Domingo Quinto de Pascua - B
En el marco entrañable y dramático de la Última cena, Jesús entrega su testamento espiritual, instruyendo a sus discípulos sobre la esencia de la vida cristiana y exhortándoles a permanecer unidos a él y a su proyecto.
En ese momento sublime, Jesús define su propia identidad y la de sus discípulos a partir de la imagen, tan cercana y expresiva, de la vid y la viña.
Jesús se presenta como la vid verdadera. Él es el verdadero pueblo de Israel, sobre él se constituye el nuevo pueblo de Dios, Por eso, sólo quien está unido a la vida podrá formar parte de él.
Los discípulos de Jesús son comparados con los sarmientos. Cuando están unidos a la vid reciben de ella la savia de la vida y pueden producir los frutos esperados. Si los sarmientos se separan de la vid, se secan, no pueden producir fruto por sí mismos y no tienen otro destino que arder en el fuego del hogar.
La relación de la vid con los sarmientos debe ser: íntima, permanente y fecunda. La Unión íntima. No cabe mayor intimidad porque comparten el mismo alimento. La savia es como el Espíritu que penetra hasta lo más íntimo y profundo del ser. Esa savia-Espíritu es la que realmente da vida, la que inspira los pensamientos y las opciones y los sentimientos y todo el dinamismo interior.
Esta unión íntima entre el sarmiento y la vid nos lleva a afirmar que por todos los sarmientos corre la misma savia y por lo tanto no puede haber rivalidades e incomprensiones entre ellos.
Unión permanente. Un sarmiento no puede separarse ni un instante de la vid, si no quiere perecer. Así, nuestra unión con Cristo ha de ser permanente. Siete veces se repite la palabra permanecer en el evangelio: "permaneced en mi palabra, permaneced en mi amor, permaneced en mí.
Toda la vitalidad nace de permanecer en Jesús. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, fuerza para vivir como vivía él. Si, por el contrario, no fluye entre nosotras, somos sarmientos secos.
Nuestra principal tarea es “permanecer” en la vid, vivir bien unidas a Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos, Y, ¿cómo se hace esto? El evangelio nos lo dice muy claro: sus palabras deben permanecer en nosotras. La meditación asidua del evangelio nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos va enseñando a vivir como él vivía, a tener sus mismos sentimientos.
Unión fecunda. La vida encuentra su sentido en la expansión, en la propagación, en ofrecer mucho fruto, si no se agota en su vacío. Nos realizamos en la medida que aportamos algo a los demás, sino queremos secarnos en la esterilidad.
La alegoría de la vid, insiste mucho en el tema de los frutos. Los sarmientos sólo están ahí para dar mucho fruto, de lo contrario sólo sirven para el fuego; y para dar fruto, se necesitan dos cosas: la UNIÓN CON LA VID, que el sarmiento se deje alimentar por la savia (El espíritu) del amor que es capaz de producir los frutos más gozosos y la PODA que es necesaria para dar fruto.
El Padre es el labrador. Y el Padre sabe que la poda es necesaria, aunque sea dura. Él sabe manejar muy bien las tijeras para que el corte, siempre sangrante, resulte menos doloroso. Son cortes liberadores, para que el sarmiento no se apegue a follaje, a la hojarasca, y se concentre en la misión que se le ha encomendado. Para crecer hay que cortar. Todas hemos experimentado, muchas veces, que las crisis, las purificaciones, nos han hecho crecer.
Resumiendo, podríamos decir que hoy Jesús nos llama a:
a) Vivir íntimamente unidas a Jesús, a alimentarnos de su Palabra para poder permanecer en él.
b) Dar abundantes frutos, y los frutos son las buenas obras.
c) Dejarnos podar, purificar, arrancar todo aquello que nos impide entregarnos y seguir a Jesús con radicalidad.
d) Vivir unidas. En la comunidad no debemos ir cada una por nuestra cuenta, sino, que todos los sarmientos debemos permanecer juntas, unidas, en comunidad, porque nos alimentamos de la misma Vid que es Jesucristo, con una misma misión: dar fruto abundante.
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.”
Pedid al Dueño de la viña: «Yo te pido, Señor, no desesperar en el tiempo del despojo, en el momento de la poda, en el que me siento desnuda de frutos y tan sólo me queda la savia interior que me habita, la fe en tu Palabra. ¡Señor, no deseches la cepa que tu diestra plantó, y que Tú hiciste vigorosa y fecunda.»