Ascensión del Señor - C

ascension2022Lucas 24, 46-53

Esta fiesta nos habla de plenitud; todo se ha cumplido como Jesús ha ido anunciando a sus discípulos: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16, 28).

Jesús no es que suba ni baje, al cielo, sino que es una forma de hablar los hombres con categorías de espacio y tiempo, lo que quiere trasmitirnos es algo más profundo que intenta tocar el misterio de la vida y que hace referencia a la fe. Es la capacidad de trascenderse de toda persona, lo que se nos presenta aquí.

La Ascensión es el comienzo de una forma nueva de estar entre los suyos. No nos ha abandonado sino que permanece entre nosotras. Su presencia es mistérica e invisible, pero le sentimos cercano y dentro de nosotras mismas.

La Ascensión es una fiesta para el compromiso. Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Él terminó su obra, pero nos dejó a nosotras la misión de continuarla y completarla: “Id...” No nos quiere mirando al cielo... Queda todavía mucho por hacer. Jesús necesita de todos, no podemos quedarnos mirando al cielo. Jesús nos deja una tarea, nosotras tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotras tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y ser sus testigos en nuestro mundo.

Pero nuestro testimonio tiene que ser como el de Jesús, no sólo con la palabra, sino con la vida. Ya no se nos pide hablar mucho, sino transparentar bien. Que nuestra vida sea argumento de la verdad de Cristo, de la verdad de Dios. Que algo de Dios puedan ver todos en nosotras. Digamos que Dios es amor, amando; digamos que Dios es misericordia, compadeciendo y perdonando; digamos que Dios es gozo, viviendo en alegría; digamos que Dios es comunidad, compartiendo y comulgando hasta el final.

Y para que podamos realizar esto Jesús nos envía el Espíritu, la fuerza de Dios pues por nosotras mismas no podemos nada, necesitamos la fuerza, el aliento de Dios.

En la escena final del evangelio de Lucas, Jesús «se separa de ellos subiendo hacia el cielo». Los discípulos tienen que aceptar con todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al Padre «bendiciendo» a los suyos.

Mientras iba subiendo al cielo los bendecía. Jesús vuelve al Padre bendiciendo a sus discípulos. Este último gesto de Jesús es un hermoso resumen de toda su vida. Sus manos siguen extendidas sobre el mundo. Su gracia permanece en medio de todo lo que sucede en el mundo. No estamos dejados de la mano de Dios. Todo el mundo queda bajo la bendición de Dios: las guerras, las enfermedades, luchas están ahí pero el mundo está protegido, defendido, salvado por la bendición de Dios. El mundo no está perdido, en poder del mal, sin remedio…

“Los discípulos sienten una gran alegría”. No sienten la tristeza de la separación, no se quedan con sentimiento de orfandad, no se sienten solos, ni perdidos, sino con la alegría de poder vivir bajo la bendición de Jesús, amparados por el Padre, marcados por su bendición.

Continúa el texto: Estaban siempre bendiciendo a Dios Y es que la respuesta que brota a la bendición de Dios es bendecir a Dios, alabarlo, darle gracias. Cuando te sientes bendecida te brota el bendecir, el alabar, el glorificar, el dar gracias. Alabar a Dios siempre, en todo, pues la alabanza y bendición es el fundamento de nuestra vida, lo permanente, lo que ha de estar siempre presente.

En un mundo donde es tan frecuente maldecir, condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidoras de Jesús que sepan bendecir, buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.

La fiesta de la Ascensión es, pues, una invitación a ser portadoras y testigos de la bendición de Jesús a la humanidad. Es el tiempo de colaborar en la transformación del mundo hasta que Jesús, el Señor, vuelva y lo encuentre preparado conforme a su querer. Pues que todas seamos conscientes de la misión que tenemos encomendada: el ser testigos de Jesús desde la especificidad de nuestra vocación, desde nuestra condición de contemplativas.