Domingo XII -B
El domingo pasado veíamos algunas de las parábolas de Jesús, hoy empezamos con algunos de los milagros y el primero que nos relata Marcos es el de la tempestad calmada.
Los discípulos van en la barca con Jesús y cuando se desata la borrasca en el mar sienten miedo. El miedo impide comprender que Jesús es el Señor de la vida, el que triunfa de la muerte. En la borrasca de la vida carecemos de esa confianza en el Señor. Solo vemos peligros y dudamos de Él. ¿Por qué guarda silencio y se desentiende? ¡Con lo que estoy pasando!
Nuestra historia personal, al igual que la de todos los seres humanos, es muchas veces un mar de tempestades. En la vida de cada una de nosotras abundan las bonanzas y tormentas, mareos persistentes, miedos, cobardía, desorientación, cansancio. En la vida de la comunidad cristiana no faltan crisis internas y externas, tensiones dentro y persecuciones u hostilidad fuera. En ocasiones tenemos la sensación de que nos hundimos, que la barca, personal o comunitaria, está a punto de naufragar.
Marcos, con el pasaje de la tempestad calmada, no pretende discurrir sobre nuestros males o peligros ,sino presentar a Cristo como vencedor, como la respuesta definitiva de Dios en las diversas tormentas de la vida.
Nos parece que Dios duerme o sentimos su ausencia, pero siempre está presente, en actitud salvadora; nos sorprende y asusta más el silencio de Dios que su Palabra.
La admiración y la fe, verdadera finalidad de la escena, se revela en la pregunta: ¿Quién es este? Y se nos presenta desde una situación de tempestad, cosa que podemos olvidar no se puede olvidar. Pero, en Jesús, Dios ha mostrado toda la fuerza de su plan salvador y toda la energía de su liberación.
El hecho de estar seguras y confiadas en nuestras fuerzas, no puede ser un motivo se superioridad. En cualquier momento el mar se puede encrespar y sentir los efectos de la marea. Somos débiles, como lo es la iglesia. Y la oración brota espontánea, a veces con sonido de grito: ¿No te importa que nos hundamos? Por eso es necesario un sentimiento de humildad y de reconocimiento de nuestra situación.
La duda, la crisis, el desaliento son propios de la condición humana. Eso nos hace realistas. No es nada raro que alguna vez atravesemos el túnel de la duda: ¿Está Dios, está Cristo presente? Es la misma tentación de Israel: ¿Estará Dios con nosotros?
Estas situaciones solo hallan contestación desde la fe y la confianza en Cristo. Pablo estaba convencido de que Cristo lo hace todo nuevo, y que el que le sigue, ya ha vencido lo viejo. No es que con Cristo 'en nuestra barca' todo esté asegurado: seguiremos teniendo tensiones y tempestades, pero su presencia y su fuerza son un estímulo para que trabajemos y luchemos con esperanza.
No se trata tampoco de que se lo dejemos todo a él, y seamos ahora nosotras las que nos echemos a dormir. La fe en Cristo es a la vez compromiso y tarea. En nuestra existencia personal y comunitaria, nos toca remar, achicar el agua de la barca, luchar.
Todo cuanto sucede es un modo de ponernos en contacto con Dios. Ahí radica el milagro. Dios calla; no actúa porque nos ha opuesto en el mundo para que actuemos nosotras. Tenemos un Dios que puede convertir cualquier tempestad de nuestra vida en un milagro. Bastará saber cuánto lo necesitamos y decírselo a voces o en silencio.