Domingo VI - A
Mateo 5, 17-37
Jesús nos llama hoy a ir más allá del legalismo: «Os digo que si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos». La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia, pero los cristianos, nosotras, consagradas, hemos de procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Lo que hoy nos enseña Jesús es a no creernos seguras por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a Dios, como hacían los maestros de la ley y los fariseos.
Más bien debemos poner el énfasis en el amor a Dios y las hermanas, incluso a las que no nos caen bien, o a los que de alguna manera se han convertidos en enemigos nuestros, amor que nos hará ir más allá de la fría ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión sincera. Jesús propone metas positivas de realización de los valores relacionados con la convivencia humana, refiriéndose respectivamente a tres de los diez mandamientos promulgados por Dios a través de Moisés en el monte Sinaí según el antiguo libro del Éxodo -el quinto (no matarás), el noveno (no desearás a la mujer de tu prójimo) y el segundo (no jurarás usando el nombre de Dios en vano)-, para invitarnos a ir más allá de la letra de los preceptos y realizar el sentido pleno y el espíritu de lo que significan.
En cuanto al segundo mandamiento, respetando el nombre de Dios en vez de usarlo vanamente, como se suele hacer cuando se dice Señor, Señor y no se cumple su voluntad, que es voluntad de Amor. No basta con “no jurar en falso”. Hay que amar el valor de la verdad. Y vivir de forma tan coherente y diáfana que baste con decir “sí” y “no” para ser creídos por los demás y para promover una cultura que admita la seriedad de la palabra dada. En cuanto al quinto mandamiento, no sólo no atentando contra la vida del prójimo, sino además tratándolo con respeto y procurando su bienestar integral. No basta con “no matar”. Hay que descubrir el valor de la vida. Es preciso respetar la vida de los demás, pero también su honor. Eso nos exige estar dispuestos a perdonar al hermano y a fomentar la fraternidad. Hay quien dice: ‘Yo soy buena porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie”, pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de la otra, podemos menospreciar al prójimo, anularle o dejarle marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual. En cuanto al noveno, no sólo rechazando la práctica física del adulterio, sino purificando siempre espiritualmente la mirada y las intenciones hacia las personas en términos de respeto a su dignidad y sus derechos. No basta con “no cometer adulterio”. Hay que fomentar el valor de la fidelidad. Para eso hemos de vivir unas relaciones interpersonales que reflejen la limpieza del corazón y promuevan el respeto mutuo. En definitiva, estas exhortaciones de Jesús a sus discípulos se centran el respeto: respeto a Dios y respeto al prójimo. “Deja tu ofrenda y ve primero a ponerte en paz con tu hermano”, nos dice Jesús Y es que uno de los temas centrales de su predicación es la reconciliación. Pedir perdón a quien se ha ofendido, y estar dispuestas siempre a perdonar, son sus dos caras inseparables. Jesús invita en este pasaje del Evangelio a reconocer los comportamientos inadecuados con las demás, y a pedirles perdón cuando se les haya ofendido. Y dice que hacerlo es tan importante, que está por encima de cualquier rito religioso. Esto es precisamente lo que quiere indicar Jesús cuando les dice a sus discípulos que dejen su ofrenda delante del altar y vayan primero a ponerse en paz con sus hermanos, es decir, a reconciliarse con las personas a quienes hayan ofendido. Porque la reconciliación con Dios tiene que pasar necesariamente por la reconciliación con el prójimo. No podemos estar reconciliados con nuestro Creador si antes no ponemos todo cuanto esté de nuestra parte para reconciliarnos con las personas a las que hayamos tratado indebidamente.
Finalmente, otro tema central de las enseñanzas de Jesús es la radicalidad en la lucha contra el pecado, lo cual implica evitar todo lo que en nuestro comportamiento pueda ser ocasión de ofender a los demás, teniendo en cuenta que toda ofensa al prójimo es al mismo tiempo una ofensa a Dios, creador de todos los seres humanos. “Si tu ojo te hace caer, sácatelo” Las imágenes del ojo o de la mano que Jesús exhorta respectivamente a sacarse o cortarse antes de caer en el pecado, son formas simbólicas de expresar esa radicalidad. Esto no quiere decir que debamos atentar contra nuestro cuerpo, pero sí que orientemos nuestra mirada y nuestras acciones con respecto a los demás de tal manera, que siempre y cada vez más estén ordenadas de acuerdo con la voluntad de Dios. Pidámosle al Señor que nos ayude a tener siempre presentes estas enseñanzas suyas y a ponerlas en práctica todos los días de nuestra vida.