Revisión de Vida - Adviento 2011
Hermanas, nos hemos vuelto a reunir esta tarde en el nombre de Señor. Vamos a actualizar su presencia amorosa entre nosotras. Somos las discípulas de Jesús, el grupo que busca al Señor, el grupo que desea agradarle con nuestras vidas entregadas y comprometidas en construir en medio de nosotras el reino de Dios, un Reino que es justicia, paz, amor.
Primero voy a hacer unas breves reflexiones sobre la vida comunitaria, después tendremos un rato para orar, reflexionar, responder a unas preguntas que os voy a dar. Y por último, podemos poner en común lo que hemos reflexionado, lo que vivimos, lo que nos gustaría vivir este Adviento a nivel comunitario.
El tiempo de Adviento me ha parecido un momento muy bueno para dedicar este rato a hacer una breve reflexión sobre la vida comunitaria, para ver, entre todas, cómo vamos viviendo nuestros compromisos monásticos, esos compromisos que prometimos libremente el día de nuestra profesión y que hemos actualizado en tantas ocasiones. Y desde esa reflexión serena, creo, que podríamos elaborar entre todas un proyecto comunitario para el año que iniciamos, y que volveríamos a revisar en el tiempo de Cuaresma.
Todas hemos experimentado, en algún momento de nuestra vida, el valor de la fraternidad, y si hemos hecho de ella el proyecto de vida y seguimos viviendo en comunidad a pesar de sus fallos y dificultades, es porque también hemos experimentado su bondad. En ella hemos nacido, crecido y madurado en la fe. En ella hemos encontrado al Señor, al Dios de nuestra vida.
Y si la vocación fue el tesoro escondido, la comunidad fue el campo que nos desveló la existencia del tesoro encerrado en sus entrañas. En el pequeño grupo de discípulas hemos encontrado al Señor, hemos experimentado su gracia y su presencia. Si Jesús no está, si nosotras no estamos bien enraizadas en él, tampoco la fraternidad será posible.
Por lo tanto la comunidad, todas lo sabemos, es un don de Dios que debemos agradecer al Señor, pero también es una tarea y, como tarea, exige de nosotras un trabajo, un esfuerzo constante por ir construyéndola, poco a poco, teniendo como modelo a la primitiva comunidad cristiana, en la que todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común. También nuestro padre san Benito, en el capítulo del “Buen celo” nos indica cómo quiere que vivamos, como deben de ser nuestras relaciones fraternas.
Pero la comunidad nunca está acabada, somos nosotras la que vamos construyéndola. Tenemos una gran responsabilidad, porque lo que yo aporte o niegue a la comunidad, eso contribuirá a que la comunidad crezca, se estanque, o lo que sería peor, que retrocediera.
Sabemos por experiencia que la vida comunitaria no es fácil, pero esto no debe desanimarnos, pues gracias a Dios, pienso que todas vamos constatando un progreso, que vamos superando obstáculos que quizá, en otros momentos, pudieron constituir un freno en nuestro camino.
Ante la vida comunitaria podemos situarnos de dos maneras: vivir la vida comunitaria como un peso difícil que debemos soportar, como un camino estrecho que debemos recorrer, o como un precioso don de Dios al que debemos responder.
Para poder vivir el don de la comunidad es necesario dar a la vez que se recibe; reconocer las propias necesidades y las ajenas; trabajar y ceder por el bien común; y sobre todo diálogo, comunicación y oración. Sin comunicación no hay comunidad. Seremos personas yuxtapuestas pero no formaremos comunidad.
También cada hermana es un don, un don que debemos saber acoger, descubrir, agradecer.
La vida comunitaria solo es posible con el aliento y la participación activa y entusiasta de todos los miembros que la formamos, Nunca deben de tener cabida en nuestra vida posturas pasivas, indiferentes, resignadas, frías. La comunidad debe de ser ·convivencia” en el sentido profundo de la palabra; en la comunidad hay que “con-vivir, vivir con otras, aportar vida.
Hermanas, es muy importante que en la comunidad cada una podamos manifestarnos como somos, sin miedo, con espontaneidad. Tenemos que poder sentirnos acogidas, amadas, respetadas, comprendidas. Tenemos que poder decirnos las cosas, aceptar la corrección. Esforzarnos por crear un clima cordial, de confianza, de silencio habitado, de serenidad. Que junto a nosotras las hermanas se puedan sentir a gusto, felices, seguras. Que nadie nos tenga miedo. Que sepan que siempre pueden contar con nosotras, que pueden ser ellas mismas. El clima lo formamos las que convivimos. La que vive en una actitud sincera crea un clima de sinceridad. La que se presenta como una hermana crea un clima de fraternidad, de confianza.
Todas debemos hacer un esfuerzo para que la vida nos sea más llevadera y fácil. No para que haya menos cruz, sino para que podamos asumir y llevar con más alegría la cruz que debemos vivir todas.
A veces, vivimos sufrimientos innecesarios que deberían desaparecer. Se crea, a veces, un malestar que no debiera existir. A partir de hechos de mínima importancia se llega a situaciones y tensiones en los que se sufre dolorosamente. Perdemos así las energías y fuerzas para dedicarnos a cosas más grandes.
Todas debemos revisar nuestras posturas y esforzarnos en evitar todo lo que pueda crear un malestar, un disgusto, un mal innecesario. Debemos de trabajar para que las disensiones, tensiones, diferencias, las vivamos en un clima más fraterno. Es muy importante saber quitar importancia a las cosas. No sentirnos ofendidas o heridas por cualquier cosa. En el mundo hay cosas mucho más importantes que lo nuestro, a veces, an pequeñito y que magnificamos tanto..
Y sobre todo, debemos saber ejercer el perdón mutuo. Todas somos débiles y todas necesitamos de la comprensión y del perdón de las demás. Hay que saber olvidar pequeñeces. No debemos juzgar a una hermana porque en un momento haya dicho o hecho algo, no conocemos sus intenciones. No debemos juzgar fácilmente a la hermana por información de una tercera, sin escuchar antes a ella misma. No tenemos derecho a retirar la confianza y la amistad con la rapidez y ligereza que, a veces, lo hacemos. Necesitamos, quizás, una mayor despreocupación de tantas cosas, detalles y pequeñeces que nos esterilizan a todas.
El Papa nos pide que seamos testigos de comunión. Estamos llamadas a llevar la sonrisa de Dios, y la fraternidad es el primer y más creíble evangelio que podemos narrar. Se nos pide humanizar nuestras comunidades. El Papa les decía a las Madres Clarisas en Asís y en ellas nos lo decía a nosotras y a todas las consagradas: “Cuidad la amistad entre vosotras, la vida de familia, el amor entre vosotras. Que el monasterio no sea un Purgatorio, que sea una familia. Los problemas están, estarán, pero, como se hace en una familia, con amor, buscad la solución con amor; no destruid esto para resolver aquello; no competid: Cuidad la vida de Comunidad, porque cuando la vida de comunidades así, de familia, es precisamente el Espíritu Santo quién está en medio de la comunidad. Estas dos cosas quería deciros: la contemplación siempre, siempre con Jesús – Jesús, Dios y Hombre -; y la vida de comunidad, siempre con un corazón grande. Dejando pasar, no vanagloriarse, soportar todo, sonreír desde el corazón. El signo de ello es la alegría”.
La alegría se consolida en la experiencia de fraternidad, como lugar teológico,, donde cada una es responsable de la fidelidad al Evangelio y del crecimiento de las demás. Cuando una comunidad se alimenta del mismo Cuerpo y Sangre de Jesús y se reúne alrededor del Hijo de Dios, para compartir el camino de fe conducido por la Palabra, se hace una cosa con él, es una fraternidad de comunión, que experimenta el amor gratuito y vive en fiesta, libre, alegre. Una fraternidad sin alegría es una comunidad que se apaga.
Hermanas, hemos de cuidar las relaciones fraterno, examinarnos a ver cómo tratamos a las demás. Si nuestro trato es correcto, fraterno, impregnado de amor. Debemos de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de las hermanas. Debemos vivir unas con otras una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada de la hermana, descubrir la presencia de Dios en la hermana, que sabe tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de las demás como la busca el Padre bueno. Estamos llamadas a vivir como comunidad que sea “sal de la tierra y luz del mundo”.
Estamos llamadas a dar un testimonio de comunión fraterna que sea atractivo y resplandeciente. Que toda la gente que se acerque a nosotras pueda admirar cómo nos cuidamos unas a otras, cómo nos ayudamos, cómo nos acompañamos, cómo nos perdonamos. “En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros” (Juan 13, 35). Es lo que con tanto deseo pedía Jesús al Padre. “Que sean uno en nosotros para que el mundo crea” Juan 17,21
Pidamos con insistencia al Señor que nos haga entender la ley del amor ¿cuánto bien nos hace amarnos las unas a las otras, nos dice el Papa. A cada una se nos dirige la exhortación de san Pablo: “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rm 12, 21) Y también, “¡No nos cansemos de hacer el bien! Todas tenemos simpatías y antipatías y quizá ahora misma estamos molestas con alguna hermana. Digámosle al Señor: “Señor, yo estoy enfadada, molesta con esta hermana. Yo te pido por ella. Rezar por aquella hermana con la que estamos molestas es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador, nos dice el Papa.
Leo un texto de san Columbano que ha sido como un signo de Dios cuando preparaba el retiro pues confirma cosas que he dicho arriba, Dice así:
“La paz os dejo mi paz os doy. Más, ¿de qué serviría saber que esta paz es buena, si no nos esforzamos en conservarla? Las cosas mejores, en efecto, suelen ser las más frágiles, y las de más precio son las que necesitan de una mayor cautela y una más atenta vigilancia; por eso, es tan frágil esta paz, que puede perderse por una leve palabra o por una mínima herida causada a un hermano. Nada, en efecto, resulta más placentero a los hombres que el hablar de cosas ajenas y meterse en los asuntos de los demás, proferir a cada momento palabras inútiles y hablar mal de los ausente; por esto, los que no pueden decir de sí mismo: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento, mejor será que se callen y, si algo dijeren, que sean palabras de paz”.
También me gustaría recordar, hermanas, la responsabilidad que tenemos de ayudarnos unas con otras a vivir nuestra vocación a la contemplación: cuidar el silencio, invitarnos al silencio, exigirnos el silencio. Hemos de contribuir con nuestro silencio personal a crecer como una comunidad callada, vuelta a Dios. Por el contrario, si rompemos el silencio introducción ruido o palabras innecesarias, si contagiamos agitación o falta de recogimiento estamos debilitando a la comunidad. Estamos impidiendo de raíz la presencia de Dios que debemos vivir cada una en todos los momentos de la jornada.
Tenemos que descubrir y agradecer lo bello, lo bueno que tiene la vida de comunidad. Cada hermana es un don ¡Cuánta entrega callada, cuántos gestos de servicio desinteresado, de amor generoso, confiado, fraterno, se dan en todas y cada una de nosotras! Sólo Dios lo sabe. La vida comunitaria es una oportunidad de crecimiento por eso queremos vivirla cada día con más autenticidad y por eso, después vamos a revisarla con serenidad, confianza y paz, sin hacernos reproches unas a otras, sin desanimarnos, pues en nuestra comunidad hay muchísimo de bueno.
San Pablo en Colosenses nos ofrece el programa a seguir, del cual tomará modelo nuestro padre san Benito para escribir el capítulo del buen celo. Dice así:
“Despojaros del hombre viejo, con sus obras, y a revestiros del hombre nuevo. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos mutuamente, si alguno tiene quejas contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo revestíos del amor que es el vínculo de la perfección”.
Vamos a pedirle al Señor su gracia para crecer en este Adviento en amor mutuo, en respeto, en compasión, en amor gratuito e incondicional hacia las hermanas. Anticipémonos en honrarnos unas a otras, soportándonos con suma paciencia las debilidades que todas tenemos, físicas y morales,; obedezcámonos unas a otras; no busquemos lo que nos parece útil para sí, sino más bien lo que lo sea para las demás; temamos a Dios con amor, y no antepongamos absolutamente nada a Cristo, así seremos verdaderas discípulas de Jesús y buenas hijas de san Benito, así en el Señor en su venida encontrará nuestros corazones bien preparados para acogerlo.
Actitudes para construir fraternidad.
1.-Siéntete responsable de tu comunidad, de todas y cada una de tus hermanas. Vive en actitud de servicio, aunque detectes que hay hermanas que no lo están.
2.- Respeta a las demás no intentes jamás manipularlas para tus fines personales. El respeto sincero y profundo hacia las demás hermanas es una actitud fundamental de cara al y maduración de la comunidad.
3.-Acepta a las hermanas como son, sin intentar que sean como te gustaría que fuesen. Todas tenemos derecho como tú a ser ellas mismos, a ser “diferentes”. Y tienen a su pesar defectos como tú, de los que no es fácil desprenderse.. No olvides que tenemos frecuentemente la tentación de hacer a las demás, a nuestra “imagen y semejanza”, a la medida el ideal personal.
4.-Alaba con naturalidad las cualidades de tus hermanas de comunidad y celebra sus aciertos, tanto en su presencia como en su ausencia. Haz de esta alabanza y celebración, objeto de oración gozosa ante Dios, Padre de todas. Esta actitud positiva da cohesión a la comunidad y la fortalece notablemente. Es contrario a esta actitud competir, envidiar, sobresalir sobre las otras , dominar.
5.-Cultiva la educación en las relaciones comunitarias, con sencillez y naturalidad. Pide las cosas por favor; si haces algo mal, pide perdón y rectifica en lo posible. Agradece a las demás sus pequeñas o grandes atenciones para contigo y trata de tenerlas mayores con todas.
6.-Acoge, estimula, ayuda, sonríe, defiende, aplaude, alienta, gratifica…a las hermanas, esto influye siempre positivamente en la convivencia, en el trabajo común y fortalece los vínculos internos de la comunidad.. No olvides que la corrección fraterna, nunca debe brotar como un desahogo de la cólera o de la molestia personal. Es una expresión de amor a la otra y debe hacerse en un ambiente de confianza y cariño. No se le puede hacer el bien a quien no se le quiere bien.
7.-Se veraz, auténtica y consecuente,…no te permitas la doblez, la falsedad, la mentira las máscaras, la doble cara…la convivencia verdaderamente humana- y más la de una comunidad se edifica solo por y sobre la verdad y desde la sinceridad.
8.-Vive las alegrías y las tristezas de las hermanas como las tuyas. Haz tuyos sus problemas y preocupaciones. Gózate de los triunfos de la comunidad y de sus integrantes, como de los propios. Todas las personas suelen ser muy sensibles a esta constructiva actitud de solidaridad.
9.-Procura amar y servir a fondo perdido, sin pasar facturas, ni cobrar comisiones, sin exigir respuestas, lejos de una actitud mercantilista. Si algo no puede ser objeto de negocio dentro de la comunidad, es la amistad, el servicio el amor, el mandamiento nuevo. Ama lealmente, aun a sabiendas de nos ser correspondida. Nunca te coloques en el centro de la comunidad. No es ese el sitio del que sirve.
10.-Ama y acepta a las personas de la comunidad por ellas mismas, no por el provecho que puedan reportarte, aunque ellas no lo hagan así. Esa actitud construye la comunidad.
11.-Haz un esfuerzo grande si fuere necesario, por comprender, perdonar y olvidar los roces, malentendidos y conflictos que se hayan producido en la comunidad. Son inevitables. Esto no es lo peor, sino el guardarlos dentro, “rumiarlos” aumentar su importancia dándoles vueltas. Esto si es funesto para la comunidad. La incomprensión y la cerrazón, secan las fuentes del dinamismo y de la alegría. El `perdón cura y restaura.
12.-No dramatices ni magnifiques los pequeños roces de cada día. Sin un sentido del humor que nos impida tomar demasiado en serio nuestras pequeñeces no seremos capaces de crear una comunidad sana..
13.-Acoge a la otra otro metiéndote en su pellejo, aunque eso sea difícil y acepta, escucha, comprende, anima y sirve en la medida en que ella quiera ser servido por ti. Vive unida a los miembros de la comunidad desde dentro, desde el corazón y no por la mera epidermis de un mismo lugar, tarea, normas comunes, simple convivencia…
14.-Cultiva con interés el buen humor, la alegría, el optimismo, y coopera así al bienestar de la comunidad. Esta precisa del gozo compartido, del relax comunitario, del sentido festivo de la vida, para hacer más sencillo y fácil, lo difícil de la convivencia humana.
15.-No critiques jamás la conducta de las hermanas tu comunidad y menos a sus espaldas. No airees sus defectos ni los fomentes. En este campo, intenta comprender, animar, ayudar con amor. Hay que querer a las hermanas como son, incluyendo sus defectos, sin que esto suponga pactar con el mal.
16.-Empéñate en descubrir lo que hay de positivo en tus hermanas. Cuando se ama suficientemente a las personas, se encuentra en ellos fácilmente lo bueno y positivo. Si ves muchos defectos en tu hermana pregúntate cuanto la quieres.
ORACIÓN POR LA COMUNIDAD
Señor, Jesús, haznos una comunidad abierta, confiada y pacífica, llena del gozo de tu Espíritu.
Una comunidad entusiasta, que sepa cantar la vida, vibrar ante la belleza, estremecerse ante el Misterio y anunciar por contagio el Reino del Amor.
Que llevemos la fiesta en el corazón, aunque sintamos el peso de la presencia del dolor en nuestro peregrinar diario, porque sabemos, Cristo resucitado, que tú has vencido el dolor y la muerte.
Que no nos asusten las tensiones, ni nos dejemos ahoga por los conflictos que puedan surgir entre nosotras porque en nuestra debilidad contamos con la fuerza creadora y renovadora de tu Espíritu.
Regala, Señor, a esta familia tuya una gran dosis de humor para poder desdramatizar las situaciones difíciles y sonreír abiertamente a la vida.
Haznos constantes en sembrar aunque no alcancemos a ver crecer la siembra.
Haznos entendidas en curar heridas y capaces de mantener viva la llama de la confianza.
Y concédenos el gran don de ser humildemente, en un mundo abatido por la tristeza, testimonios y profetisas de la verdadera alegría.