Ascensión de Señor - B 2024
Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. La Ascensión forma parte del misterio pascual de Cristo. Es la coronación de la vida y de las obras de Jesús. Es la entrada oficial en la gloria; es la vuelta al Padre anunciada por él en el día de Pascua: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”, le había dicho a María Magdalena. Y a los discípulos de Emaús. ¿“No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?
Jesús no es que suba ni baje, al cielo, sino que es una forma de hablar los hombres con categorías de espacio y tiempo. La Ascensión es el comienzo de una forma nueva de estar entre los suyos. No nos ha abandonado sino que permanece entre nosotras. Su presencia es invisible, pero le sentimos cercano y dentro de nosotras mismas.
En los días anteriores a la Ascensión Jesús había preparado a sus discípulos: os conviene que yo me vaya, si me amarais os alegraríais de que me vaya al Padre porque el Padre es mayor que yo, no os dejaré solos.
Los discípulos no comprendían bien sus palabras, pues querían que estuviera corporalmente con ellos para siempre. El motivo era el mismo por el que Pedro temía que sufriese la pasión. Veían en El, un maestro, un animador y un consolador, un protector, pero humano; si esto no aparecía a sus ojos, lo consideraban ausente, aunque en realidad sigue presente entre nosotros. Lo cierto es que les convenía a los discípulos ser elevados un poquito y que comenzasen a pensar en El en categorías espirituales.
La Ascensión es una fiesta para el compromiso. Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Hoy Jesús nos pide que seamos sus colaboradores en esta difícil y a la vez apasionante misión. Jesús nos deja una tarea. Nosotras tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotras tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y mujeres y ser sus testigos en nuestro mundo.
Pero nuestro testimonio tiene que ser como el de Jesucristo, no sólo con la palabra, sino con la experiencia. Ya no se nos pide hablar mucho, sino transparentar bien. Que nuestra vida sea argumento de la verdad de Cristo, de la verdad de Dios. Que algo de Dios puedan ver todos en nosotras. Digamos que Dios es amor, amando; digamos que Dios es misericordia, compadeciendo y perdonando; digamos que Dios es gozo, viviendo en alegría; digamos que Dios es comunidad, compartiendo y comulgando hasta el final.
Jesús envía a sus discípulos a pregonar el evangelio a través del testimonio sobre la persona y la obra de Jesús que han experimentado y vivido. No hablan de teorías sobre Jesús, ni dan grandes discursos, sino que cuentan su propia experiencia, como Dios les ha tocado el corazón.
Eso es lo que hay que compartir, ese es el evangelio que hay que pregonar. No nos podemos quedar sólo en una contemplación pasiva. Hemos sido testigos de la resurrección y ahora tenemos que dar testimonio de ello.
Pero para que la tarea sea más fácil, el Señor nos envía el Espíritu Santo, que nos fortalece para ser sus testigos, pues por nosotras mismas no podemos nada, necesitamos la fuerza, el aliento de Dios. La venida del Espíritu nos dará la seguridad y la fortalece que necesitamos. El tiempo, la vida terrena de Jesús, ha terminado. Comienza nuestra tarea.