Solemnidad de San Pedro y San Pablo

domingo 13 c 2025Juan 21, 15-19

En este día tan significativo para la Iglesia, la Solemnidad de San Pedro y San Pablo nos invita a contemplar la singularidad de dos pilares fundamentales de la fe cristiana. El Evangelio de Juan (21, 15-19) nos revela la restauración y la misión de Pedro de una manera que trasciende el mero relato histórico para convertirse en un mensaje universal y de todos los tiempos.

Después de la resurrección, en ese amanecer a orillas del lago de Tiberíades, Jesús se acerca a sus discípulos, y es Pedro, el impulsivo, el que había negado a su Maestro, quien recibe una atención particular.

El Señor, con una delicadeza y una pedagogía divinas, no lo increpa por su triple negación, sino que le ofrece una triple oportunidad de afirmar su amor. Tres veces le pregunta: "¿Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". Esta pregunta, repetida con insistencia, no es un reproche, sino una invitación a la purificación, a la reafirmación de un amor que había sido herido, pero no destruido.

Pedro, con una humildad que solo el arrepentimiento y el encuentro con el amor de Dios pueden generar, responde con dolor: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero". Esta afirmación es crucial, porque reconoce la omnisciencia de Jesús y se entrega por completo a su juicio y a su misericordia.

Pero la reafirmación del amor no es un fin en sí misma; es el cimiento de una misión. Cada "Sí, Señor, te quiero" de Pedro es respondido por Jesús con un mandato pastoral: "Apacienta mis corderos", "Pastorea mis ovejas", "Apacienta mis ovejas". Esta triple encomienda establece a Pedro como el pastor principal de la Iglesia naciente, aquel que debe cuidar, guiar y proteger al rebaño de Cristo. Es una vocación de servicio, de entrega desinteresada, que exige la renuncia a la propia voluntad para abrazar la de Cristo. Las ovejas no son de Pedro, son de Jesús, y Pedro es un vicario, un siervo.
Esta misión de pastorear, de ser el Buen Pastor de la Iglesia en la tierra, es el origen del primado de Pedro y, consecuentemente, de sus sucesores, los Papas. Es una autoridad que nace del amor y se ejerce en el servicio, no en el dominio. Y la culminación de este diálogo es una profecía que nos habla del destino de Pedro, de su martirio: "Cuando seas viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras". Esta profecía, que Juan aclara que se refería a la muerte con la que glorificaría a Dios, nos muestra la culminación del seguimiento de Pedro, una entrega total de sí mismo hasta el derramamiento de la sangre por amor a Cristo y a su Iglesia. Su martirio en Roma, el mismo día que Pablo, sella su testimonio y lo convierte en el fundamento visible de la Iglesia junto con Pablo.

Mientras Pedro representa la roca, la autoridad y el pastoreo, Pablo, cuya solemnidad compartimos, representa la incansable evangelización, la teología profunda y la apertura a los gentiles. Aunque no aparece en este pasaje del Evangelio, la presencia de Pablo es intrínseca a la festividad. Su conversión radical, su celo misionero, sus viajes, sus cartas que son pilares de la doctrina cristiana, y también su martirio en Roma, lo convierten en el apóstol de las naciones, el gran constructor de la Iglesia.

Juntos, Pedro y Pablo, representan la unidad y la diversidad de la Iglesia: la unidad en la fe y en la cabeza visible (Pedro), y la diversidad en el carisma, la misión y la expresión teológica (Pablo). Ambos, con sus fortalezas y debilidades, fueron instrumentos dóciles en las manos de Dios para edificar el Cuerpo de Cristo.

Esta solemnidad, por tanto, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vocación al amor y al servicio en la Iglesia. ¿Estamos dispuestos a pastorear a sus corderos, cada uno desde nuestra propia vocación y estado de vida? Y, finalmente, ¿estamos dispuestos a seguirle hasta las últimas consecuencias, incluso si ello implica un camino de entrega y sacrificio? La vida y el martirio de Pedro y Pablo son un testimonio elocuente de la fidelidad a Cristo hasta el final, un recordatorio de que el amor a Dios se manifiesta en el servicio al prójimo y en la entrega total de la propia vida por el Evangelio, glorificando a Dios en todo.