Domingo XI - B

domingo 11 to 2021MARCOS 4, 26-34

Jesús, para explicar a los sencillos el Reino, no utiliza el recurso del espectáculo, que se queda más en lo epidérmico, sino que recurre a ejemplos de la vida sencilla y cotidiana que llaman la atención por lo que aparece detrás de las imágenes y más allá de las palabras, en lo que toca lo hondo. En el Evangelio de hoy Jesús recurre a dos parábolas agrarias para explicar cómo acontece el Reino.

El Reino de Dios se parece a…

La primera parábola habla de la semilla que crece por sí sola. El Reino de Dios tiene en sí una potencia creadora imparable y a la vez incomprensible. Crece, se desarrolla y extiende sin que el hombre lo perciba, ni pueda detenerlo o retrasarlo, y llega a un final espléndido: tallos, espiga y grano.

Es una parábola que nos invita a la paciencia, la serenidad y la confianza. En un mundo “inmediato”, tecnificado hasta el extremo, en el que todo es instantáneo, el Reino de Dios exige un ritmo callado, lento, casi inapreciable, que sólo puede estimarse en su total realidad cuando llega la siega.

Tener prisa no hará que el tallo acelere su crecimiento, pero sí debemos poner los medios que lo favorezcan, colaborando así a que la semilla dé fruto abundante.

La parábola de la semilla indica que la palabra de Jesús tiene tal fuerza en sí misma, que la persona que la acoge, la hace suya y se deja interpelar por ella, es como una tierra fecunda, que pasará por la vida dando frutos.

Vivimos en un tiempo en el que se espera siempre eficiencia y resultados inmediatos. Pero una planta o un árbol necesita tiempo para crecer; y las relaciones humanas no pueden construirse, ni nuestros problemas resolverse, de la noche a la mañana. También las personas necesitamos tiempo para crecer y cambiar.

Afortunadamente, Dios es paciente con nosotras. Por eso nosotras debemos ser pacientes unas con otras y, con la ayuda de Dios, permitir a las demás, a la el tiempo necesario para crecer y madurar.

A nosotras lo que nos toca es sembrar la semilla y, a continuación, esperar con confianza. Si sembramos buena semilla, que implica, entre otras actitudes, cultivar el amor fraterno, respetar el punto de vista de la otra, estar dispuestas a servir, tener paciencia con los defectos de las demás, saber perdonar y pedir perdón, ciertamente crecerá. Jesús nos asegura que eso se notará favorablemente en las relaciones fraternas.

La segunda parábola nos habla de los inicios casi inapreciables del Reino. La semilla de mostaza, la más pequeña, se hace un árbol frondoso. Las apariencias engañan. Y de nuevo nos encontramos con la escala de Dios “equivocada”, muy opuesta a la nuestra.

La fuerza de transformación está en lo pequeño, en lo que pasa desapercibido, lo grandilocuente, lo llamativo, lo grandioso no es Dios ni lleva a Cristo. Esta parábola nos hace reflexionar sobre lo pequeño, sobre lo que nosotras pensamos que cuenta poco, o más bien nada. Con eso es con lo que actúa Dios, para confundir a sabios y entendidos. El grano de mostaza que, al ser pequeño, puede ser considerado por muchos como algo despreciable o inútil, es para Dios un grano lleno de vida y de fuerza. La semilla de mostaza nos revela, como diría el Cardenal Martini, una de las máximas del Reino: poco brillo exterior… mucha vida interior.

A veces creemos que en lo espectacular, grandioso y llamativo está el Reino, y nos equivocamos. La vida cotidiana, los hechos irrelevantes, la pequeñez del momento presente oculta una riqueza que nos pasa desapercibida, pero que contiene en sí la frondosidad de la Vida del Reino a nuestro alcance. Si desaprovechamos los pequeños actos cotidianos, dejaremos pasar la oportunidad de contribuir a la extensión del Reino a nuestro alrededor.

El reino de Dios va creciendo cada día. Ese es el mensaje que nos transmiten estas parábolas. Y crece de manera sencilla, con el esfuerzo y el trabajo de todos, pero, sobre todo, con la acción de Dios, que supera nuestras debilidades y nuestra fragilidad, y que “endereza el tronco”, para que no hagamos crecer “nuestros pequeños reinos”, sino que sea como Dios quiere, que sea su reino el que crezca entre nosotras.

Que el Dios que se hizo pequeño nos ayude a vivir la grandeza de las simples cosas.