Domingo 33 - C
Llegamos, con el próximo domingo en que contemplaremos a Jesús como Rey, al final del año litúrgico. Las lecturas de este día, al igual que las de los precedentes domingos, tienen un sabor apocalíptico, nos hablan del final de los tiempos. Entre otras cosas porque estaban orientadas hacia aquellos cristianos que se encontraban nerviosos ante la creencia de que la segunda y definitiva venida de Cristo era inminente.
En el evangelio Jesús habla de la destrucción de Jerusalén. Para un judío observante ninguna imagen podía hablar con más dramatismo y elocuencia del final de los tiempos que la imagen del templo de Jerusalén destruido y en ruinas.
El templo de Jerusalén era la más grande imagen visible de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. El templo destruido es imagen del pueblo de Israel destruido. Cuando Jesús les habla a sus discípulos de la destrucción del templo, estos piensan necesariamente en la destrucción del mundo, de este mundo. Será un tiempo de pánico, de terremotos, de guerras, de epidemias y de hambre. A ellos, a los discípulos, les echarán mano, les perseguirán, les llevarán a la cárcel.
¿Qué hacer, cómo comportarse en esos momentos tan revueltos? Jesús se lo dice con claridad: dar testimonio de su fe con fortaleza y perseverancia, no perder nunca la esperanza. Este, creo yo, que es el mensaje que nos traen a nosotros las lecturas de este domingo. También nuestro tiempo es un tiempo revuelto, de templos vacíos de jóvenes, de una sociedad que vive mayoritariamente de espaldas a Dios, de una cultura agnóstica y atea, de unos medios de comunicación irreverentes con lo religioso.
¿Qué tenemos que hacer? Lo que Cristo dijo a sus discípulos: dar testimonio de nuestra fe, un testimonio claro e inteligible para la sociedad en la que vivimos; un testimonio de esperanza, de confianza, de fe y de amor a nuestro Dios y a nuestro prójimo. Jesús de Nazaret dijo a sus discípulos que ni un cabello de sus cabezas se iba a perder sin el consentimiento de nuestro Dios. No perdamos nuestra fe y nuestra confianza en Dios, en estos tiempos tan revueltos en los que nos ha tocado vivir.
Jesús nos insiste en que solamente quien persevere en su fe, alcanzará la vida. Por ello, no nos intranquilicemos por anuncios extraños o sorprendentes. Vivamos de tal manera que no nos alcance de sorpresa "el día del Señor". Aunque no sepamos el día ni la hora, estamos seguros que sucederá. Porque Dios hará un cielo nuevo y una tierra nueva en donde tenga morada la bondad, la paz y la justicia que parece que han desaparecido de nuestro mundo actual.
El Evangelio infunde confianza. Los misterios y contrastes en la vida no lo son todo ni significan el fin por muy desoladores que sean. Hay que tener fe en la presencia de Dios a nuestro lado, y desde esta convicción interpretar con sentido providencialista cuanto nos sucede, favorable o adverso.