Domingo 20 - A 2023
Jesús lo está pasando mal. Como buen hijo de Israel se siente enviado a sanar a las ovejas perdidas de su pueblo, pero sólo experimenta incomprensión y rechazo por aquellos que conocen la ley y gestionan la relación de la gente con Dios. Se siente enviado a su gente y se tiene que retirar a tierra “pagana”, Tiro y Sidón, porque “viene a los suyos y los suyos no lo reciben”. No lo reciben aquellos que tendrían que estar más sensibles a los signos mesiánicos de la venida del Reino de Dios. Fariseos y letrados se han endurecido y no soportan a Jesús, no lo dejan en paz.
El retirarse un tiempo de Galilea es porque Jesús necesita alejarse de su gente. Jesús está dolorido con lo que está experimentando. Necesita un “alto en el camino”. Necesita “tomar distancia” y entonces, en tierra pagana, una mujer le pide que tenga compasión. No nos tiene que sorprender que Jesús esté descolocado y “no le conteste ni palabra”. Los suyos no lo acogen y los “otros”, los paganos, le piden sanación.
La cananea es una mujer afligida que da la impresión de que en su tierra pagana no encuentra alivio y sanación. Pide a gritos que se le alivie, se lo pide al Hijo de David, un último agarradero invocando al que en Israel tiene que venir a restaurar lo perdido.
Que Jesús vaya entendiendo que la compasión es para unos y otros, para los de dentro y los de fuera, para judíos y paganos, es un proceso vital, es un proceso doloroso y fascinante en Jesús y en nosotros. Nos cuesta aceptar la plena humanidad de Jesús, exactamente como la nuestra menos en “el pecado” que es lo que precisamente nos deshumaniza.
Jesús siempre está “creciendo” en humanidad. Jesús no está exento de “crecer” en sabiduría, nos los dice muy bien el Evangelio, y por eso sólo cuando es cuestionado y confrontado por una mujer pagana, reacciona. La mujer en su “contexto pagano” no encuentra salvación, en cambio Jesús cuando la ofrece a su “contexto religioso” experimenta el rechazo. La mujer le está diciendo que no quiere quitarle nada a Israel, “el pan de los hijos”, pero provocativamente le dice que todos tienen derecho, aunque sea “a unas migajas de compasión”. La sacudida para Jesús es total.
Jesús, en tierra ajena y confrontado por una extranjera, pone en cuestión sus percepciones de realidad como hijo de Israel, y percibe que en “los de fuera” hay fe, confianza, sensibilidad para percibir la necesidad de salvación. Esta mujer le abre los ojos a Jesús, le revienta las fronteras de la Palestina para abrirle más allá de sus fronteras.
La Pascua de Jesús nos abre a la universalidad, es verdad, pero también es profundamente consolador percibir a un Jesús que, en su vivir la misión por los caminos de Galilea, es confrontado y puesto en “crisis” en sus convicciones judías heredadas para acabar reconociendo la gran fe de esta mujer cananea y que la compasión se extiende a todos.
Este relato rompe todo intento de acaparar la fe como posesión por parte de cualquier grupo del tipo que sea. Nadie tiene a Cristo en exclusiva, nos dice genialmente San Pablo.