El Bautismo del Señor - C
El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los "bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
Jesús vivió en el Jordán una experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó ya con el Bautista. Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso incontenible, comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la Buena Noticia de Dios.
Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos «míticos» de hondo significado. «Los cielos se rasgan»: ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con Jesús. Se oye «una voz venida del cielo: Tú eres mi hijo querido. En ti me complazco».
Lo esencial está dicho. Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: «Tú eres mío. Eres mi hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de gozo que seas mi hijo; me siento feliz». En adelante, Jesús no lo llamará con otro nombre: Abbá, Padre.
De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vivió y trató de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o artificial. Confía en Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos a llamarle a Dios «Padre». Le apena la «fe pequeña» de sus discípulos. Con esa fe raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez: «No tengáis miedo. Confiad». Toda su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.
Al mismo tiempo, Jesús vive en una actitud de docilidad total a Dios. Nada ni nadie le apartará de ese camino. Como hijo bueno, busca ser la alegría de su padre. Como hijo fiel, vive identificándose con él, imitándole en todo.
Es lo que trata de enseñar a todos: «Imitad a Dios. Pareceros a vuestro Padre. Sed buenos del todo como vuestro Padre del cielo es bueno. Reproducid su bondad. Es lo mejor para todos».
En tiempos de crisis de fe no hay que perderse en lo accesorio y secundario. Hay que cuidar lo esencial: la confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
José Antonio Pagola