Domingo 3 Pascua - C 2025

KONICA MINOLTA DIGITAL CAMERAJuan 21, 1-19

Durante estos domingos de Pascua vamos recordando cómo Jesús se apareció vivo a sus amigos y les devolvió otra vez la alegría y la esperanza.

Los discípulos han vuelto a Galilea, y un día, Pedro, no sabemos si porque estaba desesperanzado o porque quería recordar sus tiempos de pescador, dijo: “Me voy a pescar”. Se fueron los siete a pescar, pero aquella noche la pesca se les dio mal.

Al amanecer no habían pescado nada. Todavía no clareaba bien la mañana cuando alguien, desde la playa, les dice que echen la red a la derecha de la barca. La echaron y no tenían fuerzas para sacar la red llena de peces. El acontecimiento resultaba asombroso y extraño. Uno de la barca se dio cuenta de que aquello no ocurría por casualidad. En el hombre que estaba en la playa reconoció a Jesús y dijo: “Es el Señor”. Entonces Pedro se tiró al agua y fue nadando a donde estaba Jesús. Allí, sobre unas brasas, Jesús les estaba preparando algo de comer. Comieron contentos porque estaban disfrutando de que su Señor estuviera vivo entre ellos.

Estas cosas son las que cuenta el evangelio. Pero, como siempre, con todo esto algo nos quiere decir el Señor a nosotros, que estamos celebrando la gran fiesta de la resurrección. En nuestra vida y en nuestra comunidad también anda el Señor. Quizás nos pase a nosotras como a aquellos cristianos de la barca. No terminamos de reconocer al Señor, pero el Señor está. Además, Dios también nos habla desde las cosas que ocurren en la vida. Muchos acontecimientos llevan la marca o huella de Dios y nos transmiten su mensaje.

A nosotras también nos puede parecer que las cosas ocurren por casualidad, pero no es así. Nuestro Dios no está ausente de nuestra vida. Es el Señor el que nos va sacando de nuestras rutinas, el que nos implica en tareas bonitas, el que nos hace sensibles a los problemas de los demás, el que nos va descubriendo otros valores que antes no veíamos, y es también el que nos anima y nos da fuerzas para seguir. El Señor anda con nosotras y va cambiando nuestra vida. Creo que descubrir esa presencia misteriosa del Señor entre nosotras es también una experiencia muy bonita. No es algo que se sabe sólo con la cabeza. Es algo que se gusta, se saborea y se disfruta con el corazón.

Nuestras eucaristías también se parecen a aquel encuentro amistoso de Jesús con sus discípulos en la playa. Para no hundirnos en el cansancio o para encontrar nuevas fuerzas ante las dificultades, necesitamos esos momentos de estar con el Señor y sentirlo a nuestro lado. El Señor también nos reparte a nosotras su alimento, que es su Pan y su Palabra. por eso, de nuestras eucaristías deberíamos salir contentas animadas y con más fuerzas para seguir al Señor. A nosotras el Señor tampoco nos abandona.

Pedro quedará en la tierra como responsable de la comunidad de discípulos en nombre de Cristo. El servicio encomendado por Jesús es el de ir delante del rebaño, ir delante en la fe, ir delante en el seguimiento que desemboca en el testimonio por la muerte.

Cada una de nosotras podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos ocasión hoy y durante toda la Pascua, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel de Jesús.

También a nosotras nos dice Jesús: sígueme. Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: “Señor, tú sabes que te amo”