favor de la humanidad en el tiempo de la Iglesia, por medio de su solicitud maternal y de su oración de intercesión cerca del Cristo resucitado.
Al contemplarla radiante de la luz pascual de su Hijo, proclamamos junto con Isabel: Feliz por haber creído; bienaventurada por las maravillas que el Todopoderoso ha hecho en ella. Y con ella, adoramos la santidad de Dios que llama a la vida divina a los que creen en él y ama a la humanidad de generación en generación.
La segunda mirada que nos invita a hacer la solemnidad de hoy, es a nuestra persona, a nuestra realidad presente, con sus alegrías y sus penas, con sus preocupaciones, sus miedos, sus sufrimientos. Además, el contexto en el que estamos viviendo no está exento de dificultades, de amenazas, de incertidumbre.
La contemplación de María en su gloria nos serena. Y nos invita a hacer como ella, no evadirnos de la realidad que nos rodea, sino vivirla intensamente "aspirando siempre a las realidades divinas", tal como nos hace pedir la oración propia de hoy. Es decir, vivir cada día según las actitudes del Evangelio, con espíritu de servicio y de compromiso con los demás. Necesitamos, para vivir con alegría y con esperanza, imitar el estilo de María en la visita que hizo a su prima, tal como hemos escuchado en el evangelio. María va a la montaña para encontrarse con Isabel, con una solicitud gozosa, con la convicción de corresponder a la vocación de madre del Mesías que le ha sido dada, con el deseo de servir.
Mirar nuestra realidad iluminada por la solemnidad de la Asunción, es fuente de esperanza a pesar de las dificultades, personales, comunitarias, familiares o sociales que podamos experimentar. Debemos aprender de María a iluminar nuestra realidad con la Palabra de Dios; para ello, sin embargo, hay que darle tiempo y crear espacios de silencio en nuestro interior. Si lo hacemos, veremos que también nuestro momento, a pesar de las oscuridades y los interrogantes, es también tiempo de gracia, tiempo de salvación. No tengamos miedo, pues, de gastar la vida por los demás como lo hizo Jesús, como lo hizo María. Si lo hacemos así y nos dejamos llevar por el Espíritu, estallará en nuestro interior y nos brotará de los labios el canto profético del Magnificat.
La tercera mirada a la que nos invita la solemnidad de hoy es al término de nuestra vida, en el momento final de nuestra existencia sobre la tierra. Porque "por Maria se nos han abierto las puertas del cielo. Por eso, la oración del día concluye pidiendo que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo". Contemplándola a ella, encontramos energías y provisiones para continuar el camino de la vida hasta que lleguemos a su término. En la escuela de María, no nos desviaremos el camino, podremos avanzar con paso decidido hacia la estancia futura, aquella de la que ya disfruta ella. Porque la asunción de María a la gloria de Cristo prefigura la que deben obtener por gracia los discípulos de Jesucristo.
Efectivamente, la felicidad eterna que nos es prometida no es otra que la que María ya posee en plenitud. Por eso hoy renovamos nuestra fe y nuestra esperanza, sabiendo que, una vez pasado el umbral de la muerte, estamos llamadas a la vida para siempre y a compartir la gloria de Jesucristo resucitado.