Domingo II - Cuaresma
Mateo 17, 1-9
Nuestra vida es éxodo y búsqueda constante. Alguien nos está llamando a salir de nosotras mismas, y arriesgar nuestro presente. Es necesario dejar nuestras seguridades, que nos frenan, y avanzar hacia lo nuevo, como le ocurrió a Abrahán y esto es capaz de transfigurarnos. Este Alguien que nos llama es Dios, nuestro Padre, que nos llama a vivir la aventura de nuestra fe, a contemplar el resplandor de su rostro, compartiendo el camino de su Hijo, camino hecho de noches y esperanzas, de dolor y de gloria.
Hoy, Jesús, como a los tres discípulos, Santiago, Pedro y Juan, nos invita a subir al monte, a contemplar su divinidad, a escuchar su voz. Los tres discípulos en el Tabor vivieron una experiencia “fuera de lo común”, fueron partícipes de un adelanto de la gloria de Jesús. Pedro, anonadado por lo contemplado, quiere perpetuar ese momento de gozo y propone hacer tres tiendas para Jesús, Elías y Moisés. De repente, una nube luminosa los cubrió y oyeron la voz del Padre que les decía: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo”. Ellos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó, los tocó y les invitó a levantarse, a no tener miedo.
“Este es mi Hijo amado, mi predilecto, escúchalo”. Siente que estas palabras te están dirigidas a ti, que son pronunciadas también sobre cada hombre o mujer de nuestro mundo. Acoge la alegría de pertenecer a una humanidad envuelta en la ternura incondicional de Dios y deja que esa noticia disipe tus oscuridades, temores y pesimismos.
Habla con Jesús de tu necesidad de momentos de luz para tener los ojos y los oídos abiertos para reconocer su presencia y para escuchar la voz que dice: “estos son mis hijos”, sobre aquellos que viven envueltos en las sombras de mil formas de muerte.
Baja del monte con él y reemprende el camino, transfigurada tú también por la certeza de que Jesús es el vencedor de la muerte y de que la vida humana, aún en fase precaria, se manifestará cuando el Resucitado enjugue todas las lágrimas. No cedas a la tentación del intimismo, de la huida, de no querer enfrentarte a la realidad cotidiana, ni afrontar los problemas de la vida. Ese instante glorioso debería servirte para ponerte en camino.
Es hermoso permanecer sumergidas en la luz, ausente de la lucha que se libra allá abajo… Sin embargo, es necesario bajar de nuevo. La montaña es bella. Pero el lugar de nuestro vivir cotidiano es la vida, con su aburrimiento, banalidad, fatiga, contradicciones, etc… Pedro confunde la pausa con el final. El Papa Francisco dice: ¡Fuera el pararse en una contemplación que no entiende ni atiende a lo que nos pasa a los hombres y mujeres de este mundo!
Padre, rodéame con la nube de tu presencia. Sólo tú sabes quién es Jesús. Muéstrame a Jesús, para que yo lo escuche. Quiero empaparme de tu Palabra y de tu vida. Quiero recorrer los caminos de la misericordia y la compasión. Anunciar que el Amor es más fuerte que la muerte y que el mal no tiene la última palabra, sino que la Vida triunfa sobre toda muerte.
Bello mensaje el que este domingo nos ofrece. Si bien, también se nos dirá que el encuentro con Él conlleva la CRUZ: no hay resurrección sin Cruz y sin muerte; no hay gloria sin Pasión.