Domingo XXI -C
Lucas 13, 22-30
“Mientras caminaba Jesús hacia Jerusalén uno le dijo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”
Jesús no suele responder a las preguntas malintencionadas ni a las que se le formulan por simple curiosidad. No le interesa especular sobre cuestiones estériles, propias de los maestros de la época. Tampoco responde a las preguntas mal formuladas, como en ese caso; mejor dicho, responde rectificando.
Jesús trata de educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas a los verdaderos problemas.
Jesús no quiere decir si serán pocos o muchos los que se salven, porque es una curiosidad inútil o una búsqueda de seguridad y tranquilidad o una excusa en la responsabilidad personal.
Responde invitando a “entrar por la puerta estrecha”. Es cómo decir: Puedes salvarte o condenarte. Elige tú. En tu mano está acoger la salvación entrando por el camino marcado por Dios, aceptando a Jesús y siguiendo sus pasos.
La salvación que viene de Dios y que, no es exclusiva de nadie, sigue siendo una oferta, una invitación permanente a toda persona. Una oferta que, si se acoge, ha de concretarse en unas actitudes y en un modo de ver la vida según e estilo de Jesús. Un don que requiere nuestra respuesta porque Dios respeta nuestra libertad. Por eso dice san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La puerta estrecha no significa una amenaza sino una llamada a la responsabilidad y a la lucidez.
“No sé quiénes sois”. Estas palabras acentúan la llamada a la conversión y a la responsabilidad. Los judíos se creían poseedores de la salvación porque tenían la Ley de Dios y su revelación, porque eran el pueblo elegido. Pero Jesús insiste en que en el Reino no hay privilegios.
No debemos engañarnos con falsas seguridades. No basta con pertenecer a la Iglesia, ni tampoco es suficiente con estar consagradas a Dios, y pensar que por esto ya podemos estar tranquilas porque tenemos asegurada la salvación y la entrada en el Reino.
Sólo la obediencia a Dios y a su palabra nos abren a la salvación. Jesús sólo reconoce y acepta a los que han aceptado ser suyos.
En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.
Ciertamente las apariencias engañan. Pero a Dios, que «escruta los corazones» (Hch 1,24), no es posible engañarle. Por eso, la única respuesta correcta a la pregunta inicial es: «Vive en la verdad, de cara a Dios, procurando agradarle en todo... Lo demás se te dará por añadidura».