Actualidad de la vida monástica

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La actualidad de nuestra vida arranca del ser mismo de la vida monástica, enraizada en lo esencial, vivida con verdad y compartida con amor humilde con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Testigos y profetas de Dios

Para afirmar la actualidad de la vida monástica no es suficiente subrayar teóricamente que los valores que encierra, al pertenecer a la entraña del Evangelio, están más allá del tiempo, son válidos siempre, y por tanto, podrían enriquecer y humanizar a la sociedad actual. Es necesario además que esa vida la vivamos nosotros/as de tal manera que nuestra experiencia pueda ser percibida por los hombres y mujeres de hoy como testimonio claro del Dios vivo y profecía apasionada de su amor salvador.

  • Hoy vivimos en una cultura relativista, nihilista, y sin valores fundantes; en medio de una sociedad secular donde Dios va desapareciendo del horizonte, la fe se apaga en las conciencias y no pocos se han quedado sin caminos para encontrarse con él. Ante esta realidad, los monjes y las monjas de hoy queremos ser testigos creíbles de nuestro encuentro con Dios. Del Dios que hemos descubierto encarnado en Jesús y lo experimentamos como Misterio de bondad y compasión, como padre- madre con entrañas de misericordia, el mejor amigo del ser humano. Él da sentido y plenitud a nuestra existencia. En él encontramos luz y fuerza para enfrentarnos con dignidad y esperanza al misterio de la vida.

  • Vivimos en un mundo roto, desgarrado por guerras y enfrentamientos violentos. Nos duele ver cómo crece en nuestra sociedad el individualismo y la competitividad, el deterioro de la familia y la ruptura de las parejas. Son muchos los que no conocen el calor del hogar, el amor o la amistad. Nosotros/as podemos y queremos comunicarles nuestra experiencia de una vida comunitaria enraizada en Dios, nuestro Padre. Una vida comunitaria que es parábola de comunión para un mundo dividido. Una convivencia que se alimenta en el respeto mutuo y la sinceridad, en la amistad fraterna, la comprensión y el perdón, y donde tratamos de cuidar con atención especial a los más débiles y necesitados, y de acoger con amor a los que llaman a nuestra puerta.

  • El sistema económico que dirige hoy el mundo está conduciendo a los más poderosos a un bienestar cada vez más insolidario, generando hambre y miseria en los países más indefensos y poniendo en peligro el equilibrio ecológico de nuestro pequeño Planeta. Es urgente imprimir una nueva dirección a la historia aprendiendo a vivir de manera más sobria y solidaria y en paz con la naturaleza. Desde nuestra vida monástica podemos y queremos contribuir a luchar contra la idolatría del dinero, el consumismo alocado y el bienestar insolidario, mostrando que la acogida radical a Dios Creador y Padre de todos, genera en nosotros/as un estilo de vida sobria, sencilla y modesta, que nos permite renunciar a lo superfluo y vivir solo de lo necesario en clave de comunión y solidaridad con los más pobres y necesitados.

  • Vivimos sumergidos en una cultura pragmática y superficial que conduce a muchos a vivir en la epidermis, sin interioridad, indiferentes a las grandes cuestiones de la existencia y atraídos por lo efímero y pasajero. Vemos con pena cómo el vacío y el sinsentido, o el activismo y la dispersión arruinan la vida de muchas personas. Desde nuestra experiencia del silencio contemplativo ante Dios, nosotros/as podemos y queremos mostrar caminos más saludables para crecer como personas y creyentes, descubriendo el silencio, la interioridad y la quietud, cultivando la vida interior, cuidando la apertura al misterio y aprendiendo a comunicarnos con Dios desde una actitud gratuita de alabanza y acción de gracias.

  • Tal vez, el rasgo más preocupante y sombrío de nuestros tiempos es la crisis de esperanza, manifestada en la pérdida de horizonte, el crecimiento de la inseguridad y la incertidumbre ante el futuro. Este vacío de esperanza está generando pérdida de confianza en la vida, búsqueda obsesiva del placer inmediato, desorientación y pasividad. Está creciendo una convicción: el ser humano no puede darse a sí mismo la “salvación” que anda buscando. . Nosotros estamos llamados a dar un testimonio de esperanza a un mundo desencantado. Desde nuestra vida monástica, nosotros/as podemos y queremos difundir en estos momentos algo que no es ciencia ni técnica, no es ideología ni doctrina religiosa, sino experiencia viva de Dios como Fuente de vida eterna y Salvador de la creación entera. Por eso, seguimos esperando aun cuando no haya signos visibles de esperanza. Seguimos caminando con confianza en medio de la oscuridad confesando al Dios de la vida. El mal tiene mucho poder, pero solo antes de la muerte. Nosotros/as creemos en la promesa de Dios: “Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Ap. 21, 6).

Acoger, escuchar y acompañar

Para ser testigos y profetas de Dios en el mundo de hoy hemos de promover y cuidar en nuestros monasterios tres actitudes que han de configurar nuestra presencia en medio de la sociedad actual, e imprimir todo un estilo de relacionarnos con los hombres y mujeres de hoy. Son las tres actitudes básicas de toda comunidad orante, evangélica y evangelizadora: acoger, escuchar y acompañar.

Ante todo, lo que podemos ofrecer desde nuestros monasterios es un espacio de silencio, recogimiento y paz. Para no pocos, este espacio se puede convertir en invitación que los atrae hacia una experiencia sanadora y llamada suave a abrirse al misterio de Dios. Este espacio de silencio es lo más genuino que podemos regalar hoy a las personas, algo que no pueden encontrar en otros ámbitos de la sociedad. Lo hemos de cuidar con amor y proteger con todos los medios. Este espacio es hoy el lugar privilegiado de encuentro de la vida monástica con la sociedad secular.

La Cena del Señor y la liturgia de las horas es la experiencia comunitaria primordial que podemos compartir con los que llegan hasta nosotros. Celebrada con dignidad y sencillez, despiertan en muchos el deseo de Dios y la acogida del Misterio cristiano. Hemos de cuidarla de modo especial, facilitar la participación de los fieles y hacer que en ella resuenen los trabajos y sufrimientos, las alegrías y las esperanzas de los hombres y mujeres de hoy.

En nuestras comunidades hemos de acoger , escuchar y acompañar con atención especial a personas más o menos alejadas de la fe, que buscan encontrarse de nuevo con Dios y necesitan ayuda espiritual para reorientar su vida, superar resistencias, aprender a creer de manera nueva, vivir una experiencia fuerte de Dios, iniciarse en la oración, refundar se fe en nuevas bases.

Y acoger también de manera preferente a personas maltratadas por la vida o víctimas de diferentes injusticias. Personas rotas que han perdido la esperanza y necesitan ser escuchadas con respeto, comprensión y amor. La escucha confidencial alivia el sufrimiento, pone luz en los problemas, rescata de la soledad, ayuda a recuperar la paz y la esperanza. Las personas reviven cuando se sienten escuchadas y comprendidas.

A modo de conclusión

La actualidad de la vida monástica depende en gran parte de la calidad de nuestra vida. La gran aportación del monacato a la cultura secular se deriva de la veracidad de su testimonio: Una comunidad que ora y acoge, que escucha incondicionalmente, que crea un clima fraterno… facilita encuentros en profundidad que cambian la vida y transmiten una verdad del ser humano sólo explicable desde Dios.

Tenemos ante nosotros/as un gran desafío: vivir con radicalidad y con responsabilidad, ya que cuando se vive con autenticidad, la vida monástica es ya por sí misma mensaje profético. El monacato, sobre todo en los principios, desempeñó un papel importante de denuncia. Hoy, nosotros, podemos ser profetas, en un mundo carente de utopía. Podemos serlo presentando a nuestra sociedad una vida alternativa, una vida contracultural, con unos valores que nos hacen más humanos y nos encaminan hacia la plenitud en Dios.

María Pilar Tejada, OSB
Monasterio de San Salvador Palacios de Benaver (Burgos)