Domingo 1 Cuaresma - C

'Christ in the Wilderness', 1898, (1912). A colour print from Famous Paintings, with an introduction by Gilbert Chesterton, Cassell and Company, (London, New York, Toronto, 1912). (Photo by The Print Collector/Print Collector/Getty Images)Lucas 4, 1-13

El evangelio de este domingo, con el que propiamente se da comienzo el tiempo de Cuaresma, nos presenta las tentaciones de Jesús en el desierto y que, salvando las distancias y las circunstancias concretas, no son distintas de las nuestras.

Jesús, después de ser bautizado, se dirige al desierto, empujado por el Espíritu, para prepararse durante cuarenta días a la misión encomendada por su Padre.

El desierto es el lugar privilegiado para encontrarse con Dios, sin embargo, el desierto, no sólo es lugar de retiro y de intimidad con Dios, sino el campo de lucha donde Jesús fue tentado por Satanás.

Y, es que el ser el Hijo amado de Dios no le supone a Jesús la ventaja de verse libre de las tentaciones. La diferencia entre Él y nosotras, es que él no sucumbe ante las tentaciones de satanás, y nosotras, a veces, caemos.

Las tentaciones que padece Jesús van dirigidas al corazón de su ser más profundo y de su misión.

En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para “convertir las piedras en pan” y saciar así su hambre. Renuncia a utilizar su poder. No seguirá ese camino. No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta. Se alimentará de la Palabra viva de Dios: “No solo de pan vive el hombre” Jesús vence, porque vive en absoluta fidelidad al Padre.

En la segunda tentación, se habla de “poder y gloria” Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo. “No adorará más que a Dios”. Jesús no buscará nunca ser servido, sino servir. El poder no está en el dominio, sino en la entrega de la vida en obediencia absoluta a la voluntad de Dios.

En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar, aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. No será un Mesías triunfalista. Nunca pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. De nuevo la respuesta de Jesús, “Está mandado, no tentarás al Señor, tu Dios”, muestra su confianza absoluta en el Padre.

Jesús no utilizó a Dios en provecho propio, ni luchó por conseguir el poder al que siempre renunció, ni buscó lo espectacular, antes bien, huyó y desconfió del ruido de las multitudes que querían hacerlo rey.

Muchas voces de fuera y de dentro buscan hoy separarnos de Dios, de sus proyectos, de sus caminos. Pero, hay una voz más fuerte, más firme que puede vencer esas otras voces si disponemos el corazón para escucharla. Solo hace falta un oído fino, un silencio atento, u n corazón dócil.

Igual que Jesús tenemos que entrar en el desierto de la oración, pensar que no sólo de pan vive el hombre, y que nuestra única adoración es a Dios, no son los aplausos, el reconocimiento. Pero, siempre hay algo más, nuestra soberbia, nuestra vanidad, nuestro egoísmo, nuestro individualismo, todo esto son tentaciones que nos amenazan continuamente.

Pidamos al Señor en esta Cuaresma que nos de su fuerza para no caer en la tentación, que sintamos hambre de la Palabra de Dios, que nos ayude a vaciar nuestra vida y a dejarnos llenar por Él.

“Señor, nos sabemos peregrinas, acompañadas por tu presencia que nos guía en el camino hacia la libertad, hacia la Pascua, con la confianza que un día nuestra esperanza no quedará defraudada”.