Domingo XVI - B
El evangelio del pasado domingo nos relataba la primera misión de Jesús confiada a los Doce. Hoy, haciendo el paréntesis de la muerte de Juan Bautista, texto que leemos en la memoria del martirio del Precursor y en la feria que corresponde a la lectura continua de Marcos, el evangelio nos relata lo que siguió a aquella primera misión.
Los apóstoles se reúnen con Jesús para hablar con él "de todo lo que habían hecho y enseñado". Los apóstoles dan cuenta de su misión a aquel que se la había confiado. Vuelven entusiasmados.
Les falta tiempo para contar a su Maestro lo que han hecho y enseñado. Al parecer, Jesús quiere escucharlos con calma y los invita a retirarse ellos solos a un sitio solo para descansar.
La gente les estropea el plan. De todas las aldeas corren a buscarlos. Ya no es posible aquella reunión tranquila que había proyectado Jesús a solas con sus discípulos más cercano. Para cuando llegan al lugar, la muchedumbre lo ha invadido todo. ¿Cómo reacciona Jesús? Jesús no se irrita porque le interrumpen sus planes. Y nosotras, ¿cómo reaccionamos nosotras cuando nos estropean nuestros planes?
Marcos describe con detalle su actitud. A Jesús nunca le estorba la gente. Fija su mirada en la multitud. Sabe mirar no solo a las personas cercanas y concretas, sino también a esa masa de gente formada por hombres y mujeres sin voz y sin rostro. Enseguida se despierta en él la compasión. No lo puede evitar. “le dio lástima de ellos”
Jesús los ve como “ovejas sin pastor”, gente sin guías para descubrir el camino, sin profetas para escuchar la palabra de Dios. Por eso “se puso a enseñarles con calma”, sin prisas, la Buena Noticia de Dios. Les comunica la Palabra de Dios, conmovido por la necesidad que tienen de un pastor.
Enseñarles es lo que considera más urgente y necesario en esa situación concreta. La mayor pobreza y mal que sufren las ovejas de su pueblo son la confusión, la ignorancia y la mentira en las que andan sumidas. Todo ello es una indigencia que hay que remediar, una carencia que hay que subsanar.
Hoy tendremos que revisar cómo miramos a la gente, si en nuestro interior brota la compasión, si tenemos calma para acoger, para enseñar a la gente, para orientarla.
Cuando en el evangelio Jesús invita a los apóstoles a retirarse al “desierto”, está tratando de decirnos que sólo en el silencio y en el recogimiento interior, podemos encontrar el verdadero ser y sólo después de encontrarlo, podemos indicar el camino a los demás el camino. Sin vida interior, sin oración no puede haber espiritualidad. Sin esa vivencia no podemos ayudar a los demás a descubrir la vida que llevan dentro. Si encontramos a Dios en nosotras, llevarlo a los demás será la tarea más urgente y grande de nuestra vida.